Artículo publicado originalmente como “The Fascist Dream, Part 3”, por Maurice Bardèche, en Counter-Currents. Traducción por A. Garrido.
Parte 3 de 3
Nota del Editor:
“El Sueño Fascista” es la tercera parte y final de Qu’est-ce que le fascisme? (¿Qué es el Fascismo?) De Maurice Bardèche (Paris: Les Sept Couleurs, 1961).
El propósito del Estado fascista es dar forma al hombre de acuerdo a un modelo particular. A diferencia de los Estados democráticos, los Estados fascistas no vacilan en enseñar sobre moral. Los fascistas piensan que la voluntad y energía disponibles para la nación son su capital más preciado. Ellos hacen su más alta prioridad incentivar las cualidades colectivas que dan forma y preservan la energía nacional. Buscan desarrollar cualidades nacionales tales como la disciplina, el gusto por el orden, el amor al trabajo, el sentido del deber y del honor. En la práctica de tareas cotidianas, estos principios morales nacionales son expresados en un sentido de responsabilidad, un sentido de solidaridad, conciencia de los deberes del mando, el sentimiento de estar en el hogar en un orden aceptado y en una tarea importante.
Estos sentimientos no son enseñados en escuelas con frases escritas en pizarrones. Si la educación es para despertarlos en un niño, es el propio régimen el que debe desarrollarlos en los hombres, con justicia en la distribución del ingreso nacional, por el ejemplo que establece, por las tareas que éste desarrolla.
La disciplina no surge en la acción con el toque de una varita mágica o en respuesta a un llamamiento grandilocuente: es una señal de la estima que un pueblo da a aquellos que lo dirigen, y un régimen debe ganar esto cada día mediante la seriedad de sus acciones y la sinceridad de su amor al país. La disciplina de una nación es un arma que es forjada como la disciplina de un ejército. Se entiende que es un tesoro que debe ser protegido. Pero es por sobre todo la recompensa de hombres que se entregan completamente a su trabajo y son ejemplos de coraje, abnegación y honestidad.
Esta cohesión de la voluntad nacional es, además, posible sólo en un país limpio. Ningún régimen debería estar más preocupado por el honor, honestidad, salud moral que un régimen autoritario, y debe primero que todo ser implacable en consideración a sus propios funcionarios. Esto no siempre ha sido visto en el pasado. Pero hay muchas otras cosas que no siempre hemos visto en el pasado. Tal auto-disciplina es la única cosa que legitima la disciplina que uno exige de los demás.
Pero la política de limpieza es más que sólo eso. Es también sobre la eliminación sistemática de todo lo que desincentiva, mancha y desagrada. No estoy hablando de revistas pornográficas cuya supresión los devotos y moralistas creen que salvará a la nación. Principalmente, hablo de las fortunas amasadas sin trabajo, éxito injustificado, ladrones triunfantes y sinvergüenzas, el espectáculo que es infinitamente más desmoralizante y dañino que las nalgas de chicas de portada. No quiero el reino de la virtud, mucho menos del orden moral. Pero considero que es obvio que uno no puede pedir a un pueblo que ame su trabajo y que lo haga con seriedad y precisión sin remover de circulación social a aquellos que insultan nuestro trabajo y nuestra conciencia mediante su manera de hacerse ricos.
El fascismo no solamente propone otra imagen de la nación sino que del hombre. El fascismo premia algunas cualidades humanas sobre todas las demás porque las mismas parecen dar fuerza y duración al Estado así como significado a las vidas individuales. Estas son las cualidades que han sido requeridas en todos los tiempos de los hombres que participan en empresas difíciles y peligrosas: coraje, disciplina, el espíritu del sacrificio, energía – virtudes requeridas de los soldados en combate, pioneros, marineros en peligro. Estas son cualidades peculiarmente militares y, por así decirlo, animales: nos recuerdan que la primera tarea del hombre es proteger y someter, un llamado que la gregaria y pacificada ciudad nos lleva a olvidar, pero que es despertado por el peligro y cada logro difícil donde el hombre de nuevo encuentra sus adversarios naturales: tormentas, catástrofes, desiertos.
Las cualidades humanas del hombre han engendrado otras que son inseparables de él, porque pertenecen a un código de honor que fue establecido en el peligro: ellas son la lealtad, fidelidad, solidaridad, abnegación. Estas cualidades son los fundamentos de las relaciones entre hombres en todos los tiempos, incluso en horas de incertidumbre y abandono. Constituyen un sistema de compromisos mutuos sobre los que todos los grupos de hombres pueden vivir. El resto de la moralidad es nada más que una serie de aplicaciones, que siempre varían con el tiempo y lugar.
Estas cualidades que son funcionales, por así decirlo, y que el sueño fascista toma como esencial, a su vez dan lugar a otras que son su refinación, que siempre con tiempo y lugar, y que se vuelven esenciales a su vez, en la medida que el animal humano es más conciente de quién es y de lo que merece. Estas cualidades son lujos que las sociedades militares se dieron a sí mismas mientras tomaban forma y constituían su jerarquía. Ellos incluyen el orgullo, escrupulosidad en votos, generosidad, respeto a un adversario valiente, protección del débil y desarmado, desprecio a los mentirosos y respeto a aquellos que luchan justo.
Estas cualidades cívicas todavía agitan oscuras palpitaciones cuando nuestras ciudades decadentes honran a aquellos que, en el pasado, hicieron su negocio para luchar y ser plenamente hombres. Ellos se encontraron tanto en el ejército como en órdenes religiosas, entre los príncipes sarracenos y samurai. Ellos constituyen, en el fondo, el único código que las sociedades militares han reconocido según su vocación; ellos son esenciales al honor del soldado.
Se nos dice que más tarde los monjes guerreros se convirtieron en matones y sodomitas, barones ladrones, y príncipes degolladores. ¿Cuándo la riqueza y sobre todo el poder no han degradado? Es la idea lo que importa. Esta hermosa bestia humana, esta saludable bestia humana soñaba el fascismo.
Sin duda es triste que el lodo de la guerra lo haya hecho casi irreconocible, que la furia de la guerra lo haya borrado como una estatua en el desierto, azotada por los vientos de la venganza y el odio. No digo “esto es lo que fue”. Digo “esto es lo que podría haber sido y a veces fue”. Esto es el sueño fascista, que fue el sueño en el corazón de unos pocos.
La derrota del fascismo no debería hacernos olvidar que la imagen existe, que aún permanece grande, y que otros pueden encontrarla de nuevo bajo nuevos nombres. El mismo término fascismo sin duda se hundirá, porque está demasiado cargado con calumnias, porque está perdido en un mar de sombras bajo una niebla maligna. ¿Pero qué importa la palabra? Todos sabemos que la orden espartana, el hombre espartano, es el único escudo que permanecerá cuando la sombra de la muerte se levante sobre Occidente. Lenin profetizó que el fascismo sería la última forma adoptada para la supervivencia por las sociedades que no se rindan sin pelear contra la dictadura comunista. Si Occidente ya no tiene fuerza, si desaparece como un hombre viejo que se ahoga, no podemos hacer nada por él. Pero si se levanta para defenderse, la profecía de Lenin se hará realidad. Bajo un nombre diferente, un rostro diferente, y sin duda sin proyecciones del pasado, en la forma de un niño que no reconocemos, la cabeza de una joven Medusa, el orden espartano renacerá: y paradójicamente, sin duda, será la última defensa de la Libertad y la buena vida.