En USA, acceder a una Universidad de buen nivel es carísimo. Los padres ahorran toda la vida para poder pagarle una carrera al hijo. Muchos jóvenes no adinerados deben practicar algún deporte (destacarse), trabajar y además estudiar. En Chile acceder a lo mejor que tenemos en universidades (cuyo nivel está a años luz de USA, siendo francos) es relativamente fácil: obteniendo un buen puntaje en una prueba de selección totalmente accesible y una beca o crédito blando para financiarse, permite estudiar a jóvenes que en otras latitudes hubiesen estado destinados a ser obreros o técnicos.
Ahora, resulta que esos jóvenes que jamás tendrán que realizar el tipo de sacrificios de los jóvenes norteamericanos o chinos no favorecidos con su nacimiento en un hogar adinerado, solicitan estudiar subsidiados por el conjunto de la sociedad y sin un proceso de selección igualitario (injusto, pero igualitario). Si supiera que esos jóvenes quieren acceder a lo que piden para mejorar la sociedad, para enriquecer el intelecto de sus compatriotas, para servir, para aprender de los errores, para construir un país más justo, lo entendería. Pero no he escuchado a ninguno de esos jóvenes decir que quiere estudiar para ganar un Nobel o para ser un futuro Habermas; por el contrario, sólo señalan que piden porque tienen derecho a pedir. La verdad, la gran mayoría de esa masa es hija de una sociedad que premia el poco esfuerzo, que fomenta la ausencia de verdadera crítica, que ama el dinero y el egoísmo.
Con todo, el país puede hacer un sacrificio y decidir tomar una decisión tan gravitante e irreversible como es subsidiar la educación superior de sus habitantes, la pregunta es: ¿Vale la pena?