En la conformación de un movimiento identitario comprometido con la etnogénesis criolla – la generación de una nueva Nación – los márgenes de convocatoria se encuentran trazados por una correspondencia étnica: allí se determina la primera distinción para identificar al destinatario de nuestro mensaje. Sin embargo, y para esta finalidad, ser criollo es condición necesaria, mas no condición suficiente. Y es que aún entre los mismos criollos es necesario hacer una segunda distinción.
A lo largo de los siglos XX, XIX, e incluso antes, las ideologías desarrolladas en Europa se abocaron a crear proyectos que conducirían a alcanzar ciertos “mundos ideales”, diversos proyectos de justicia y felicidad que asaltaban las mentes en un mundo que mutaba de manera cada vez más vertiginosa. Esto fue producto de la especial impronta ilustrada, según la cual sería posible diseñar sociedades conforme a modelos preconcebidos por la razón humana, influencia presente en tal vez todas las ideologías surgidas a partir de la Revolución Francesa.
Existían naciones y no se temía que éstas dejasen de existir. Esto último pudo obviarse, permitiendo a los teóricos concentrarse en otras temáticas para dar así «un paso más allá”. Se trataba entonces de crear ideologías, programas, y movimientos que construyesen el sistema más perfecto, superior, y justo para las naciones existentes. Por esto se entiende que en el clima político de aquellos tiempos, especialmente durante la primera mitad del Siglo XX, las distinciones ideológicas entre comunistas, liberales, anarquistas, y nacionalistas, resultasen fundamentales a la hora de distinguir entre amigos y enemigos.
Pero sin mediar una democrática decisión, y de hecho sin consultar a nadie, el mundo cambió cualitativamente, y en las últimas décadas se produjeron dos fenómenos de relevancia para este punto:
1. El vaciamiento de las ideologías. Hubo innumerables y sucesivas interpretaciones y reinterpretaciones experimentadas al interior de cada ideología. Por ejemplo, actualmente resulta difícil decir «EL Liberalismo» ofreciendo un concepto o descripción que englobe a todos quienes se comprendan así mismos dentro de dicha denominación. Algunos que afirman serlo, en la práctica no lo son, y otros que incluso se oponen a él, en los hechos actúan como sus seguidores más convencidos. Incluso entre quienes adhieren a esta ideología es posible encontrar sustanciales diferencias, pudiendo apreciarse en la práctica tantos “Liberalismos” como personas liberales. ¿Quiénes son los verdaderos? ¿Quiénes inconscientemente lo están desvirtuando? ¿Quiénes conscientemente lo estarían reformando? Las ideologías, que en un principio pretendieron abarcar, explicar y transformar la totalidad de la realidad, fueron forzadas a mutar doblemente: primero, según el tipo de personas que las puso en práctica, y después, según las características de su contexto. Eso explica, por ejemplo, la existencia en Chile de izquierdistas defensores del libre mercado, o de derechistas promotores del aborto. En la práctica, la única forma de conocer realmente el pensamiento político de una persona es mediante una serie de preguntas y respuestas descriptivas, a través del diálogo, y no mediante una clasificación básica que poco informa sobre la realidad. ¿Qué quiere decir alguien cuando se define a sí mismo como liberal? ¿Qué quiere decir alguien cuando se define a sí mismo como socialista? O más complejo aún ¿Qué queremos decir nosotros cuando calificamos a un tercero como liberal, socialista, o según cualquier otra ideología? Así nos encontramos con que la claridad que antaño brindaban las viejas clasificaciones ideológicas hoy es inexistente y que actualmente éstas poco nos dicen sobre la identificación política de una persona. Éstas lentamente se han convertido en meras etiquetas vacías de contenido, controvertidas si se quiere, pero vacías al fin y al cabo.
