Siempre fue político (III)

Siempre fue político (III)

Contra sus mentiras | Autor: | 8.6.2020

Véase también Parte I y Parte II en esta serie de artículos.

Si ya se dijo una vez, es urgente repetirlo muchas más: La Izquierda nunca ha sido unitaria. De allí que muchas personas destinatarias de la crítica anticomunista no se den por aludidas, ya que dichas críticas les atribuyen ideas, métodos y objetivos propios de una de las muchas versiones de izquierda, pero que sin embargo, pueden resultar ajenas a dichas personas.

En una revisión histórica inexacta e incompleta, pero sí al menos parcialmente ilustrativa, puede citarse ejemplos que dan cuenta de la diversidad siempre existente al interior de lo que actualmente entendemos por «Comunismo».

  1. Marxismo Clásico (Desde Segunda mitad de Siglo XIX): Karl Marx desarrolla su obra tomando distancia de los “Socialismos Utópicos”. O sea, comienza su obra trazando una primera distinción entre su proyecto y otros parecidos. Respecto a la obra de Marx, autores posteriores establecerán otra distinción, ahora entre los textos anteriores, y los posteriores a la influencia de Friedrich Engels. En el análisis marxista, se asume que la superestructura es el resultado necesario de una estructura. Fuertemente economicista. En términos muy simplificados, la cultura provendría de la economía.
  1. Leninismo (Desde 1917). Se dota al Marxismo Clásico de aplicación práctica superando su existencia meramente teórica, aportando ideas como la dictadura del proletariado y la concepción del partido como vanguardia violenta y revolucionaria. Directamente influenciados, pero sin cerrar espacio para nuevos aportes prácticos y conceptuales, surgen de esta corriente (a modo meramente ejemplar) el Trotskismo, Estalinismo, y Maoísmo (y posteriormente el Castrismo, entre otros). Ideas como la revuelta violenta, el totalitarismo, la expropiación, el partido único, y la confianza en un líder despótico (aunque no siempre abiertamente promovidas) se asumen como medidas inevitables y necesarias para el éxito del proyecto revolucionario. Por una referencia meramente geográfica, podría denominarse a esta corriente como “Marxismo Oriental”.

Solo hasta aquí llegan los referentes históricos e ideológicos estudiados por quienes adhieren hoy en Chile al anticomunismo, sin advertir que ya en dichas experiencias históricas hubo diferencias metodológicas entre sus líderes y autores. De estos períodos, los anticomunistas extraen las etiquetas y “leyendas negras” que luego adjudican a la gente de Izquierda, sin mayores distinciones. Caen en el reduccionismo de asumir que la Izquierda actual siempre podrá subsumirse en las versiones arriba enunciadas, o que en algún momento necesariamente devendrán en alguna expresión parecida.

  1. Marxismo Occidental (Desde 1923): Aparece György Lukács y su crítica al economicismo y método soviéticos. Se desarrollan los conceptos de Reificación y Hegemonía Cultural. Surge una crítica a Engels, optando por estudiar la obra de Marx previa a su influencia. Se plantea atacar la estructura ya no necesariamente desde la economía, sino que desde superestructura. Se invierte la relación planteada originalmente por Marx, afirmando ahora que la estructura es consecuencia de la superestructura. Se cuestiona la revuelta violenta mediante una vanguardia partidista, y se plantea atacar mediante la cultura, educación, religión y medios de comunicación. Se identifica un “pegamento social” que impediría a los obreros hacer la revolución en los términos esperados, y que surge de la familia, nación, y religión, principalmente. Se reconoce a ese “pegamento social” como objetivo a combatir en el corto plazo, y necesidad de adoptar herramientas idóneas para dicho efecto. También surge un cuestionamiento a Marx debido a la imprecisión de sus predicciones. Puede situarse aquí al Freudomarxismo, Gramscismo, Escuela de Frankfurt (y su Teoría Crítica) al Consejismo (con su crítica a burocratización y al rol del partido en el Leninismo), y muy relacionado con este último, al Luxemburguismo.
    De aquí surgen críticas sinceras a la aplicación soviética del Marxismo y hacia algunos de sus planteamientos originales. Una muestra de esto es que Antonio Gramsci comenzase a denominar a su ideología como “Filosofía de la Praxis”, y que los miembros de la Escuela de Frankfurt hiciesen lo mismo pero con la expresión “Materialismo Filosófico”.

