El concepto de raza de Julius Evola: Un racismo de tres grados

El concepto de raza de Julius Evola: Un racismo de tres grados

Textos » Otros Textos » Textos » Traducciones | Autor: | 9.4.2015

Artículo publicado originalmente como “Julius Evola’s Concept of Race: A Racism of Three Degrees”, por Michael Bell, en Counter-Currents. Traducción por A. Garrido.

Desde el surgimiento de la antropología física, la definición del término “raza” ha sufrido varios cambios. En 1899, William Z. Ripley declaraba que, “La raza, propiamente hablando, es responsable sólo de aquellas peculiaridades, mentales o corporales, que son transmitidas con constancia a lo largo de líneas de descendencia física directa” [1].

En 1916, Madison Grant la describió como la “inmutabilidad de caracteres somatológicos o corporales, con que está estrechamente asociada la inmutabilidad de predisposiciones físicas e impulsos” [2]. De él se hizo eco una década más tarde el antropólogo alemán Hans F. K. Günther, quien en su Elementos Raciales de la Historia Europea dijo: “Una raza se manifiesta en un grupo humano que se delimita de todo otro grupo humano a través de su propia adecuada combinación de características corporales y mentales, y a su vez produce sólo su tipo”[3].

Según el psicólogo evolucionista canadiense nacido en Inglaterra, J. Philippe Rushton:

Cada raza (o variedad) se caracteriza por una más o menos distinta combinación de rasgos morfológicos, conductuales, psicológicos heredados…La formación de una nueva raza tiene lugar cuando, a lo largo de varias generaciones, los individuos de un grupo se reproducen más frecuentemente entre sí que con individuos de otros grupos. Este proceso es más aparente cuando los individuos viven en áreas geográficas diversas y por lo tanto evolucionan adaptaciones reconocibles únicas (tales como el color de piel) que son ventajosas en sus entornos específicos [4].

Estos ejemplos indican que, dentro del contexto académico (donde aquellos que aún creen en la “raza” están luchando una batalla perdida contra los hierofantes de la antropología cultural), una raza es simplemente un grupo humano con rasgos físicos y mentales comunes distintos que son heredados.

Entre los racialistas blancos, donde la raza tiene más que una importancia meramente científica, una dimensión más profunda ha sido añadida al concepto: la del espíritu. En La Decadencia de Occidente, Oswald Spengler expone la idea de las “formas del alma” apolíneas, fáusticas y mazdeistas, que pueden ser entendidas como tipos raciales espirituales [5]. En su muy influyente tomo spengleriano Imperium, Francis Parker Yockey elaboró su noción, afirmando que mientras existen individuos genéticamente relacionados dentro de cualquier grupo humano particular, la raza en sí es espiritual: se trata de un profundo sentido de identidad conectado con un impulso de perpetuar no sólo genes, sino que toda una forma de vida. “La raza impulsa hacia la auto-preservación, la continuación del ciclo de generaciones, incremento de poder” [6]. La raza espiritual es un impulso hacia el destino colectivo.

El lado espiritual de la raza, sin embargo, nunca fue sistemáticamente explicado en la misma medida que el físico. Su existencia fue, en cambio, meramente sugerida y dada por sentado. Fue sólo en los escritos del muy pasado por alto tradicionalista radical y esoterista italiano Julius Evola, que la dimensión espiritual fue finalmente articulada en detalle. Uno que ha estudiado la raza desde perspectivas biológicas, psicológicas y sociales debiera recurrir los escritos de Evola para una lección que culmine el tema. Los escritos de Evola proveen una riqueza de información que uno no puede conseguir en otro lugar. A través de un cuidadoso análisis de la literatura antigua y mitos, junto con antropología, biología, historia y materias relacionadas, Evola ha construido una comprehensiva explicación del espíritu racial.

Mi propósito aquí es simplemente esbozar la doctrina de raza de Evola. Ya que la vida y carrera de Evola han sido detenidamente examinadas en otra parte [7], el único dato biográfico relevante aquí es que los pensamientos de Evola sobre raza fueron oficialmente adoptados como política por el Partido Fascista de Mussolini en 1942 [8].

Cuerpo y Mente

La definición precisa de “raza” de Evola es similar a la de Yockey: es una esencia interna que una persona debe “tener”; esto será explicado más adelante. Mientras tanto, un buen punto de partida es la comprensión de Evola de los distintos grupos humanos.

