Este artículo hace referencia exclusivamente a la inmigración de origen no europeo.
Un ya viejo lema nacionalista-patriota rezaba “si vienen que aporten, si no que los deporten”, y la verdad es que sonaba bastante bonito y correcto, y podía hacer que cualquier persona simpatizara y apoyara dicho fundamento. Hoy, a unos cuántos años (¿décadas?) de su invención, dicho lema está completamente obsoleto, y ha generado más daño que beneficio pues, al llegar a gente que el tema inmigratorio le era indiferente, se transformaba luego en partidaria de la selección inmigratoria por mérito. Sin embargo, no se puede acusar exclusivamente al nacionalismo-patriotismo tradicional ius soli (es decir, liberal) de esto, ya que la mentalidad promovida por el Estado se acercaba a esta idea.
Las redes sociales, a través de grupos y páginas donde escribe y coopera gente bastante ignorante, tomando en cuenta las horrorosas fallas ortográficas, gramaticales y de redacción (que, por otro lado, sacan a relucir el fracaso del sistema educacional chileno, pero ésa es otra historia), están llenas de denuncias contra colombianos (eufemismo para referirse a inmigrantes negros) traficantes de drogas y armas, secuestradores de niños, criminales, proxenetas, etc., y un sinnúmero de cargos e historias adscritas que muestran el mal comportamiento de éstos. Todas esas miradas desvían la atención al problema de fondo, pues se enfoca en qué es lo que hacen, no quién lo hace.
Hay muchas verdades y mitos respecto de la inmigración, ninguna de las cuales se discutirán aquí. Para este ejercicio, perfectamente puedo asumir que todas ellas y aún así no cambiaría el argumento de fondo. Imaginemos que todo el argumento chauvinista es cierto: que la inmigración efectivamente aumenta la criminalidad, que los inmigrantes “quitantaajo” a los chilenos honrados hijos-bien-nacidos-de-su-patria, que los inmigrantes drenan el presupuesto público y se apoderan de todos los beneficios que le corresponden a los chilenos, etc., aún así, ninguna de esas razones pesa tanto para considerarlos un problema, pues –con la mentalidad establecida– basta que toda esa realidad cambie para que también cambie la actitud hacia ellos. Para ellos, que alguien “aporte” es suficiente, pues para su mirada altamente meritocrática pero desprendida del liberalismo americano –que es la misma fuente de inspiración de las independencias americanas, Chile incluido– una nación, dentro de lo posible, debe componerse de los mejores elementos, por lo que si una masa inmigrante, independiente de su origen, es “positiva” (comportamiento, productividad, avances tecnológicos, etc.) para la población huésped, entonces no habría problema con que éstos pasaran a formar parte de la nación.
Imaginemos, ahora, que todo el argumento progresista es cierto: que los inmigrantes no aumentan la criminalidad y la mayoría son ciudadanos “de bien”, que trabajan en lo que los chilenos no quieren trabajar, que consumen realmente poco del presupuesto público y que no es tan verdad el tema de los beneficios, y así. Aún de esta manera querría, e importándome un comino lo que puedan pensar los chauvinistas reconciliados con las masas inmigrantes de buen comportamiento, que se vayan todos.
Incluso, un buen comportamiento de parte de las masas inmigrantes es peligroso pues, desde una mirada igualitaria y ciertamente meritocrática, pasarían a ser considerados como parte de la población huésped, que es justo lo que no debe ocurrir: la población huésped debe saber trazar la línea antes de que sea demasiado tarde.
El reemplazo demográfico es una realidad. No necesariamente tiene que ser violento y condimentado con muertes para que se vuelva un hecho. Imaginemos una comunidad indígena de ésas de la selva amazónica que tanto les gusta a los progresistas mostrarnos por internet. Sus tasas de natalidad están establecidas y probablemente, su crecimiento demográfico esté controlado, y se mantenga en un número saludable para ellos como para el medio ambiente. Imaginemos que un grupo de turistas blancos de buen comportamiento llegan a vivir entre la comunidad indígena, sin causar disturbios. Imaginemos, además, que los blancos hospedados les gusta tanto el nuevo lugar que deciden tener hijos entre ellos e hijos con los habitantes de la población huésped. Imaginemos que los blancos no tienen estrategias de supervivencia tipo K, sino que estrategias de supervivencia tipo r (supervivencia a través de altas tasas de natalidad — por número): mientras la población huésped tiene su número establecido, la población allegada se dedicará a tener hijos a una tasa mayor y más rápida que la población huésped, es decir, comenzará un proceso de colonización. No hay que ser el mejor en matemáticas para darse cuenta que, en unas cuantas décadas, la población allegada habrá crecido a un número que terminará por sustituir a la población huésped. Muy probablemente, no sólo el número de la población allegada aumentará sino, además, el estilo de vida de la comunidad indígena de la selva amazónica quedará sepultada bajo un mar de tecnología y comercio y leyes, que es lo que podemos ver en los países occidentales. Así trabaja el Gran Reemplazo. Y el ejemplo que di es el de una sustitución «positiva» para la mente progresista, ya que a ellos no les importa el origen de las personas, pues desde su mirada, todos son lo mismo y valen igual. No importa si desaparece el pueblo huésped como era conocido. Habría que analizar qué tan positiva –¿será necesario hacerlo?– es la sustitución a la que nos estamos enfrentando hoy y seguiremos enfrentando en las próximas décadas gracias al apoyo del Estado y gracias a la mentalidad progresista, inclusiva e igualitaria.
Se tiene lo que se importa. Si importas gatos, no puedes esperar que se comporten como perros, pues finalmente terminarán comiéndose a todos tus pájaros, pese a que tú los trates como si fueran unos pobres perritos, víctimas de alguna malvada fuerza externa. Si se importa refugiados de algún estado fallido o zona de desastre del Tercer Mundo, no se les puede pedir que se comporten como primermundistas, y mucho menos que construyan un país del Primer Mundo. Es así de simple.