La naturaleza se manifiesta y muchas veces los desastres golpean al ser humano, y en este par de semanas hemos podido ver, en distintos lados del país, cómo la naturaleza puede ser un cruel castigador.
La reacción de la ciudadanía ante la creación por parte del Gobierno de una cuenta corriente nos demuestra que la ciudadanía está convencida que el Gobierno tiene la responsabilidad de correr con todos los gastos de una catástrofe. Bueno, a mí también me gustaría que ocurriera algo así, pero el mundo no está regido por responsabilidades morales, o en realidad sí, pero tras la idea de moralidad puede residir cualquier moral, y, con ello, cualquier lealtad.
Por otro lado, también está implícita (y a veces explícita) la opinión sobre la irresponsabilidad social derivada de la misma democracia representativa, donde se asume que por confiar la mayoría en un sector de la casta política, esta mayoría pierde inmediatamente la responsabilidad de sí mismos, clamando y exigiendo por asistencia como un beneficio incluido en el sufragio, algo así como una inversión en las urnas.
Si bien se supone que un Gobierno debería dirigir los destinos de una unidad social y hacer lo posible por el bien superior, no está explicitado cuál es dicho bien superior, y la ausencia de una presión social real — es decir, física, no virtual — que deje demostrado cuál sería tal bien común, otorga una amplia libertad al regente de turno para decidir cuál es el bien superior. Este vicio no es casual, y reside en la misma base de la cómoda democracia chilena: renunciar a la responsabilidad individual y esperar que el Gobierno se encargue de todo.
Entiendo perfectamente que una catástrofe natural no es culpa de ningún individuo, pero tampoco son culpa del Gobierno, pese a lo que algunos digan. Desafortunadamente para los que alimentan esta democracia irresponsable, esto significa que la élite gobernante no tiene ninguna obligación de responder por desgracias naturales. Personalmente, perdí bastantes objetos de valor (para mí) en terremotos, pero no veo qué culpabilidad puede recaer sobre el gobierno de turno sobre algo que no puede manejar.
La ciudadanía es lo suficientemente ilusa para creer que los parlamentarios pueden usar sus salarios para ayudar. Creo que esto no merece mayor análisis, es sencillamente una opinión de aquéllos que sencillamente no deberían tener acceso a la tecnología, mucho menos a ser escuchados. Tampoco me gusta el Gobierno, ni los parlamentarios, ni la democracia ni el estado, pero eso no me permite el desgaste neuronal de pensar semejantes cosas, algo así como pensar que el Vaticano le va a dar sus tesoros a los pobres. Éste es el planeta Tierra.
Y se vuelve a lo mismo: el bien superior. ¿Por qué habríamos de esperar que un político se mueva por alguien, cuando, en realidad, su idea del bien superior es aquélla de que la mayoría lo quiso en dicho puesto, porque la mayoría quiso continuar con el mismo sistema que dice odiar?
Mientras el bien superior siga siendo una fantasía individual, difícilmente tendremos una democracia objetiva y realmente representativa. Probablemente, sea el bien superior el que quiere que esta democracia se desarme de una vez por todas.