Evola está de acuerdo con los antropólogos físicos en que existen distintos grupos con rasgos físicos comunes producidos por un genotipo común: “la forma externa…que, de nacimiento en nacimiento, deriva del “gen”… se llama fenotipo [9]”. Él se refiere a estos grupos como “razas del cuerpo”, y coincide con Günther en que ejemplos adecuados incluyen a los nórdicos, mediterráneos, bálticos orientales, orientálidos, negroides, y muchos otros [10].

Evola describe a la “raza del alma” como los rasgos colectivos mentales y conductuales de una estirpe humana, y el “estilo” exterior a través de los cuales éstas se exhiben. Cada raza tiene esencialmente las mismas predisposiciones mentales; todos los pueblos humanos, por ejemplo, desean satisfacción sexual de una pareja. Sin embargo, cada estirpe humana manifiesta externamente estos instintos internos en una manera diferente, y es este “estilo”, como Evola lo llama, el componente clave de la “raza del alma”.

Para ilustrar este punto, compare al strategos espartano (alma nórdica) con el shofet cartaginés (alma levantina) [11]: el espartano considera heroico pelear mano-a-mano con escudo y lanza y cobarde atacar a la distancia con proyectiles, mientras que el cartaginés encuentra natural emplear elefantes y equipo de gran asedio para consternar absolutamente y dispersar a sus enemigos para una victoria conveniente.

El nombre de estas razas del alma corresponde con los del cuerpo, por consiguiente un alma nórdica, un alma mediterránea, un alma levantina, etc. Evola dedica un capítulo completo en El hombre entre las ruinas a comparar el alma “nórdica” o “ario-romana” con la “mediterránea”. El alma nórdica es la de “la raza del hombre activo, del hombre que siente que el mundo se presenta a él como material de posesión y ataque” [12]. Es el carácter por excelencia del “tipo fuerte y silencioso”:

Entre ellos deberíamos incluir el auto-control, una audacia iluminada, un discurso conciso, una conducta determinada y coherente, y una actitud dominante fría, exenta de personalismo y vanidad… El mismo estilo es caracterizado por acciones deliberadas, sin grandes gestos; un realismo que no es materialismo, sino más bien amor a lo esencial…La disposición a unir, como seres humanos libres y sin perder la propia identidad, en vista de una meta superior o por una idea. [13]

Evola también cita a Helmuth Graf von Moltke (el anciano) sobre el ethos nórdico: “Habla poco, haz mucho, y se más de lo que aparentas ser” [14].

El alma mediterránea es la antítesis de la nórdica. Este tipo de persona es un vano, ruidoso, presumido que hace cosas sólo para hacerse notar. Tal persona podría incluso hacer grandes hazañas a veces, pero ellas no son hechas principalmente por su valor positivo, sino simplemente para llamar la atención. Además, el mediterráneo hace de la sexualidad el punto focal de su existencia [15]. El parecido de esta imagen al americano promedio narcisista, obsesionado-con-sexo-y-celebridad de hoy – ya sea genéticamente nórdico o mediterráneo – llama la atención. No hay más que mirar American Idol o navegar a través de perfiles de Myspace.com para ver esto.

La raza del espíritu

El más profundo y por lo tanto más complicado aspecto de la raza para Evola es el del “espíritu”. Él lo define como “la actitud variante de una estirpe humana hacia el mundo espiritual, supra-humano y divino, tal como se expresa en la forma de sistemas especulativos, mitos, y símbolos, y la diversidad de la propia experiencia religiosa” [16]. En otras palabras, es la manera en que los diferentes pueblos interactúan con los dioses mientras se transmiten a través de sus culturas; una “cultura” incluiría rituales, arquitectura de templo, el rol de un sacerdocio (o la completa falta del mismo), jerarquía social, el estatus de las mujeres, simbolismo religioso, sexualidad, arte, etc. Esta cultura, o visión del mundo, sin embargo, no es simplemente el producto de causas sociológicas. Es el producto de algo innato dentro de una estirpe, “una fuerza meta-biológica, que condiciona tanto las estructuras físicas como psíquicas” de sus miembros individuales [17].

