Los nacionalistas apestan. Y me apresuro a aclarar que el término en Sudamérica equivale al fanatismo por los países inventados por el poder económico después de la caída del estúpido gigante comevelas español y del triunfo yanki en América del Norte.
Nacionalistas son los que se creen que una bandera y unos límites definen una identidad. A veces también agregan una religión para todos. Y cuando digo todos digo cualquier identidad que esté dentro de los límites del estado y también los que no tienen identidad alguna.
Estado, nación, religión: todas formas de opresión para las identidades que son devoradas por ellos. Por eso nunca me voy a cansar de repetir: tu dios no es mi dios, tu nación no es mi nación.
Mi nación es una identidad con una espiritualidad y una cultura específicas, más allá de cualquier frontera artificial. Nuestras afinidades nos enriquecen porque son esenciales, mientras que nuestras diferencias son las formas étnicas particulares que intercambiamos para mejorar nuestra cultura.
Hay milenios de historia detrás de nosotros. No tiene sentido entonces discutir temas de la historia europea reciente como si fueran determinantes porque no lo son. Son sí parte de nuestra cultura y los debemos conocer, sin atarnos a ellos.
Es hora de que nos centremos en nuestra propia supervivencia. Y para eso en primer lugar hay que abandonar los estados chauvinistas y sus ideologías podridas desde el inicio. No necesitamos las formas del pasado, necesitamos salvar la sangre desde su más antiguo origen y proyectarla hacia el futuro.
Nuestro nacionalismo es global porque responde al contexto de lo esencial. Sin embargo la prioridad para nosotros es América. Y cuando digo América digo la hermandad consciente de todas las etnias blancas americanas, desde el Polo Norte hasta el Polo Sur. Lo demás ya hace mucho que me ha dejado de interesar.