Soy escéptico respecto a una próxima y nueva constitución, no porque aprecie la antigua (no lo hago, de hecho) y tampoco porque crea que el contexto en el que nace la idea de forjar una nueva haya sido uno de violencia y amenazas de violencia (pues, básicamente, lo que Chile está experimentando por gentileza de la Izquierda es un “si baila pasa” a gran escala. Por supuesto que el baile será tan voluntario como puede ser un baile bajo el temor a que te apedreen e incendien el auto. Por otro lado, la Derecha de Desbordes y compañía cumple el mismo rol del necio que dijo “que bailó y se sintió liberado”, como si las amenazas de agresión hubieran sido un mero detalle. Ése es el estado actual de las cosas.), ya que el quiebre de la unidad “nacional” (sea lo que sea que eso signifique en un país multinacional) de por sí legitima la concepción de estas treguas para salvaguardar el contrato social. Soy escéptico de la nueva constitución, sí, pero también creo que algunas de las propuestas, hayan llegado a buen puerto o no, dejan sentado precedentes a tomar en consideración en este nuevo siglo.

El proyecto general para la reforma constitucional que modifica el Capítulo XV de la Carta Magna y habilita el proceso constituyente fue aprobado el día de hoy con 127 votos a favor, 18 en contra y 5 abstenciones en la Cámara de Diputados. Sin embargo, no se logró el quórum necesario para aprobar las indicaciones sobre paridad de género, facilidades para la representación de independientes y cuotas para los pueblos indígenas. Más allá si la idea de cuoteo es o no adecuada para asegurar la participación política de los pueblos indígenas, es un paso más hacia el reconocimiento de la condición plurinacional de Chile.

En su último libro (Identity, 2018), Francis Fukuyama señala que

Según Hegel, la historia humana fue impulsada por una lucha por el reconocimiento. Él argüía que la única solución racional al deseo de reconocimiento era el reconocimiento universal, en el que se reconocía la dignidad de todo ser humano. El reconocimiento universal ha sido cuestionado desde entonces por otras formas parciales de reconocimiento basadas en la nación, la religión, la secta, la raza, la etnia o el género, o por individuos que desean ser reconocidos como superiores. El auge de las políticas de identidad en las democracias liberales modernas es una de las principales amenazas a las que éstas se enfrentan, y a menos que podamos volver a la comprensión más universal de la dignidad humana, nos condenaremos a conflictos continuos.[1]

Se vuelve complicado para las democracias liberales modernas el mantener una idea de universalidad (una forma de igualitarismo) mientras se va produciendo (y lo siento si mi referencia es muy hereje, pero es la más adecuada), sincrónicamente, un abandono (o, mejor dicho, mutación) del poder traducido en fuerza (violencia) sobre el cuerpo social constituido por la universalidad de las voluntades. Como describe Foucault en La Microfísica del Poder, no es el consensus el que hace aparecer el cuerpo social, sino la materialidad del poder sobre los cuerpos mismos de los individuos. Si la medida es o no contraria a la Democracia, es algo que le debe preocupar a los defensores de la Democracia, que son los mismos que deben desvivirse por justificar que el «gobierno del pueblo» es la forma adecuada para gobernar sobre una multitud de pueblos.

El retroceso de la tensión del Estado sobre el cuerpo, algo muy propio de las democracias liberales, ha provocado que la presión que mantenía al deseo de reconocimiento bajo control, sometido, invisibilizado, el día de hoy pase a ser un tema inevitable en las discusiones políticas, viéndose obligadas las democracias liberales establecidas sobre países étnicamente heterogéneos a dialogar sobre formas en las que esta (diversa) realidad puede ser abordada a menos, claro, de retroceder en materias de libertad, hasta volver al punto donde el individuo es sometido por el poder del Estado, olvidando su lucha por el reconocimiento, pero también parte importante de su libertad.

Notas.

[1] Traducción propia.