El conflicto social que ha experimentado este país, llenó de esperanzas a miles de personas desde diferentes ámbitos, ya sean éstos por mejoras en salud, educación, sueldos, pensiones, entre otras variadas demandas sociales. En mi caso, veía la posibilidad real de lograr tanto cambios constitucionales que tuviesen por objetivo el reconocimiento de la diversidad étnico-racial que existe de forma encubierta, e invisibilizada de forma sistemática, en este país, a causa de un metarrelato artificioso desde la configuración del estado-nación chileno, y en específico, como también reivindicar el reconocimiento de mi gente: los criollos (eurodescendientes).
Ya se veían por los medios de comunicación y por las calles, cada vez y de forma más recurrente, las banderas de algunos pueblos indígenas, y en algunos casos indumentaria tradicional de estos, como si de una gran fiesta de Halloween se tratase, ya que sus portadores no poseían ningún tipo de vínculo con sus reivindicados. Estos hechos aumentaban mis expectativas, aunque teñían las cosas de una inquietante extrañeza que por momentos se tornaba en desconfianza. Con el pasar de los días, se fueron conociendo hechos vandálicos a monumentos y estatuas de conquistadores españoles, y en general a cualquier personalidad que tuviese origen europeo. Sin embargo, lo interpreté como hechos aislados, sin ninguna conexión entre una y otra acción.
También durante este tiempo fueron surgiendo organizaciones sociales de base, que nacieron en un principio como espacios de discusión, que con el transcurso de los hechos fueron adoptando diversos tipos de funciones a nivel territorial: los denominados “Cabildos” o “Asambleas Territoriales”. Empecé a interesarme en éstos, ya que se presentaban como espacios abiertos en donde se podía aportar en la formulación de propuestas a la hora de redactar una supuesta nueva constitución. Es así como comienza mi participación en uno que funcionaba en la comuna de Santiago.
Dentro de las instancias de asamblea, se percibían claramente posturas ideológicas, tanto de algunos participantes, como de la propia mesa que conducía el espacio. No le tomé mucha importancia a este hecho, ya que las dos primeras instancias asamblearias eran de carácter informativo. Sin embargo, existían algunos procedimientos que recuerdan a las prácticas más sucias utilizadas por organizaciones políticas para asegurar discursos que posicionen sus intereses particulares.
La tercera asamblea a que asistí, se inició con la discusión sobre mecanismos y “cuotas” de participación para el proceso constituyente, todo aquello promovido por la Mesa de Unidad Social, en base a un documento que hizo extensivo a este tipo de organizaciones sociales. Entre las propuestas cada vez más descabelladas de igualitarismo entre diferentes sectores sociales, resaltaban aquellas dirigidas a pueblos indígenas e incluso a afrodescendientes.
En este momento pregunto por la representación de eurodescendientes o criollos. Acto seguido, se quiebra todo el supuesto espacio participativo y democrático que se intentaba presentar, y se pasó inmediatamente a una batalla de aniquilación, en la cual actuaron tanto operadores políticos encubiertos, vecinos ideologizados, como también otros que se sumaban a lo que dictase la mayoría. Fue como si hubiese nombrado una palabra prohibida que era necesario silenciar. Expresiones como: “no existen”, “no son un pueblo, “son migrantes”, “no merecen representación”, “han sido históricamente privilegiados”, fueron los lamentables argumentos para intentar amedrentarme. Me llamó la atención, más allá de la violencia y coerción empleada, el travestismo y acomodo de su discurso, ya que desde su punto de vista, el reconocimiento de un pueblo es válido siempre y cuando cumpla una función instrumental para instalar sus intereses políticos; de lo contrario, se considera un reconocimiento desechable y censurable.
Luego de esta situación, decidí abandonar el Cabildo. Para mí la situación estaba clara. Fui capaz de unir todos los cabos.
Los hechos informados por los medios de comunicación y presenciados en las calles, no eran fortuitos. Además de la institucionalidad vigente, nosotros (los criollos) también somos sus enemigos. El criollo no tiene cabida en este movimiento social, porque éste ha sido orquestado bajo dos líneas de pensamiento, cada una antagónica a nuestra existencia.
Por una parte, el germen y origen del conflicto social surge por un interés de los sectores medios y populares de ampliar su capacidad de consumo, es decir, crear mejoras económicas en base a subsidios, bonos, becas, rebajas, y gratuidades para continuar con el espiral de consumo desenfrenado. En otras palabras, y para que quede claro, el conflicto social posee profundas motivaciones capitalistas/burguesas que buscan incorporar a actores sociales históricamente marginados en la participación en el consumo de bienes y servicios, y así hacerlos nuevos clientes del mercado.
Por otro lado, la instalación oportunista (hecha tras el inicio del conflicto) del proyecto político del marxismo cultural, ya no tanto desde el copamiento gradual de los centros de elaboración de pensamiento y opinión (como se venía haciendo con escuelas, universidades e instituciones públicas y privadas), sino más bien mediante su materialización bajo una nueva lógica, una nueva fase, que se traduce hoy en día en la acción directa, el copamiento callejero, el amedrentamiento, la amenaza, el saqueo y la “funa”, creando con esto campañas del terror contra todo aquello que no guste o se interponga en el camino de dicho proyecto.
A este doble componente, matriz económica capitalista y matriz político-cultural marxista, se debe sumar la matriz étnica indigenista, pro-mapuche y derechamente anti blanca.
Es por esto que no hay que confundirse: el movimiento social nacido desde el 18 de octubre, y los partidos políticos que lo sustentan, no luchan por nuestros intereses, ni por nuestra gente, y lo que resulte de ello tampoco nos beneficiará en alguna medida. Todo lo contrario, sus agentes son por definición anticriollos y antiblancos. Es por ello que la supervivencia de los criollos en este territorio en particular, y en América en general, no debe rendirse ante falsas ilusiones, sino que generar un proceso constante, sostenido y ascendente de desarrollo, difusión, creación de consciencia, y organización de nuestra comunidad criolla.
Solo en nuestras manos se encuentra nuestro futuro. De nadie más.