La fuerza “meta-biológica” en cuestión tiene dos formas diferentes. La primera corresponde a una identificación o un inconciente colectivo, un tipo de mente-espíritu grupal que se divide en espíritus individuales y entra al cuerpo de un miembro del grupo al nacer. Evola lo describe como “subpersonal” y perteneciente “a la naturaleza y al mundo infernal” [18]. Los pueblos más ancestrales, según explica, representaban esta fuerza simbólicamente en sus mitos y sagas; ejemplos incluirían los tótems animales de los aborígenes americanos, el ka de los egipcios faraónicos, o los lares de los pueblos latinos. La naturaleza “infernal” del último ejemplo era enfatizada por el hecho de que se creía que los lares eran regidos por una deidad subterránea llamada Mania [19]. Cuando una persona moría, este elemento metafísico sería absorbido de vuelta en el colectivo de donde vino, sólo para ser reciclado en otro cuerpo, pero desprovisto de cualquier recuerdo de su vida anterior.

La segunda forma, superior a la primera, es una que no existe en cada estirpe naturalmente, o en cada miembro de una determinada estirpe; es una fuerza de otro mundo que debe ser dibujada en la sangre de un pueblo a través de la práctica de ciertos ritos. Esta acción corresponde a la noción hindú de “realización del ser”, o experimentar una unidad con la fuente divina de toda la existencia y el orden (Brahman). Esta tarea sólo puede ser lograda por unos pocos dotados, que al hacer esta conexión divina se someten a una transformación interior. Ellos se vuelven concientes de los principios inmutables, en el nombre de los cuales ellos avanzan para forjar su parentesco étnico en estados holísticos – versiones microcósmicas del principio trascendente del orden mismo.  Así, los brahmanes y kshatriyas de la India, los patricios de Roma, y los samurai de Japón tenían una “raza del espíritu”, que es esencialmente “tener raza” en sí. Otros podrán tener las razas del cuerpo y el alma, pero la raza del espíritu es la raza par excellence.

La trascendencia experimentada diferentemente por grupos étnicos diferentes. Como resultado, diferentes entendimientos de lo inmutable surgen alrededor del mundo; de estas diferencias emergen varias “razas del espíritu”. Evola se enfoca en dos en particular. El primero es el “espíritu telúrico” caracterizado por una profunda “conexión con el suelo”. Esta raza alaba a la Tierra en sus varias manifestaciones culturales (Cybele, Gaia, Magna Mater, Ishtar, Inanna, etc.) y una asociación de “demonios”. Su visión de la vida después de la muerte es fatalista: el espíritu individual es engendrado desde la Tierra y luego retorna a la Tierra, o al eterno reino de Mania, después de la muerte, sin ninguna otra posibilidad [20]. Su sociedad es matriarcal, con los hombres a menudo tomando los apellidos de sus madres y siendo la descendencia familiar trazada a través de la madre. Además, las mujeres a menudo sirven como altas sacerdotisas. El sacerdocio, de hecho, recibe preeminencia, donde el elemento guerrero aristocrático es subordinado, si es que existe en absoluto.

Esta raza ha tenido representantes en todas las tierras de Europa, Asia, y África que fueron primero pobladas por pre-arios: los íberos, etruscos, pelásgico-minoicos, fenicios, los pueblos del Valle del Indo, y todos los otros de origen mediterráneo, oriental y negroide. Las invasiones de estirpe aria introducirían a estos pueblos un espíritu racial diametralmente opuesto: la raza “solar” u “olímpica”.

La segunda raza adora al celestial dios del orden, manifestado como Brahman, Ahura-Mazda, Tuisto (el antecedente de Odín), Cronos, Saturno, y las varias deidades solares de América hasta Japón. Su método de adoración no es la auto-postración y humildad practicada por semitas, o las extáticas orgías de los mediterráneos, sino la acción heroica (para los guerreros) y la contemplación meditativa (para los sacerdotes), ambas de las cuales establecen un enlace directo con lo divino. Las sociedades olímpicas son jerárquicas, con una casta sacerdotal en la parte superior, seguida por una casta guerrera, luego una casta de comerciantes, y finalmente una casta trabajadora. El gobernante mismo asume el rol dual de sacerdote y guerrero, que demuestra que el sacerdocio no ocupa el timón de la sociedad como lo hacían entre los pueblos telúricos. Finalmente, la vida después de la muerte no era vista como una inescapable disolución en la nada, sino que como una de dos potenciales conclusiones de una prueba. Aquellos que vivan de acuerdo a los principios de su casta, sin extraviarse mucho del sendero, y quienes lleguen a “darse cuenta del ser”, experimentan una unidad con Dios y entran al celestial reino que está más allá de la muerte. Aquellos que vivan una vida indigna, una existencia inquieta que sitúa todo el énfasis en las cosas materiales y físicas, sin darse cuenta de la presencia del ser divino dentro de toda vida, sufren la “segunda muerte” [21], o el regreso a la mente-espíritu racial colectivo mencionado antes.