Surge un consenso más o menos tácito en que la batalla directa no debe versar (al menos inmediatamente) sobre los medios de producción, sino que sobre el sentido común. Así, mientras los anticomunistas buscaron prevenir un ataque amurallando y vigilando con cámaras y guardias la propiedad privada e instituciones del Estado, el nuevo objetivo, el sentido común – la filosofía de los no-filósofos, en palabras de Gramsci –, quedó completamente desprotegida y a merced de un proyecto político. Para un mayor desarrollo sobre esta versión del Marxismo, ingresa al siguiente enlace.

  1. Situacionismo (Desde 1957). Surge como síntesis entre Marxismo y algunos movimientos artísticos. Sus conceptos claves son la crítica al espectáculo, el Detournement, la psicogeografía, y la Deriva. Contiene también una crítica a las corrientes del Leninismo, Estalinismo, Trotskismo y Maoísmo. El Situacionismo afirma como idea central la construcción de situaciones, es decir, la construcción concreta de ambientes momentáneos de la vida y su transformación en una calidad pasional superior. En el documento fundacional de la Internacional Situacionista, redactado por Guy Debord en 1957, se expone que junto con la explotación del hombre deben morir las pasiones, las compensaciones y los hábitos que eran sus productos, debiendo definir nuevos deseos en relación con las posibilidades de hoy. Invitan a no rechazar la cultura moderna sino que a apropiársela para negarla. Postulan que la cualidad intelectual de burgués radica en su función en la producción de las formas históricamente burguesas de la cultura. A su vez, estiman que la única vía experimental válida se basa en la crítica de las condiciones existentes, y en su superación deliberada. Al mismo tiempo, afirman que la voluntad de creación lúdica se debiese extender a todas las formas conocidas de relaciones humanas, incluyendo la evolución histórica de sentimientos como la amistad y el amor. Llaman a “destruir, por todos los medios hiper-políticos, la idea burguesa de la felicidad”. Plantean llevar adelante “los pilares del urbanismo unitario, del comportamiento experimental, de la propaganda hiper-política, de la construcción de ambientes. Concluye el documento expresando que “ya se han interpretado bastante las pasiones: se trata de encontrar otras nuevas”.
  1. Autonomismo (Desde 1960´s): Corriente caracterizada por su consejismo, antiestatismo, filoanarquismo, freudomarxismo, libertarismo de izquierda, y adhesión a causas de distinto tipo que incluían a inmigrantes, feministas, y al movimiento okupa. Como sistema teórico, emergió primero en Italia, en los años 60´s a partir del Operaismo. Sus tendencias marxista y anarquistas cobraron importancia con la influencia del Situacionismo, el fracaso de los movimientos de extrema izquierda en los 70´s, y el surgimiento de varios teóricos importantes como Antonio Negri, Mario Tronti, Paolo Virno y Franco “Bifo” Beradi.  En contraste con las decisiones centralizadas y las estructuras institucionales modernas de autoridad jerárquica, el Autonomismo involucraba a las personas directamente en las decisiones que afectaban a sus vidas cotidianas. Buscan expandir la democracia y ayudar a los individuos a liberarse de las estructuras políticas y de los patrones de conducta impuestos desde el exterior. Como tal, hizo un llamado a la independencia de los movimientos sociales de los partidos políticos, en una perspectiva revolucionaria que buscó crear una alternativa política práctica tanto para el socialismo de estado/autoritario, y de la democracia representativa contemporánea.

 

«Contribución a la guerra en curso», de Gilles Deleuze y colectivo Tiqqun (2012)

