La verdad es que no tiene sentido, buscar la creación de algo que mantenga aunque sea en parte, el mismo espíritu de aquello que destruyó el espíritu anterior, que defendemos como verdadero. Sin alma no hay nada. Y el alma no es una negociación.
Fundar una nueva nación negociando con los que destruyeron el alma de la raza, no tendría realmente sentido. Primero hay que encontrar aquello que es invisible, pero sostiene la materia y maneja la voluntad y el sentido en el cual se camina.
No fue una catástrofe material lo que destruyó a los pueblos indoeuropeos, sino una catástrofe espiritual. Luego vino lo demás.
Fundar una comunidad que siga viendo como ridículos los antiguos dioses, las antiguas creencias, la esencia misma de la identidad racial, es volver a lo mismo y perder no sólo el tiempo sino el alma de la identidad. No expresar claramente, lo que fue la destrucción de nuestras culturas en su espíritu profundo, borrando toda huella cultural mediante la represión más oscura y aborrecible siempre cristiana y progresista, es faltar a la verdad.
Es que nadie recuerda en realidad cuál es el espíritu verdadero de la identidad, detrás de lo establecido por el dios único y su sentido del mundo. Está demasiado lejos y demasiado contaminado nuestro sentido común. Todos somos de algún modo burgueses y cristianos. Basta analizar nuestras conductas, nuestros prejuicios, nuestros gustos, nuestra forma de vida. La defensa de la identidad suele ser la defensa de los reaccionarios de la raza, tanto los del dinero como los de Cristo. Ser pobre y pagano es un estigma aún para los defensores oligárquicos de la identidad.
Mientras no se defienda a nuestros dioses, que están en los bosques y en las piedras, en la memoria ancestral de la sangre y en el sentido tribal de comunidad, se estará defendiendo un grupo de advenedizos con sotanas o con cierto capital, que no es trabajo acumulado como nos quisieron hacer creer, sino explotación.
Aún los «defensores de la raza» tienen una mentalidad cristiana y economicista. Se ven a sí mismos como elegidos por dios o por sus capacidades económicas dentro del capitalismo. O si se cuadra: por el partido del proletariado que no es más que la gerencia de un capitalismo de estado tiránico.
Ninguna revolución sirve, si no engendra un cambio antropológico de valores que es, al fin y al cabo, una determinación espiritual: porque es el espíritu quien plantea la escala de valores y maneja en última instancia la voluntad.