La raza olímpica ha aparecido a lo largo de la historia en las siguientes formas: en América como los Incas; en Europa y Asia como los pueblos hablantes del indo-europeo; en África como los egipcios; y en el lejano Este como los japoneses. Generalmente, esta raza del espíritu ha sido transportada por oleadas de pueblos fenotípicamente nórdicos, que se explicarán más adelante.

Génesis racial

De considerable importancia para la cosmovisión racial de Evola es su explicación de la historia humana. Contrario a las visiones de la mayoría de los antropólogos físicos y arqueólogos, e incluso de muchos intelectuales racialistas blancos, la humanidad no evolucionó de un primitivo ancestro simio, y luego se bifurcó en diferentes poblaciones genéticas. La evolución en sí es una falacia para Evola, quien creía que estaba arraigada en la igualmente falsa ideología del progresismo: “No creemos que el hombre deriva del simio por evolución. Creemos que el simio se deriva del hombre por involución. Estamos de acuerdo con De Maistre en que los pueblos salvajes no son pueblos primitivos, sino que los remanentes degenerados de razas más antiguas que han desaparecido” [22].

Evola argumenta en muchos de sus trabajos, como Bal Ganghadar Tilak y René Guénon antes que él, que los pueblos arios del mundo descienden de una raza que una vez habitó el Ártico. En una “prehistoria distante” esta tierra fue el asentamiento de una súper-civilización – “súper” no por sus logros materiales, sino por su conexión con los dioses – que ha sido recordada por varios pueblos como Hiperbórea, Airyana-Vaego, Mount Mero, Tullan, Eden, y otras etiquetas; Evola usa interpretación helena “Hiperbórea” más que el resto, probablemente para mantenerse consecuente y evitar confusión con sus lectores. Los hiperbóreos mismos, según explica, fueron los portadores originales de espíritu racial olímpico.

Debido a un horrible cataclismo, el asentamiento primordial fue destruido, y los hiperbóreos fueron forzados a migrar. Una fuerte concentración de refugiados terminó en un ahora perdido continente en algún lugar en el Atlántico, donde establecieron una nueva civilización que corresponde a la “Atlántida” de Platón y la “Tierra Occidental” de los Celtas y otros pueblos. La historia se repite a sí misma, y finalmente este asentamiento fue también destruido, enviado una oleada de migrantes hacia el Este y hacia el Oeste. Como Evola señala, esta particular oleada “[correspondió] al hombre de Cro-Magnon, quien hizo su aparición hacia el final de la era glaciar en la parte occidental de Europa”, [23] proporcionando así cierta evidencia histórica a su relato. Esta estirpe “puramente aria” finalmente se convertiría en la raza proto-nórdica de Europa, que luego evolucionaría localmente en una multitud de estirpes nórdicas que viajaron a lo largo del mundo y fundaron las más grandes civilizaciones, desde el Perú Inca hasta el Japón Sintoista.

Evola destina menos tiempo a trazar la génesis de los pueblos no-blancos, a los que constantemente se refiere como razas “autóctonas”, “bestiales”, y “sureñas”. En su trabajo seminal Revuelta contra el mundo moderno, él dice que “las razas proto-mongoloides y negroides…probablemente representaron los últimos residuos de los habitantes de un segundo continente, ahora perdido, que estaba localizado en el Sur, y que algunos han designado como Lemuria”.[24] En contraste con los superiores nórdico-olímpicos, estas estirpes fueron adoradores telúricos de la Tierra y sus demonios elementales. Los semitas y otras razas mezcladas, Evola afirma, son productos del mestizaje entre colonos atlantes y estas razas lemurianas. Civilizaciones tales como las pre-helénicas, Mohenjo-Daro, egipcios pre-dinásticos, y fenicios, entre incontables otras, fueron fundadas por estos pueblos mezclados.