  1. Deconstruccionismo (Desde fines de los 60´s): Recoge las experiencias anteriores y plantea nuevas formas de acción. Propone derechamente la intervención en las subjetividades. Ya no basta con intervenir la cultura, sino que además debe hacerse sobre las nociones de lo bueno y lo verdadero que puedan tener las personas. Llaman a generar mutaciones en el deseo individual mediante un cuestionamiento a las categorías mismas que integran e identifican al sujeto que desea. Entre otras cosas, postulan que los movimientos sociales horizontales disloquen a las organizaciones e instituciones verticales. Algunos de sus autores son Felix Guatari y Gilles Deleuze (quienes desarrollan la idea del “Rizoma” y de la “Revolución Molecular Disipada”), Michel Foucault (quien trabaja el concepto de “Normalización” y “Poder”), y Jaques Derrida (a quien se atribuye el primer uso del término y su principal fuente ideológica), quien afirma que “no hay nada por fuera del texto”, y que la deconstrucción mantendría sintonía con una radicalización del espíritu del Marxismo[i].
  2. Posmarxismo (Desde 1987). Aunque sus fuentes son previas, el concepto Posmarxismo fue acuñado por Ernesto Laclau, y Chantal Mouffe en el libro “Hegemonía y Estrategia Socialista: hacia una radicalización de la Democracia” del año 1987. Contrarrestan el esencialismo aún presente en las ideas del Marxismo clásico, y las que cuestionan a fin de cumplir más eficientemente sus objetivos. La Democracia, modelo que en sus primeras experiencias políticas el Marxismo despreció y combatió, ahora es revalorizada y se opta por su radicalización, al punto que uno de los apartados del libro lleva por nombre “Revolución Democrática”. El libremercado que antes despreciaban y combatían, ahora lo utilizan para instalar su discurso. La forma de organización de los nuevos agentes revolucionarios debe dejar de ser el partido político para pasar a ser los movimientos sociales. Allí donde existan subordinaciones y desigualdades naturales, se deben crear antinomias artificiales. La forma de organización a seguir debe mutar de la centralización a la disipación, y de la verticalidad a la horizontalidad.

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Una enorme cantidad de partidarios de las movilizaciones iniciadas desde Octubre 2019 (y que desde Noviembre se convertirían en el bando del “Apruebo”), al ser consultados, afirman no ser representados por los partidos políticos y ni siquiera adscribir a alguna ideología. Tras hacérseles preguntas más insistentes, responden con total sinceridad no ser de Izquierda, nunca haber militado en alguna agrupación, y muestran un generalizado asco hacia toda la “clase política” en su conjunto, declarando además que Izquierda y Derecha serían lo mismo, y que están aburridos de que los llamen “zurdos”, “rojos”, etc., únicamente por manifestar su opinión.

En el Bando del “Apruebo”, también existe una no menor cantidad de autodefinidos nacionalsocialistas, nacionalistas, y derechistas de distinto tipo, todos los cuales han cultivado una vieja formación anticomunista. Normalmente hacen referencia a la Segunda Guerra Mundial y a la Guerra Fría para convencer al resto, y a sí mismos, de los excesos e incoherencias que el Comunismo presentó a lo largo de su historia. Como se sienten seguros de que ellos nunca han sido ni jamás llegarán a ser comunistas, sienten que pueden permitirse un compromiso con el Apruebo. Definiéndose anticomunistas, sienten que no los engañarán ni llegarán a comprar ese tipo de panfletos políticos, porque son capaces de apoyar “una buena causa” aun cuando exista gente del Partido Comunista y del Frente Amplio por todos lados. Como declarados anticomunistas, afirman ser capaces de “separar las cosas”.

Pero como se dijo al principio: la Izquierda nunca ha sido unitaria.

Hoy en día la Izquierda tiene una expresión Sistémica (esa que se sitúa dentro del Sistema y que desde allí propone cambios), otra Antisistémica (la que se sitúa fuera del Sistema, exige su abolición, y propone otro Sistema para cambiarlo) y finalmente una Asistémica (la que se sitúa fuera del sistema y propone su abolición, pero que no propone ningún Sistema en su reemplazo)[ii].

La izquierda Sistémica, aquella organizada en partidos, conglomerados, y con representación parlamentaria, juega un rol vital para el avance de la Izquierda en su conjunto. La Izquierda parlamentaria opera como un símbolo, y que permite a la masa políticamente no alineada identificar “dónde” está la izquierda. Así, la masa puede reflexionar de la siguiente manera:

Se sabe que la Izquierda tiene los partidos A, B, y C, que se organizan en el conglomerado D, y que cuentan con X cargos al interior del Congreso Nacional y otras instituciones del Estado. Esos cargos, conglomerados, y partidos nada tienen que ver conmigo. Yo nunca he votado por algo como eso. La Izquierda está “allá”, en cambio yo estoy “acá”. Como cada uno está en espacios y actividades distintas, yo no puedo ser de Izquierda. Yo nada tengo que ver con la Izquierda. Mi consciencia está tranquila. #Sipoapruebo

Estas personas desconfían y condenan a todos los partidos políticos por igual, pero bajarán la guardia y colaborarán con aquellas organizaciones que no estén relacionadas con alguno, con la tranquilidad de no estar apoyando a los manipuladores de siempre porque son “más de lo mismo”.

