Por regla general, en Chile y el resto del mundo, un identitario suele representar numéricamente a una minoría, en comparación con otras agrupaciones políticas e ideológicas. Esto implica que la mayoría de las personas con las que el identitario interactuará, adherirá a otras corrientes distintas a la suya, todas ellas “no-identitarias”.
El problema de relacionarse habitualmente con una mayoría que adhiera o milite de manera distinta a la propia, es que surge una silenciosa y “espontánea” necesidad de encontrar fuentes comunes de diálogo, y que terminan correspondiendo a temáticas propias de la población “no-identitaria”. Este ejercicio, que reviste el aspecto de una saludable apertura de mente y supuesta certeza de la propia entereza intelectual, desemboca en que el identitario termine asimilando de manera permanente lo que en un principio fue solo una provisoria fuente de diálogo común. El identitario comienza a debatir y a defender preocupaciones “no-identitarias”, y que corresponden a las de la mayoría con la que habitualmente interactúa. Esto es el resultado de una inocente colonización mental del “no-identitario” sobre el identitario. Así, los que anteriormente resultaba clave en el propio discurso, como Identidad, raza y etnia, es desplazado en nombre de nuevas ideas, respecto de las que se fabricó un interés inicialmente provisorio, pero finalmente definitivo. Estas ideas pueden provenir de trivialidades (estética, música, fútbol, etc.), o contingencias (proceso constituyente, gobierno, pandemia, problemáticas sociales, etc.). Se trata de cuestiones que efectivamente están presentes tanto en la realidad del identitario como del “no-identitario”, pero que corresponden a prioridades únicamente del segundo. Se genera un desplazamiento de prioridades que se traduce en que el identitario finalmente deja de existir.
El identitario no alcanza a comunicar las que sí eran sus prioridades, y es posible que ni siquiera las mencionase. Y es que ¿cómo vamos a comenzar a hablar sobre raza, etnia, diferencia, y etnogénesis, cuando lo temas que le importan a “la gente” son otros? (Se supone que) lo que uno busca es aceptación, y ser tan bien asimilado por la masa que ojalá uno sea ignorado o fácilmente olvidado por ser solo “uno más”. (Se supone que) la manera correcta de destacar es dirigiendo y representando a las masas, y no contradiciéndolas.
Contradecir a la masa implica ganar hostilidad, o recibir “funas” (linchamiento cibernético), por lo que el identitario en minoría, calla.
El identitario olvida cuál es su pensamiento, y se asimila con su entorno a tal punto que sus prioridades cambian completamente. Ya no existe diferencia alguna entre el pensamiento del identitario y el “no-identitario”. Asistimos a una capitulación tácita de todos los principios, no por una reflexión autocrítica, sino por haber caído en desuso. El silenciamiento de un discurso por el chantaje de exclusión, difamación o incluso agresión, es tal vez una capitulación de principios aún más cobarde, porque quien la experimenta ni siquiera reconoce que está ejecutando una orden disfrazada de sentido común.
Este proceso no habría sido posible sin un germen de inseguridad. Inseguridad, pero no a gritar en el rostro de los enemigos los propios principios (algo innecesario), sino que inseguridad de la bondad y justicia inherentes a la propia causa.
En Chile, la causa de FNI es moralmente superior a las demás, presentes tanto en partidos, movimientos, como en corrientes de pensamiento en general. Es superior a las causas contingentes sostenidas entre “el apruebo” y “el rechazo”; es superior a las causas históricas sostenidas entre izquierda y derecha; es superior a las causas ideológicas sostenidas entre Marxismo y Liberalismo. Nuestra causa es moralmente superior, y no debiésemos sentir vergüenza en afirmar esto, primero ante nosotros mismos, y luego ante el mundo.
En lo personal, puedo enunciar dos razones por las que esta causa me resulta superior a las demás.