Racialismo en práctica

Los movimientos racialistas desde la Alemania nacionalsocialista hasta la América contemporánea, han tendido a enfatizar la preservación de los tipos raciales físicos. Mientras los fenotipos fueron importantes para Evola, su principal meta para el Racialismo fue salvaguardar el espíritu racial olímpico del hombre europeo. Fue desde este espíritu que las más grandes civilizaciones indo-europeas recibieron la fuente de su liderazgo, los principios alrededor de los que centraron sus vidas, y así el manantial de su vitalidad. Mientras de Gobineau, Grant, y Hitler argumentaron que la pureza de sangre era el factor determinante en la vida de una civilización, Evola sostuvo que “Sólo cuando la ‘raza espiritual’ de una civilización está desgastada o rota, comienza su decadencia”[25]. Cualquier pueblo que se dirija a mantener un ideal racial físico sin sustancia espiritual interna es una raza de “animales muy hermosos destinados a trabajar”, [26] pero no destinados a producir una alta civilización.

La importancia de los fenotipos es descrita así: “La forma física es el instrumento, expresión, y símbolo de la forma psíquica” [27]. Evola sintió que sólo sería posible descubrir el deseado tipo espiritual (olímpico) a través de una examen sistemático de los tipos físicos. Incluso para Evola, un barón siciliano, el mejor lugar para mirar en este sentido era el “cuerpo ario o ario-nórdico”; como menciona en varias ocasiones, era, después de todo, esta raza la que transportó la tradición olímpica a lo largo del mundo. Él llamó a este proceso de selección física “racismo de primer grado”, que era la primera de tres etapas.

Una vez que el fenotipo nórdico apropiado era identificado, varias pruebas “adecuadas” que comprendían el racismo de segundo y tercer grado serían implementadas para determinar el alma y espíritu racial de una persona [28]. Evola nunca trazó un programa específico para esto, pero hace alusiones en sus trabajos a evaluaciones en que las opiniones políticas y raciales de una persona serían tomadas en cuenta. En su Elementos de Educación Racial, él afirma que “El que dice sí al racismo es aquel en que la raza aún vive”, y quien tiene raza está intrínsecamente en contra de los ideales democráticos. Él también compara el verdadero racismo con el “espíritu clásico”, que está arraigado en la “exaltación de todo lo que tiene forma, rostro e individualización, en oposición a lo que es sin forma, vago, e indiferenciado”[29]. Tener en mente que para Evola, “tener raza” es sinónimo con tener “raza olímpica” del espíritu. Al descubrir una mentalidad que se ajusta al criterio para alma y espíritu, una subsecuente educación de “disciplinas apropiadas” sería llevada a cabo para asegurar que el espíritu racial dentro de esta persona sea “mantenido y desarrollado”. Mediante tales rituales, conducidos en una amplia escala, una nación puede determinar aquellas personas dentro de ella que encarnan el ideal racial y la capacidad para el liderazgo.

Proteger y desarrollar a los nórdicos-olímpicos era principal para Evola, pero su Racialismo tenía otras metas. Él buscaba producir un “tipo unificado”, o una persona en quien las razas del cuerpo, alma, y espíritu coincidieran unas con otras y trabajaran juntas armoniosamente. Por ejemplo: “Un alma que experimenta al mundo como algo ante lo que toma activamente una posición, que considera al mundo como un objeto de ataque y conquista, debería tener un rostro que refleje mediante rasgos marcados y atrevidos su experiencia interior, un delgado, alto, inquieto, erguido cuerpo – un cuerpo ario o nórdico-ario”`[30].

Esto era importante porque “no es imposible que las apariencias físicas peculiares de una raza determinada puedan ser acompañadas por rasgos psíquicos de una raza diferente” [31]. Para Evola, si la gente elige parejas sólo en base a las características físicas, existe una buena posibilidad de que diferentes elementos mentales y espirituales se entremezclen y generen una confusión peligrosa; habrían nórdicos con características mentales semíticas y predisposiciones espirituales asiáticas, alpinos con proclividades nórdicas y actitudes religiosas fatalistas, y así sucesivamente. Tal mezcla era lo que Evola consideraba un tipo mestizo, en quién los “mitos cosmopolitas de la igualdad” se vuelven mentalmente manifestados, pavimentando así el camino a la bestia de la democracia y el comunismo para impregnar a la nación y tomar el control.

