Las palabras heroicas, rimbombantes y tendientes a avivar a personas que no me interesan nunca han sido mi especialidad ni tampoco algo en lo que deba ponerse mucho esfuerzo.
Mucha poesía, poca diversión.
Por lo tanto, al analizar fechas con una cargada significación histórica como el 12 de octubre, Día de la Raza, se requiere, en primer lugar, desprendernos nosotros mismos de prejuicios de cualquier tipo y de toda tendencia a la hora de apreciar tal evento, o más bien, los eventos que vinieron después.
Para nosotros, el 12 de octubre significa el comienzo de la llegada de europeos de todas las nacionalidades de una forma más generalizada y sistematizada (sí, independiente del más que probable origen sefardí de Colón, de que el continente americano había sido objeto de migraciones europeas desde hace miles de años y de que prácticamente todo el mundo ilustrado conocía ya de su existencia), y por lo tanto, del inicio de nacimientos de eurodescendientes en tierras del Nuevo Mundo. Con esto, no hago referencia exclusivamente a los hijos de la primera generación de conquistadores españoles (precisiones absurdas como estas deben hacerse sí o sí, para evitar comentarios malintencionados de gente ociosa que le busca la quinta pata al gato a absolutamente cada letra), mestizos por lo demás, sino a absolutamente todos aquellos cuya sangre proviene de europeos, llegados el año que fuese, en cualquier circunstancia y desde cualquier país.
Nada más y nada menos. Sin embargo, aún de esta simple razón pueden surgir ciertas interrogantes que es mejor aclarar de una vez por todas, en temas que de común conversación o debate en lo que a legado histórico hispano o europeo en general se refiere.
¿A qué color de la Leyenda nos adherimos? Ni al blanco ni al negro. Eso sería prejuzgar desde un punto de vista de un tercero y de forma objetiva los acontecimientos, cosa que no tiene nada de malo, excepto cuando uno se olvida de que lado está. En especial cuando varios paladines de la lucha de los pueblos a lo de Benoist se olvidan de que ellos mismos pertenecen a un pueblo al que le deben total fidelidad, por sobre todos los demás. Por un tema de prioridades, digo yo. Mucho tiempo nos hemos gastado en evaluar todo desde una forma objetiva e imparcial, y de nada nos ha servido. Es tiempo ya de tomar los estandartes del bando que nos corresponde y defenderlos contra viento y marea, como lo han hecho las corrientes historiográficas oficiales desde siempre. Si descendemos de europeos entonces nuestro lugar está con la obra de ellos, y más aún, con su legado, tanto de sangre como en lo que a cultura, en todos los ámbitos, se refiere. Esto no significa que no podamos discordar en uno o más puntos sobre aspectos procedimentales de la Conquista y de la forma en que se organizaron las colonias, porque por algo (aunque debido en una menor proporción que a los errores posteriores) las repúblicas latinoamericanas se han encontrado en su estado característico desde los correspondientes periodos de Independencia. Sin embargo, tales vicios tienen su origen no en los errores que comúnmente se achacan a los conquistadores, sino en la falta de ellos. ¿Qué hubiesen querido los charlatanes indigenistas del Derecho Natural? ¿Que la Conquista se hubiera desarrollado bajo los parámetros de los anglosajones en América del Norte? Por lo menos en eso estamos de acuerdo.
No falta tampoco el que por resentimiento racial, por ignorancia o por ser víctima (aunque sin saberlo) de la doctrina de la corrección política achaca a los recién llegados en 1492 la llegada del cristianismo a estas paganas y mágicas tierras (léase con serranístico sarcasmo). Ante eso, uso la siguiente lógica: si usted es indio, entonces mis antepasados lo trajeron, pero como mi lucha es identitaria y no religiosa, me da igual si hubiesen llegado con el budismo zen o con el vudú. Y si para ellos no basta el argumento de que el cristianismo (religión originaria de Medio Oriente, no de Europa) a ellos también les fue impuesto en tiempos del decadente imperio romano, vale recordar que bajo la cristiandad (o sea, paganismo revestido con formas cristianas) Europa alcanzó su más alto nivel de brutalidad y de control sobre los destinos del mundo (farreado, claro). Por lo tanto, si el lector tiende a moralizar creyéndose el cuento del buen salvaje y que los paganos europeos eran hippies que bailaban al son de las gaitas todo el día, el “cristiano” es usted, y si los conquistadores pecaron alguna vez de cristianos, fue en la forma de caridad incondicional cristiana.
Y no, América no era un resort caribeño donde todos estaban tomados de las manos y cantaban ‘Kumbayá’. Habían sacrificios humanos, guerras civiles, invasiones imperialistas y limpiezas étnicas por montones. Pero aún así, ¿cuál es la manía de algunos por estar incondicionalmente con el más “débil” (o con aquellos a los que la historia oficial califica como tales) porque sí? ¿Porque es “correcto”? ¿Y qué es lo “correcto”? Para mi correcto es lo que ha beneficiado y beneficia aún a la herencia criolla, en todo sentido. Eso es no dejarse adoctrinar por los lloriqueos hiperhumanistas e hipergualitaristas de la Modernidad. Si usted se engrupió solo viendo muchas veces ‘Corazón Valiente’ es problema suyo. Acá llegaron conquistadores curtidos en las asperezas de las guerras de Reconquista, con todas sus letras, no curas estilo Quilapayún salidos del Saint George. Y es el arrojo, decisión y voluntad de los primeros (sumado a ciertas consideraciones que deben tenerse en cuenta principalmente en materia de filiación, obtenidas a través de las retrospección de quinientos años de observación de poco agraciados resultados) la que nos interesa rescatar y plantear en los tiempos actuales, para que volvamos a ser una raza de dioses.
El 12 es para hombres, que los demás lloren en sus casas.