Haciendo caso sólo a la realidad, y dejando de lado todo tipo de filtro políticamente correcto, podemos ver el escenario al que nos enfrentamos día a día y asumir que, lisa y llanamente, tenemos problemas con la inmigración: con el tipo de ésta, y con la escasa, sino nula, regulación de ésta por parte de los organismos estatales.
Las fronteras del Estado han fallado, y eso podemos afirmarlo desde el momento en que éste ya no es eficiente a la hora de proteger su diversidad local, sino que se ha vuelto un mero garante de la diversidad como término universal: ya no importa mantener la diversidad de pueblos que ha habitado históricamente el territorio de Chile (pueblos originarios, criollos y pueblos mezcla de indígenas y europeos) y mucho menos sus proporciones, sino sólo que exista diversidad dentro de las fronteras del territorio, aunque dicha diversidad no sea representativa de la cultura histórica del lugar. Así, vemos cómo progresivamente las poblaciones que habitaban los barrios pobres y de clase media van siendo reemplazadas por “refugiados” de otros lados de América, África y Asia. Prácticamente, el Estado ha promovido este tipo de inmigración/importación de personas a través del bombardeo constante de mantras integracionistas/inclusivos en la Educación Básica, donde los niños son usados como embajadores para los planes gubernamentales de “enriquecimiento” cultural. Niños cuyos padres están en directa competencia con los “nuevos chilenos” por el acceso a trabajo y recursos, dicho sea de paso.
Las fronteras del Estado han fallado y, siendo realistas, esta situación no va a cambiar. La clase política no tiene ningún interés que esto cambie: la Izquierda progresista seguirá promoviendo la inmigración por una ciega obsesión por la igualdad y la redistribución de los recursos (es decir, una universalidad del humanitarismo), y la Derecha neoconservadora seguirá promoviendo la inmigración pues necesita de una mano de obra que permita el enriquecimiento con el menor gasto posible. Si aumentas la oferta de personal llegarás a un momento en que las personas terminarán trabajando por lo que sea, pues la oferta superará a la demanda de personal.
Las fronteras del Estado han fallado, y ante el descontento e indiferencia popular frente a la Partidocracia como era conocida en Chile, la clase política ha tenido y tendrá que volcarse a una nueva masa de votantes que, a diferencia de la diversidad histórica de pueblos que ha tenido Chile, sí tiene mucho que ganar: derechos, recursos y un futuro. Al chileno medio la partidocracia ya no satisface sus necesidades, mientras que al “nuevo chileno”, la partidocracia le ofrece un mundo de posibilidades. La partidocracia gana nuevos votantes y los nuevos votantes ganan beneficios. Ambos salen beneficiados. Además, la clase política vive lejos de la competencia por espacio y recursos que enfrenta la clase media y baja en relación a las masas inmigrantes.
Las fronteras del Estado han fallado y seguirán fallando y, seamos honestos, la clase política no va a alterar su agenda respecto a la desregulada inmigración puesto que no le importa: su interés es mantener el poder, poder que continuará detentando en nombre de muchos para direccionarlo hacia sus propios objetivos. Perfectamente, podríamos redactar una propuesta política de acción en relación a la Cuestión Inmigratoria que implementaremos cuando estemos en el poder, pero la verdad es que no llegaremos al poder. Así de claro: las barreras de la partidocracia son tan férreas que impedirán que todo tipo de ideas que vayan en contra de sus intereses puedan siquiera ser consideradas una opción. Y en eso, el duopolio puede luchar de la forma más típica: acusar a dichas alternativas de antidemocráticas, para luego proscribirlas y que pasen al olvido.
Las fronteras del Estado han fallado; entonces, ¿por qué pensar que la solución a los problemas puede provenir de la misma fuente de donde provienen los mismos problemas que nos aquejan? El Estado como tal no va a cambiar. ¿Para qué desgastarse? Siempre verá todo desde una altura tal que jamás comprenderá los problemas domésticos y locales. Problemas domésticos y locales demandan soluciones domésticas y locales. ¿Eres rapanui? Entonces apoya lo rapanui. Quizás eso signifique que te acusen de discriminador. ¿Y qué te importa? Te acusarán de discriminador pero podrás procurar la supervivencia de tu pueblo por mucho tiempo más que si actúas como un no-discriminador y apoyas a todos por igual, que es lo mismo que decir a nadie. ¿El Estado no delimita bien las fronteras y no te garantiza protección? Entonces que desde tu identidad se levanten las fronteras. Puedes trazar la línea entre los tuyos y todos los demás, y apoyar lo local. ¿Eres mapuche? Prefiere lo mapuche. Si no lo prefieres tú, tu identidad terminará reducida a algún maniquí en un museo. ¿Eres criollo? Elige criollo. ¿Te sientes “chileno”? Entonces apuesta por los chilenos que se parezcan a ti, no por los que sencillamente porten un documento de identidad que diga que son tan chilenos como tú. Si tú no trazas esa línea, nadie lo hará por ti. El Estado ya no lo hizo, difícilmente lo hará ahora. No le pidas lo que no te va a dar: el Estado no es un ente mágico que vela por todos, sino que es un grupo de personas que rige en nombre de todos, y si ese grupo piensa que es positivo que la diversidad histórica de Chile sea reemplazada con una diversidad que provenga de todos los lados del mundo, ten por seguro hará todo lo posible porque así sea, y lo hará en tu nombre.
No te preocupes si te acusan por ser discriminador: por lo general, la gente que lo hace es justo la gente que no tiene que lidiar con esos problemas, ya que viven en sus espacios seguros donde jamás se verán afectados por la realidad que a ti te golpea. Cuando vives cómodo en la seguridad de tu barrio, puedes darte el lujo de promover ideas que vayan en perjuicio del resto, una característica más del egoísmo ciego del modernismo acéfalo.
El Estado puede desaparecer mañana y ser levantado y derribado cuantas veces sea necesario. Pero si una identidad se extingue, su desaparición es irreversible. Cuando las fronteras del Estado han fallado, son las fronteras de la Identidad las que imponen el orden en medio del caos.