No nos vengan con cuentos sobre lo que nos amenaza, sobre el peligro que nos rodea y sobre la decadencia. No nos vengan con verdades a medias sobre nuestros antepasados recientes (siglo pasado y antepasado) y del mundo ideal en el que se vivía y no nos digan que las familias antes eran distintas y ahora están en peligro de extinción.
No nos digan nada de eso porque todos hemos nacido liberales.
Tanto nosotros, como nuestros padres y abuelos hemos nacido y hemos sido criados en un ambiente liberal, por lo tanto, todas nuestras estructuras mentales, culturales y sociales están imbuidas de liberalismo, impregnadas de liberalismo.
Algunas relaciones que podemos guardar con el entorno pueden ser más esquizofrénicas que otras, pero la oscuridad de donde se produjo nuestra gestación fue liberal, y la luz hacia donde fuimos expelidos en el parto, también lo fue.
Dentro de las trampas que nosotros mismos nos ponemos frente a la realidad, quizás como un escape de la misma, quizás como una justificación para nuestra existencia, está la trampa de creer que todo nuestro entorno está siendo bombardeado por el liberalismo que se encuentra externo a nosotros y, a causa de eso, la decadencia (o, como algunos le llaman, «la degeneración») aumenta cada día.
Tendemos a creer que hay una familia conservadora y una familia liberal. Nada más falso. Todas están en distintos estadios de liberalismo, unas iniciales, otras terminales, pero todas impregnadas de este sistema de pensamiento.
Ante ese escenario ficticio, donde — hipotéticamente — el liberalismo avanzaría cual pulpo gigante y cuyos tentáculos penetrarían todos los espacios de la vida, el hombre — bienintencionado aunque con una baja capacidad analítica — crea resistencias igualmente ficticias y, peor aún, que siempre alimentan el mismo mito, puesto que, en un plano práctico, si la antítesis que estamos elaborando para contrarrestar al liberalismo proviene de una base liberal, entonces estaremos combatiendo fuego con fuego, liberalismo con liberalismo.
Por otro lado, las alternativas anti-liberales, al surgir en respuesta a un precedente liberal, son de un origen empañado, pues deben su existencia al liberalismo.
Revisando la Tercera Ley de Newton (o principio de acción y reacción), tenemos que
Actioni contrariam semper & æqualem esse reactionem: sive corporum duorum actiones in se mutuo semper esse æquales & in partes contrarias dirigi. [1]
Una respuesta anti-liberal, es decir, la «reacción igual y contraria», pasaría a anular no sólo al sistema establecido, sino a detener el flujo natural de las cosas, y a estancarlo todo en cero.
El problema real de ser anti, es decir, de resistir, es que se asemeja a un gatillo sostenido: no se retorna a ningún punto deseado, no se propone nada, no se comienza nada — tan sólo detenemos el flujo de las cosas por un momento. Pero cuando quitamos esa resistencia, todo el flujo que habíamos buscado detener y evitar, nos arrasa como un río contenido con un dique que se rompe.
Toda el agua que había sido contenida, vuelve finalmente para llevárselo todo consigo. El liberalismo no puede detenerse. Hay que dejarlo fluir mientras nosotros edificamos otra realidad.
1. «Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria: quiere decir que las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en sentido opuesto». Isaac Newton.