En La Guerra de los Judíos, relata Flavio Josefo que
[c]uando [los soldados romanos entraron a la fortaleza de Massada luego de un amargo asedio] allí se toparon con el montón de muertos, no se alegraron, como suele ocurrir con los enemigos, sino que se llenaron de admiración por la valentía de su resolución y por el firme menosprecio de la muerte que tanta gente había demostrado con sus obras.
La noche antes de la entrada de los romanos en la fortaleza, Eleazar ben Yair, el líder de la secta judía de los sicarios, viendo que se avecinaba una derrota inevitable que además conllevaría a la humillación y esclavitud, propuso a sus filas matarse entre ellos, de manera de liberarse de un destino de ocupación y una vida indigna. Ya que las escrituras no permitían que los judíos tomaran su propia vida, decidieron matar a sus familias primeramente, y luego que un grupo más pequeño matara a los combatientes, para luego morir este grupo pequeño, no sin antes incendiar la fortaleza a excepción de los víveres; de esta manera, los romanos sabrían que la decisión de morir no había sido motivada por la desesperación más básica (quedarse sin alimentos), sino que por voluntad propia.
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Una fuerte carga de cohetes disparada desde territorios controlados por palestinos (o, mejor dicho, no controlados por Israel) y una ofensiva terrestre con múltiples muertes, secuestros y destrucción ha sido noticia durante las últimas horas, algo que no parecía esperarse luego del anuncio israelí del cierre total de los territorios palestinos durante los dos días de la fiesta judía Simchat Torah. La acción del grupo nacionalista sunní Hamas que parece responder a un deseo de radicalización de acciones cada vez más latente dentro de las nuevas generaciones palestinas deja ver cómo la objetividad puede nublarse y hasta ignorarse cuando se interpreta que es la subsistencia de un pueblo (esta palabra resulta fundamental) como pueblo lo que está en juego. Debido a la enorme asimetría presente, no hay manera en el plano militar en que los palestinos por sí mismos puedan librarse de Israel, y probablemente tampoco puedan lograrlo con ayuda militar externa.
En cuanto al potencial que pueda tener respecto a su autonomía, Palestina no es una nación libre, pero tampoco es una nación lo suficientemente sometida como para no significar un peligro para Israel, que es más o menos el destino de todo estado multiétnico que no logra monopolizar con éxito la violencia, es decir, que no logra someter/dominar a los grupos disidentes dentro de su territorio. Haciendo una comparación con una referencia más local: el Estado de Chile ha logrado monopolizar relativamente bien la violencia dentro del territorio, de manera que los grupos radicales mapuche no alcanzar a volverse una amenaza real para la estabilidad del estado, ya que el poder de fuego que pueden tener estos grupos es insuficiente para crear un asedio que requiera un despliegue mayor de recursos militares para frenar la amenaza — no tienen cohetes Qassam, por ejemplo. Hasta el momento, el personal de la policía ha sido suficiente para mantener el conflicto relativamente controlado y cercado.
El conflicto israelí-palestino es uno insoportablemente étnico, y digo insoportablemente porque la diversidad étnica, cuando no hay un aparataje opresor y represor efectivo y eficiente encima, permite justamente que estas diferencias se vuelvan insoportables. No obstante, desde la lejanía de Chile este conflicto parece tan extremadamente sencillo que resulta casi ofensiva la facilidad con que la gente parece escoger bandos, y en todos los casos parece ser que el componente étnico es despreciable y puede ser pasado por alto: para la Izquierda más cercana al marxismo como al humanismo, este conflicto trata de una situación donde un grupo (es decir, una clase) está sometido militar y culturalmente por otro grupo que cuenta con el beneplácito de EE.UU. (es decir, el mal), mientras que para la Derecha más cercana al liberalismo, este conflicto trata sobre la civilización contra la barbarie, donde una sociedad que propende a la libertad y la tolerancia (es decir, el bien) quiere vivir en paz mientras grupos terroristas y barbáricos afines a la opresión y la intolerancia (es decir, el mal) los bombardean a inocentes con cohetes de bajo costo de producción cada cierto tiempo.
Desprendido de lo anterior se levantarán argumentos que buscarán dar respuesta a quiénes son los dueños legítimos de este territorio en conflicto en la zona del Levante mediterráneo, como si saber quién estuvo primero fuera algo lo suficientemente contundente como para hacer olvidar el sentido de pertenencia étnico de cada grupo y lo suficientemente contundente como para que un grupo acepte someterse ante el otro.
Sin importar quién estuvo antes o quién es el verdadero invasor (ya que Spiderman vs Spiderman), la diversidad étnica presente seguirá siendo la mayor amenaza para la estabilidad de la zona, y en base a eso las odiosidades (que desafían incluso a lo que puede entenderse masivamente como sentido común), tales como celebrar la muerte de un puñado de enemigos, seguirán estando desagradablemente presentes, a pesar de los esfuerzos por el cambio de mentalidad impulsado por el hemisferio occidental.
Acciones como la de Hamas o la de los sicarios de Eleazar ben Yair son justamente el reflejo del desprecio a la forma occidental, humanista y democrática de ver el mundo, tan alejada de la trascendentalidad del sentido de pertenencia y tan cercana a la vacuidad de condenar la violencia «venga de donde venga» esperando los aplausos de gente que es incapaz de entender que las raíces del conflicto no sólo son profundas, sino que también tienen más relación con un corazón ardiente que con un cerebro frío y lógico.