Pero existe la Izquierda Antisistémica y Asistémica, que comparadas con la Izquierda Sistémica, son de menor visibilidad y de mayor complejidad intelectual. Estas otras dos Izquierdas logran baipasear con éxito el radar de la desconfianza y el escepticismo político que la gente experimenta hacia los partidos. A diferencia de la Izquierda Sistémica, el éxito de estas dos Izquierdas no es mensurable según su éxito electoral, sino que en base a las transformaciones sociales que ellas proponen y que trabajan por conseguir. Una pequeña muestra de esto es que la bajísima votación en las elecciones conseguida por el Partido Comunista de Chile sea inversamente proporcional al avance de la agenda del MOVILH.

EL adherente promedio del Apruebo insiste en no ser de Izquierda. De hecho, afirma ser apolítico, y lo dice en serio. Revisa su cuenta corriente y no encuentra abonos de algún partido. Mira su billetera y no tiene carnet de membresía. Busca entre sus pertenencias y no tiene banderas con la hoz y el martillo. Incluso ha llegado a denunciar y a funar la instrumentalización que ciertos partidos políticos – esos que son todos iguales – tratan de hacer para aprovechar electoralmente el descontento social. Ha llegado incluso a ser abiertamente anticomunista para demostrar la sinceridad de sus afirmaciones. Aun así, ¿puede decirse que ese hipotético partidario del Apruebo sea de Izquierda?

Primero me serviré de dos ejemplos: un arma de fuego disparada por un terrorista marxista, no convierte a la bala disparada en un esbirro de la causa de quien la empuña, sigue siendo solo una simple bala, pero utilizada por alguien motivado por una convicción política. La ocupación de un edificio por parte de un colectivo anarquista no altera la identidad política del edificio: sigue siendo un simple edificio, solo que utilizado como refugio y/o centro de operaciones por un bando que sí es político. En ambos ejemplos, la bala y el edificio no guardan contenido político inherente, previo e independiente, al del agente que interviene al asignarles su función.

Volvemos a la pregunta ¿Puede decirse que ese hipotético partidario del Apruebo sea de Izquierda?

Mi respuesta es la siguiente: no, esa persona no es de Izquierda, sino que es DE LA Izquierda. No es que esa persona actúe por convicción hacia las ideas de alguna organización, movimiento o partido de Izquierda, sino que esa persona es instrumento, herramienta y hasta patrimonio de alguna organización, movimiento o partido de Izquierda. En los ejemplos anteriores, esta persona no está representada por el terrorista marxista ni por el colectivo anarquista, sino que por la bala y el edificio. No son sujetos de la Izquierda, son objetos de la Izquierda. No es que la Izquierda los represente, sino que son ellos quienes representan a la Izquierda.

Como se ilustró anteriormente, en algún punto de su desarrollo histórico, el Marxismo dejó de tener como ideas centrales a la economía, el partido político, la revuelta armada, la plusvalía, los medios de producción, y la consciencia de clase, pasando a enfocarse en la cultura, el sentido común, el movimiento social, la creación de situaciones, la mutación del deseo, la noción de lo bueno y lo verdadero, y la intervención en la subjetividad toda.

Si se identifica a la Izquierda únicamente en su expresión Marxista clásica y Leninista, (o sea, solo bajo sus mundialmente famosas formas soviéticas), se podría llegar a la errónea conclusión de que hoy la Izquierda no existe, y que aquellas personas acusadas de izquierdistas serían solo víctimas de un incómodo malentendido. Y efectivamente, esa expresión de Marxismo hoy es prácticamente nula, correspondiendo su versión actual a algo muy distinto. Pero no es distinto como lo puede ser una roca respecto de una flor, sino que distinto como puede ser una semilla respecto del tronco, o el tronco respecto de su fruto.

Hace casi 100 años la Izquierda emprendió una carrera no secreta, no solo por arrebatar la propiedad privada de la gente, sino que además por expropiarle su sentido común. Y en una sociedad de gente que no lee, y que está cada vez más ávida de rapidez y brevedad en todo tipo de respuestas, apropiarse del sentido común es garantía de poder. No porque el sentido común ordene a las personas a salir a matar o a votar de determinada manera. Más bien, ese sentido común los invita a mantenerse al margen, aprobando de manera silente, sin resistencia, o incluso activamente, las transformaciones sociales que otros sí desean implementar (en el ejemplo anterior, esos “otros” serían el terrorista y el colectivo).

