Todo periodista que se precie, comienza con esas frases cuando tiene que hablar de cualquier fenómeno relacionado con todo hecho político de una o varias personas blancas que se manifiestan en contra de someterse a violaciones, agresiones, asesinatos, sumisión a leyes y a culturas que invaden sus espacios vitales mínimos.
Las estúpidas en Nueva Zelanda salieron con pañuelos islámicos a la calle. Estúpidas blancas. Cuando las estén violando en las calles será tarde. Como si para que la ley condene al tirador de las mezquitas, fuera necesario convertirse al islam.
Como si no fuera obvio que se están escondiendo del conocimiento público delitos cometidos por gente exógena y que la población blanca se está sustituyendo.
Al parecer supremacismo es defender a la propia gente aún del modo más legal, xenofobia es no querer fundirse en una masa que a su vez no se funde sino que devora, como es el islam de exportación, el invasivo e invasor.
Y en fin, la ultraderecha es Trump, Salvini, todos los blancos que no reciten las letanías del sistema, y también los que se corten el pelo corto o se vistan de chaqueta negra o les gusten las motos choper. La ideología del odio es todo aquello que no concuerde con la ideología del amor, que es la que te manda a la policía a que te rompa la cabeza o al juez que te imputa un delito de odio, por no querer darle un beso en la boca a un negro cuando te pega.
Es hora de alejarse de las palabras y abrazar los símbolos. Abrazarlos en la intimidad y meditar sobre cuál será la acción de guerra del día. Y conste que cuando digo guerra lo digo en un sentido cósmico, integral, amplio y natural. Sus formas son infinitas, como las de la vida misma.