Evola se preocupaba más del tipo racial aristocrático, pero no quería que la población se convirtiera en una masa bastardizada: “Debemos comprometernos a la tarea de aplicar a la nación en su conjunto el criterio de coherencia y unidad, de correspondencia entre los elementos externos e internos” [32]. Si la aristocracia tenía como sus súbditos una mancha sin espíritu, un pueblo internamente roto, la nación no tendría ninguna esperanza. Para el Estado fascista, él promovió una campaña educacional para asegurar que las personas de Italia seleccionaran a sus parejas apropiadamente, buscando tanto apariencias como comportamiento; los no-europeos serían, por supuesto, excluidos por completo. El sistema escolar desempeñaría su rol, así como la literatura popular y el cine [33].

Otra manera para desarrollar la “raza interna” es a través del combate. No el combate en el sentido moderno de presionar un botón y arrasar instantáneamente a miles de personas, sino que el combate como se desenvuelve en las trincheras y en el campo de batalla, cuando es hombre contra hombre, así cómo el hombre contra sus demonios internos. Evola escribe “la experiencia de la guerra, y los instintos y corrientes de fuerzas profundas que emergen a través de tal experiencia, dan al sentido racial una correcta y fecunda dirección”[34]. Mientras tanto, el cómodo estilo de vida burgués y su visión del mundo pacifista conducen a la paralización de la raza interior, que en última instancia se extinguirá si de ahí en adelante es infligido daño exterior (mediante la entremezcla con elementos inferiores).

Conclusión

Los racialistas americanos tiene mucho que ganar de una introducción al pensamiento de Evola sobre la raza. En el contexto americano, el Racialismo está virtualmente desprovisto de cualquier elemento espiritual elevado; muchos racialistas incluso se sienten orgullosos de esto. Existen, sin duda, muchos racialistas que se consideran devotos católicos o protestantes, y puede que incluso lo sean. Sin embargo, a la realidad de la raza como fenómeno espiritual se le da poca atención, si es que alguna en absoluto. Por alguna razón, los racialistas americanos están convencidos de que la grandeza de la civilización occidental, evidenciada por su literatura, arquitectura, descubrimientos, invenciones, conquistas, imperios, tratados políticos, logros económicos, y similares, se encuentra solamente en las características mentales de su pueblo. Por ejemplo, los romanos erigieron el Coliseo, los ingleses inventaron el capitalismo, y los griegos desarrollaron el teorema de Pitágoras, simplemente porque todos ellos tenían altos C.I. Cuando uno compara los logros de diferentes pueblos occidentales, y aquellos de Occidente con Oriente, sin embargo, esta explicación parece inadecuada.

La inteligencia por si sola no puede explicar los diferentes estilos que son transmitidos a través de formas culturales de diferentes pueblos; el orden corintio de los griegos por un lado, y las mezquitas árabes y minaretes por otro, no son resultados del mero intelecto. Las explicaciones sociológicas tampoco funcionan; los egipcios y mayas vivieron en entornos inmensamente diferentes, sin embargo ambos evocaron su estilo a través de pirámides y jeroglíficos. La única explicación para estos fenómenos es que hay algo más profundo dentro de un pueblo, algo más profundo y más poderoso que estructuras corporales y predisposiciones mentales. Como Evola dilucida a través de su multitud de trabajos – ellos mismos resultado de intenso estudio de textos antiguos y modernos de cada disciplina imaginable – la raza tiene un aspecto “súper-biológico”: una fuerza espiritual. Los pueblos antiguos entendieron esta realidad y lo transmitieron a través de sus mitos: los romanos usaron los lares; los mayas usaron símbolos animales totémicos; los persas usaron los fravashi, que fueron sinónimos de las valkirias nórdicas [35]; los egipcios usaron el ka; y los hindúes en el Bhagavad-Gita usaron al señor Krishna.

Para mejor entender el lado espiritual de la raza, el mejor lugar para mirar es Julius Evola. A través de sus trabajos, que han influenciado mucho a la Nueva Derecha Europea, Evola disecciona y examina el concepto de Vokgeist, o espíritu racial. Es la fuerza supernatural que anima los cuerpos de una raza determinada y estimula las conexiones en sus cerebros. Es la sustancia de la que surgen las culturas, y de la cual una aristocracia se materializa para elevar a aquellas culturas a altas civilizaciones. Sin ella, una raza es simplemente una tribu de autómatas que se alimentan y copulan:

Cuando el elemento súper biológico que es el centro y medida de la verdadera virilidad está perdido, la gente puede llamarse a sí misma hombres, pero en realidad no son más que eunucos y su paternidad simplemente refleja la calidad de animales que, cegados por instinto, procrean al azar a otros animales, que a su vez son meros vestigios de la existencia [36].