En primer lugar, la causa identitaria consiste en afirmar la supervivencia de un pueblo. Éste, y no otro, es el eje en torno al cual se estructuran nuestras ideas. La problemática esencial a que elegimos enfrentarnos es aceptar que un pueblo siga existiendo. No es el rol del Estado, la importancia del Mercado, la legitimidad de la policía, los cuestionamientos a los políticos, la conveniencia de la monarquía, la idoneidad de la república. Nada de eso. Se trata del existir o el desaparecer, del ser o el no ser, de la vida o la muerte de una entidad étnica colectiva. Se trata de un desafío en el cual son posibles los eufemismos, mas no las posturas graduales: se afirma, o se niega. Y mientras todos los partidos, movimientos y corrientes de pensamiento la niegan expresa o tácitamente (hallándose aquí tanto quienes sostienen que no existe o que se trata de una minoría pronta a desaparecer, como aquellos empeñados en eliminarlo mediante asimilación generacional indirecta, o eliminación física y directa) nosotros afirmamos de manera expresa y prioritaria la existencia de nuestro pueblo criollo. Esto, que pudiese sonar ofensivo para muchos, no es más que aplicación al respeto a la bio-diversidad humana, y la aceptación de la autodeterminación de los pueblos llevada a su natural resultado, sin alteraciones políticamente motivadas.
En segundo lugar, aún existimos quienes reconocemos sin temor, que mucho de lo bueno que hemos percibido de este mundo es obra europea, y que en estas latitudes logramos contacto con dicha realidad gracias a la acción primero de conquistadores, luego de colonos, y finalmente de ciudadanos criollos. Las obras europeas que admiramos y aprovechamos hasta el día de hoy no son una mera importación material, sino que el reflejo de una raza en el espejo de la cultura, y que su historia milenaria manifestó localmente en sus distintos hogares. Más allá de la profundidad ideológica que pueda otorgarse, se trata de una causa por la defensa de aquellas cosas que más nos gustan como simples personas: estética, artes, ciencias, profesiones, etc. No queremos hacer eco de la moda parasitaria y malagradecida que aprovecha la obra pero desprecia al autor, como si no existiese conexión alguna entre el uno y el otro, y siempre fuese posible tener por resultado el primero sin el segundo. Mucha gente desprecia a los pueblos europeos mientras se aprovechan sin vergüenza alguna de todas las producciones generadas por ellos, y que asumen tan indispensables y tan obvias (sin siquiera detenerse a reflexionar), que serían incapaces de siquiera comunicar una idea (idiomas europeos), sin echar mano de aquella obra. Nosotros decimos: sí a la obra, sí al autor. Porque preservar al pueblo que generó aquellas obras no solo es homenaje a sus autores, sino que conserva hacia el futuro la fuente de que puedan emanar creaciones no solo nuevas, sino que en sintonía con nuestra historia única.
Dos razones por las que nuestra causa es moralmente superior, y gracias a las cuales nunca debiésemos sentir vergüenza en afirmar nuestras convicciones, aún frente a la arremetida de una marea de modas ajenas: proceso constituyente, gobierno, Piñera, Bachelet, Pinochet, entre otras. Porque todas ellas responden a prioridades no-identitarias.
Todos los partidos, movimientos y corrientes de pensamiento cuentan con suficientes adherentes que defenderán sus causas, y se desgastarán en tiempo y energía por lo que consideren justo. No solo es absurdo, sino que también criminal que los pocos adherentes de la causa por la supervivencia criolla desplacen sus prioridades por la mera influencia pasiva de un entorno no-identitario.
La marcha fúnebre de esta muerte ideológica, y también de una muerte étnica, es el silencio. Silencio que se adopta como consigna para ceder espacio al discurso no-identitario. Ese silencio nos coloniza mentalmente, y se genera por temor a “interrumpir” la rutina discursiva que el no-identitario lleva a cabo en su día a día, y que podría verse alterada de ser enfrentada a nuestros principios.
Ni siquiera es una batalla por la conquista de un territorio físico como una comuna, región o país. Se trata de un territorio mucho más sensible e íntimo, como son nuestras propias mentes, y en las que muchos aceptan pasivamente una peligrosa colonización ideológica, adoptando los códigos culturales y el relato con que nos rodean en entornos “no-identitarios”.
Por eso, sabotea en ti, en los demás, y siempre, su discurso hegemónico y etnocida.
Poder Criollo.