2. La desintegración de las naciones. Tras la caída del muro de Berlín – símbolo del aparente derrumbe del proyecto global marxista – el Liberalismo asumió oficialmente como la ideología dominante de Occidente. La negación de las identidades colectivas y la exaltación del individuo por sobre cualquier entidad, institución o vínculo, derivó en una nueva antropología liberal que pasó de los libros a la práctica, cuestionando la existencia misma de la diversidad étnica del mundo. Debido a que fueron los primeros en asimilar los valores de la Ilustración, y sirvieron como vehículo para su expansión, las naciones europeas y eurodescendientes resultaron ser las más afectadas por el triunfo del Liberalismo, siendo sometidas a procesos de ingeniería social, domesticación, y desplazamiento demográfico mediante el ingreso de poblaciones de origen racial no-europeo. En países en que este panorama demográfico ya era una realidad (como Chile), el proceso simplemente se acentuó. Durante la primera mitad del traumático Siglo XX, los movimientos nacionales se preguntaron cuál sería el mejor modelo político, económico y social para , por ejemplo, el pueblo alemán; en el Siglo XXI, en cambio, esos movimientos nacionales se están preguntando si acaso el mismo pueblo continuará siendo alemán.
Para el caso de Chile, el debate teórico sobre si el Anarquismo, Liberalismo, Marxismo, Nacionalismo, etc. es la mejor ideología para los criollos, debiese estar precedido por una interrogante aún más vital: ¿Seguirán existiendo los criollos? Y es que de nada sirve desarrollar los más completos argumentos a favor de una ideología y en contra del resto, o proponer la creación del más perfecto programa político aplicable, si el pueblo que se supone destinatario del mismo finalmente no existe, o está pronto a extinguirse.
Esto es reflexionar desde un punto de vista identitario.
Pero aún si las ideologías conservasen su contenido original y una diferenciación clara, resulta necesario hacer un cambio en su valoración, abandonando lo accesorio, y desplazando el foco de atención hacia las temáticas que podrían significar la vida o muerte de un pueblo. Por ejemplo, en el escenario actual, la opinión sobre la legitimidad de la Constitución, la propiedad privada, o la democracia representativa, son cuestiones accesorias que en primera instancia no determinan la continuidad étnica de un pueblo. Un debate sobre estos temas debiese partir de la base de que a lo menos, su existencia se encuentra asegurada. Por esto, lo que una ideología proponga sobre la manera en que un pueblo debiese existir, es secundario cuando la realidad enfrenta a la interrogante sobre si acaso ese mismo pueblo continuará existiendo. Muy distinto, en cambio, es cuando las ideologías se pronuncian sobre temas que sí guardan relevancia para la continuidad étnica de un pueblo. Ejemplo de esto serían las posturas frente al igualitarismo, la atomización individualista, la destrucción medioambiental, los conflictos intra-raciales, la mezcla racial, el multiculturalismo, la inmigración, entre varios otros posibles.
Y conviene reiterarlo: las etiquetas ideológicas ya poco nos dicen sobre las personas: son sus principios, objetivos, y más importante aún, sus acciones, lo que más fielmente las definen. Pero en el contexto actual, en que la existencia de los pueblos está en entredicho, no cualquier principio, objetivo o acto será relevante para diferenciar a un amigo de un enemigo, sino que será su rol en la continuidad étnica de nuestro pueblo.
Esta vez tendremos que concentrarnos en nuevos ejes de reflexión. Tal vez estándares etnocéntricos para la identificación entre amigos y enemigos en estos nuevos y extraños tiempos. Debemos desprendernos de ciertos prejuicios heredados por nuestros predecesores ideológicos, y si es necesario, crear otros para que operen como nuevas herramientas discursivas. Y es que ya no se trata de solo diferenciar entre quien es criollo y quien no, sino que identificar a quien permite, a quien aporta, y a quien perjudica, en la supervivencia étnica criolla.
El Siglo de las ideologías ha quedado atrás. Hoy asistimos al comienzo del Siglo de las Identidades.
Cuando nos confunda «lo ideal», siempre podremos echar un vistazo a «lo real», allí donde habitan las razas, las etnias, y toda la desigualdad humana. En la realidad se pueden diluir muchos falsos dilemas que en principio nos parecían complejos e insuperables. La realidad es fuente última de belleza, verdad, y orden, porque la sangre de las Identidades es más espesa que la tinta de las Ideologías.