Por medio del mito y el rito, la cultura siempre ha sido una herramienta útil en las sociedades para poder transmitir a su gente los mensajes que les permiten reafirmar y reproducir sus tradiciones y esencia como pueblos, donde mito se refiere al origen de los hechos y eventos importantes que constituyen la identidad de un pueblo y el rito es la preservación y remembranza del mito por medio de su celebración y conmemoración, es decir, traer al presente aquellos hechos fundadores de nuestra esencia de pueblo y reafirmarlas como propias. En este sentido, podríamos entender a la cultura como un cemento que logra mantener unidos a los ladrillos, que en este caso serían los miembros de una comunidad, conformando un muro sólido y resistente a cualquier embate. Pero cuando nos encontramos desprovistos de este cemento, es decir, de nuestra cultura, cada uno de los ladrillos del muro caen dispersos, algunos pocos se mantienen intactos juntos, pero la mayoría caen dispersos y muchos de ellos rotos. Esta analogía grafica el rol articulador de la cultura como una columna vertebral en la vida humana.
Esta importancia la entendieron muy bien algunos pensadores tales como Antonio Gramsci, quien atribuye a la cultura un potencial revolucionario y transformador. Gramsci plantea que la sociedad funciona a partir de un consenso ideológico a partir de una ideología dominante que va instalando y reproduciendo actitudes, formas de pensar y actuar por medio de los denominados “intelectuales orgánicos”, es decir, aquéllos que se dedican a desarrollar una producción teórica orientada a posicionar su propia ideología representando los intereses de su clase social, logrando crear una hegemonía por parte de esta clase social hacia el resto de las clases. Por otra parte, también juegan un rol fundamental en la construcción de consenso el “intelectual colectivo”, o en otras palabras, las organizaciones políticas, en donde cada uno de sus miembros desarrollan funciones de intelectual de forma organizada y dirigida a disputar la hegemonía producida por la sociedad por medio de la creación de un nuevo consenso a partir de la lucha ideológica.
La agenda globalista de la modernidad, promocionada por algunos entes internacionalistas, comprendió muy bien estos estudios y decidió aplicarlos de forma radical en las sociedades, expresándose bajo la forma de la mordaza de la corrección política, el desprecio a lo propio o endofobia, la mercantilización de las relaciones humanas, y las diversas agendas destinadas a la división social como son por ejemplo la agenda LGTB, el feminismo radical, el multiculturalismo e inmigración, las campañas pro-aborto, etc.
Esto funciona tratando de confundir haciendo pasar algo lógico como la vida sexual privada de cada uno, la defensa de nuestras mujeres, la preservación de la diversidad cultural por separado y la posibilidad de elección de un embarazo, por algo totalmente monstruoso como incentivar a la confusión de la identidad de género y promover a la homosexualidad como una moda bien vista, promocionar el odio hacia los hombres por parte de nuestras mujeres, auspiciar migraciones masivas de extranjeros étnicos y sustituir a la población nativa por foránea y alentar a las parejas a que no tengan hijos (ejemplos de esto lo encontramos en las coberturas de televisión del Festival de Viña del Mar, en donde dieron excesiva importancia y sobrevaloración a parejas del mismo sexo, los cuales se mostraban como modelos a seguir, o las propagandas de marcas como La Polar, Lápiz López, y Banco Estado, entre otros en las cuales pretenden naturalizar a gente de raza negra como la nueva y verdadera población del país).
Estos males son los que tratan de destruirnos por medio de un genocidio encubierto y sistemático. Ésa es la lucha que libramos, pero ¿por qué dejar que nuestros enemigos se apropien de herramientas teóricas e intelectuales como, por ejemplo, las obras de Gramsci? Señalar a ciertos autores y teorías como responsables de nuestras desgracias, por el solo hecho de ser utilizados hábilmente por nuestros enemigos no nos significará más que privarnos de herramientas útiles para pasar a la ofensiva en nuestra lucha actual: la cultura.
Nuestra lucha identitaria que asume un rol fundamentalmente cultural en este período, requiere de los aportes teóricos de diversas fuentes para su enriquecimiento y para poder, como decía Gramsci, dar un vuelco en la hegemonía ideológica impuesta por aquellos que buscan nuestra extinción.
Por lo tanto, nuestra tarea del momento es desnaturalizar y desmitificar aquello que se nos presenta como normal, inamovible e incuestionable, instalar temas relevantes en la contingencia, promover el debate, el cuestionamiento y la discusión en base a nuestros argumentos y desarrollar y potenciar nuestros medios de comunicación por diversas redes y plataformas que se encuentren a nuestra disposición y a nuestro alcance, además de identificar los diversos puntos, focos y lugares de interés en donde se debe dirigir y orientar nuestra acción, lo que nos permitirá acercarnos cada vez más a los criollos que se encuentran dispersos en estas latitudes y ayudará a crear conciencia de su propia identidad eurodescendiente reprimida.