En ningún lugar las ideas raciales de Evola serían más valiosas que en los Estados Unidos, una tierra en que la idea de realidades trascendentes es objeto de burla, si no es violentamente atacada. Incluso los racialistas americanos, que ven con nostalgia los tiempos “mejores” cuando la gente era más “tradicional”, son completamente inconscientes de cómo la tradición aria, en su forma más pura, entiende el concepto de raza. Muchas de estas personas afirman ser “arios” mientras que a la vez se llaman a sí mismos “ateos” o “agnósticos”, a pesar de que en sociedades ancestrales, uno necesitaba practicar los ritos religiosos necesarios y sufrir ciertos juicios antes de tener el derecho a intitularse uno mismo como ario. De ahí la necesidad para estos “ateos arios” de familiarizarse con Julius Evola.

Notas

  1. William Z. Ripley, The Races of Europe: A Sociological Study (New York: D. Appleton and Co., 1899), 1.
  2. Madison Grant, The Passing of the Great Race (North Stratford, N.H.: Ayer Company Publishers, Inc., 2000), xix.
  3. H. F. K. Günther, The Racial Elements of European History, trad. G. C. Wheeler (Uckfield, Sussex, UK: Historical Review Press, 2007), 9.
  4. J. Philippe Rushton, “Statement on Race as a Biological Concept,” 4 Noviembre, 1996, http://www.nationalistlibrary.com/index2.php?option=com_content&do_pdf=1&id=1354
  5. Oswald Spengler, The Decline of the West, 2 vols., trad. Charles Francis Atkinson (New York: Knopf, 1926 & 1928), vol. 1, cap. 6 and 9; cf. vol. 2, ch. 5, “Cities and Peoples. (B) Peoples, Races, Tongues.”
  6. Francis Parker Yockey, Imperium (Newport Beach, Cal.: Noontide Press, 2000), 293.
  7. Ver introducción a Julius Evola, Men Among the Ruins, trad. Guido Stucco, (Rochester, Vt.: Inner Traditions International, 2002).
  8. Evola, Men Among the Ruins, 47.
  9. Julius Evola, The Elements of Racial Education, trad. Thompkins and Cariou (Thompkins & Cariou, 2005), 11.
  10. Evola, Elements of Racial Education, 34–35.
  11. Para más sobre la “raza del alma” Levantina ver Elements of Racial Education, 35.
  12. Evola, Elements of Racial Education, 35.
  13. Evola, Men Among the Ruins, 259.
  14. Evola, Men Among the Ruins, 262.
  15. Evola, Men Among the Ruins, 260. Las descripciones de Evola sobre las proclividades nórdicas y mediterráneas muestra la fuerte influencia de The Racial Elements of European History de Günther
  16. Evola, Elements of Racial Education, 29.
  17. Julius Evola, Metaphysics of War: Battle, Victory & Death in the World of Tradition, ed. John Morgan y Patrick Boch (Aarhus, Denmark: Integral Tradition Publishing, 2007), 63.
  18. Julius Evola, Revolt Against the Modern World, trad. Guido Stucco (Rochester, Vt.: Inner Traditions International, 1995), 48.
  19. Evola, Revolt Against the Modern World, 48.
  20. Evola, Elements of Racial Education, 40.
  21. Evola, Revolt Against the Modern World, 48.
  22. Julius Evola, Eros and the Mysteries of Love, trad. anonymous (Rochester, Vt.: Inner Traditions International, 1991), 9.
  23. Evola, Revolt Against the Modern World, 195.
  24. Evola, Revolt Against the Modern World, 197.
  25. Evola, Revolt Against the Modern World, 58.
  26. Evola, Revolt Against the Modern World, 170.
  27. Evola, Elements of Racial Education, 30.
  28. Julius Evola, “Race as a Builder of Leaders,” trad. Thompkins and Cariou, http://thompkins_cariou.tripod.com/id7.html.
  29. Evola, The Elements of Racial Education, 14, 15.
  30. Evola, The Elements of Racial Education, 31.
  31. Evola, “Race as a Builder of Leaders.”
  32. Evola, Elements of Racial Education, 33.
  33. Evola, Elements of Racial Education, 25.
  34. Evola, Metaphysics of War, 69.
  35. Evola, Metaphysics of War, 34.
  36. Evola, Revolt Against the Modern World, 170.

Fuente: TOQ, vol.9, no. 2 (Primavera 2009).

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