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Me gusta el fútbol. Insulto al equipo contrario cuando veo algún partido, y me insulto a mí mismo cuando abandono temporalmente la masturbación futbolística y me decido a entrar a una cancha a jugar y sudar fútbol.
Sí: el fútbol es pasión. De forma metafóricamente semejante a la guerra, el fútbol saca lo mejor y lo peor de nosotros. Como toda competencia en la que se participa para ganar, el fútbol fuerza al que lo practica a ir muchas veces más allá de sus capacidades, y el grito de «el último gol gana todo» es un detonante de proezas muchas veces inverosímiles.
El fútbol es violento. Aunque las reglas tratan de mesurar esa violencia, la verdad es que sólo la canalizan, y eso no vuelve al fútbol en un deporte afeminado, sino que lo vuelve un deporte de voluntad, pues cae en uno la responsabilidad de ejercer una violencia astuta, no mesurada, sino canalizada. Y para eso se necesita talento.
Defendiendo a los futbolistas profesionales, creo que el dinero no es lo que los hace buenos jugadores. La gente envidiosa los acusa de mercenarios, aunque ser profesional se trata de eso: de poner tu servicio al mejor postor, poniendo siempre el máximo esfuerzo por hacerlo bien. Si eres un futbolista que recibe $500.000 pesos o si eres uno que recibe $10.000.000 de dólares, es porque tu talento lo vale. Si eres un futbolista que gana $500.000 pesos no tendrás una inyección de talento milagrosa si el día de mañana te pagan $10.000.000 de dólares. Quizás pongas todo tu esfuerzo en mejorar para seguir recibiendo esa cantidad, pero el talento no funciona así. Cuando te enojas por el rendimiento de tu equipo y dices «demuestren lo que ganan», tienes razón. Cuando dices «hasta yo jugaría así si me pagaran eso», no, definitivamente no tienes razón.
El fútbol es una pasión de multitudes. Por supuesto que lo es, y en ese momento de 90 minutos, las multitudes hacen un tributo a la Diferencia, pues alaban el pertenecer a algo, y también alaban el talento («puta que juega bien ese hue’ón»). De hecho, el fútbol en sí niega la Igualdad: si existiera la Igualdad, todos podríamos jugar en grandes ligas, y no existiría ningún crack. Podrán imponernos una igualdad cuantitativa de derechos y deberes, pero la Naturaleza se encarga de separarnos por lo cualitativo.
Amo al fútbol, detesto a la Izquierda. La Nueva Izquierda, complejamente reduccionista (un oxímoron), reduce todo lo que es el fútbol a una vil persecución de una pelota por parte de 22 imbéciles. La Nueva Izquierda adopta el aire típico del hombre moderno: «soy demasiado bueno para hacer eso», «valgo mucho como para ensuciarme las manos». Se niegan a reconocer el valor de la Diferencia… adoptando una postura de superioridad basada en la intelectualidad, algo que no sólo es contradictorio, sino que demuestra el desprecio a la Humanidad.
Amo al fútbol, detesto a la Izquierda. La Nueva Izquierda, hiperracionalista, ve al fútbol como una droga para las multitudes (a las que dicen amar pero desprecian), y quieren poner sobre él una carga de culpabilidad social por servir de distractor ante problemas internos y sociales, como si el fútbol fuera culpable de las fallas de una sociedad. El fútbol, al igual que la religión y los gatos, tiene y debe tener un carácter secular, transversal: amamos al fútbol porque es el fútbol. Particularmente, amo al fútbol y odio al Estado, amo a los gatos pero detesto la Democracia, pero son cosas independientes, y que mi equipo gane no va a hacer que el Estado se derrumbe, ni que la Democracia triunfe va a poner el peligro a los gatos.
Amo al fútbol, detesto a la Izquierda. La Nueva Izquierda, feminista, acusa a los hinchas del fútbol de sexistas por acusar a los hinchas del equipo rival de monjas, madres y zorras, queriendo atribuir al sexo femenino una connotación de inferioridad, algo nada más alejado de la realidad, no porque no se considere a las mujeres como inferiores, sino porque en el fútbol lo que se ataca no es lo femenino, sino que lo no masculino. No tiene nada que ver con ese cuento del patriarcado, tiene que ver con el ser hombres. No se asume que la mujer es inferior al hombre, se asume que la mujer es la contraparte sexual del hombre, por tanto, no es la adscripción de un epíteto femenino algo que denote inferioridad, sino que sencillamente algo que denota menos masculinidad, que es el ataque primordial de un grupo de hombres contra otro grupo de hombres. Si no entienden eso, y, peor aún, si no participan de eso, es porque ven el fútbol un deporte para energúmenos, lo que coincide con su visión deslavada del mundo, para lo cual «valen mucho como para ensuciarse las manos».
No puedes racionalizar el fútbol. Puedes criticar los millones, el negocio, y el aparataje detrás, pero el fútbol va más allá de eso. El fútbol es el fútbol.