He dicho muchas veces, que esta es una guerra semántica: de significados y contenidos que disparan más que las armas de fuego. Una palabra se carga, y se comienza a disparar con ella a mansalva hasta que causa más muertos que una guerra. En definitiva, una guerra no es más que desplegar un pensamiento en el terreno.
Lo que pase en realidad no importa. quiero decir: nadie cuenta ni muestra los muertos que no quiere mostrar. No importa cuántos son ni de qué color o religión. Sabemos que en la muerte, como en la vida, la igualdad no existe.
Antes la palabra era fascista, pero finalmente la maldad que se inyecta en las palabras también se gasta, se hace familiar, se suaviza. Entonces hay que potenciar otra palabra que inmovilice más que la anterior. La palabra de moda es «supremacismo». Todo aquel que no quiera ser violado, depreciado, perseguido, golpeado, debe renunciar primero a su identidad racial y cultural, eso en caso de ser blanco por supuesto. Los demás tienen todo permitido.
Sobrevivir es creerse superior, pero sólo para los blancos. La raza blanca es demonizada, del mismo modo como los cristianos demonizaban a los paganos y se sacaban de encima a las mujeres molestas con el epíteto de «bruja». Es en el espíritu y en el intelecto donde las guerras se ganan o se pierden, antes de que suene el primer disparo.
Los psiquiatras, los psicólogos, los periodistas, los políticos, los intelectuales, todos explican la patología del «supremacismo», sea que se haya disparado a mansalva, o bien que se solicite judicialmente que una persona de otra raza o ideología nos deje vivir en paz. No hay distinción.
Black power es lo mismo que flower power, pero white power hace erizar a todo el mundo, desde la izquierda hasta la derecha, pasando por todas las ideologías de la modernidad. Cuando uno explica por qué no es «supremacista» le dicen racista, para evitarse dar un argumento contra lo que hemos expuesto. Argumento que nadie atiende ni necesita salvo nosotros, que tratamos de utilizar toda nuestra cultura civilizada de milenios para explicarlo. Ni la lógica ni la filosofía nos pueden asistir en la aventura de explicar nuestra posición en un contexto racional. A nadie le importa.
Estamos condenados de antemano, y algunos ilusos todavía quieren argumentar revoluciones a las masas. A las masas les interesan otras cosas. definir lo propio y sobrevivir es una conducta natural, no una argumentación ociosa. No perdamos un tiempo valioso y energías que no nos sobran, en cosas a esta altura bastante estúpidas.
Finalmente, quizá sería mejor asumir todas las palabras que nos arrojan y hacerlas propias con una semántica también propia. Supremacista significaría entonces defender primero lo propio y racista considerar que las razas efectivamente existen. Cosas absolutamente naturales y que todos los demás asumen para actuar en consecuencia. Sólo nos queda asumir estas cosas y pagar el precio por la falta de poder: Poder blanco, precisamente: lo único que nos va a salvar.