Para que esta forma de control tenga éxito, es indispensable el desarraigo, esto es, no guardar ningún afecto asociado a vínculos trascendentes como la familia, la nación o la raza. El desarraigado siempre estará dispuesto a encontrar refugio en algún grupo que le ofrezca ser parte de un relato histórico en que pertenezca de alguna manera a un bando oprimido.

Pero también es importante la decepción. Existen galanes con poco tiempo y poco dinero que para asegurar una conquista amorosa exitosa, juegan sus cartas de cortejo solo con mujeres que estén tristes y decepcionadas tras un reciente quiebre en su relación. Y es que resulta mucho más fácil vender una sensación de bienestar inmediata a quien necesite arrancar fácilmente de su frustración, y que idealmente se halle transitando una constante sucesión de profundas decepciones.

A nivel de sociedad, ocurre algo parecido.

La decepción hacia la Iglesia Católica por sus escándalos de pedofilia, hacia Carabineros por casos como PACOGATE, hacia las Fuerzas Armadas por MILICOGATE, hacia la clase política por SOQUIMICH, CAVAL, PENTA, así como tantos otros que involucran a instituciones de relevancia e influencia al interior del Estado, conducen a que la sociedad pierda la confianza en todas ellas. No tengo manera de demostrar que exista una única mano detrás de los referidos escándalos, pero sí puedo afirmar con certeza que la Insurrección del 18 de Octubre y el movimiento por el Apruebo, necesitan la decepción social total hacia las instituciones para que el Sistema pueda caer. Necesitan que la gente reste su confianza y respaldo hacia las instituciones políticas, espirituales y armadas sobre las que se sostiene el Sistema. En el ejemplo, ellos vendrían siendo el nuevo galán que ofrece el consuelo y el buen momento inmediato a ese corazón roto y decepcionado.

Ellos necesitan que la gente rechace a todos los partidos, que no militen, que no les voten, y que en cambio, participen de los “movimientos sociales”. Estas últimas son formas de organización cuya denominación no despierta sospecha, y hasta inspira tranquilidad por no ocultar intereses oscuros de algún tipo. Sin embargo, los movimientos sociales no han sido propuestos de manera espontánea, sino que desde hace décadas son las nuevas formas de organización que los marxistas han recomendado utilizar desde la segunda mitad del Siglo XX, siendo herramientas incluso más relevantes que los partidos políticos. Y lejos de ser una exageración, es la recomendación que por al menos 50 años los marxistas han propuesto mundialmente – sin secreto alguno – para alcanzar de menor manera sus objetivos.

El partido como vanguardia política – estrategia propia del Leninismo –  fue cuestionado por el mismo Marxismo hace casi 100 años, y esto se aprecia hoy en día con la baja militancia y votación que todos los años consiguen los partidos de Izquierda en Chile. Esto lejos de significar un fracaso de la Izquierda y representar un supuesto éxito anticomunista, debiese llevar a preguntar dónde se han ido sus agentes, cómo están operando, y cuál es el nuevo lenguaje que están utilizando para formular su mensaje y evadir el radar del anticomunismo y del apoliticismo.

No solo han logrado que la gente que los apoya no se sienta de Izquierda, sino que además, esté convencida de estar siendo “apolítica”.

Como podrá apreciarse de los 7 tipos de Marxismo arriba enunciados, la versión que Pinochet derrotó militarmente en 1973 es muy distinta de la que se ha desarrollado hasta el día de hoy. Decidir combatirlo reciclando una vieja fórmula exitosa, ya sea por nostalgia, ignorancia, simple pereza intelectual, implica no hacerse cargo de una realidad muchísimo más compleja.

Una simplificación forzada de las sucesivas revisiones que la Izquierda ha hecho de sus propias ideas, métodos y objetivos, corre el riesgo de no ser tomada en serio. De allí que los memes sobre “estar viendo comunistas en todas partes”, o la ridiculización a los temerosos de un “Chilezuela”, haya tenido tan buena acogida y circulación entre personas autopercibidas como “apolíticas”.

No es que ya no existan los Marxismos de tipo “1” y “2”. Ellos todavía existen, pero en un grado minoritario, y son fácilmente identificables en su discurso y objetivos. Su existencia es crucial, porque permite al sentido común del “apolítico” identificar a la Izquierda allí donde sus exponentes estén (al igual que con la Izquierda parlamentaria), permitiéndoles participar siempre que no sean visibles, bajo la convicción personal de no tener nada que ver con política, ni mucho menos con algún grupo de Izquierda.

En conclusión, y repitiendo lo ya expuesto: el adherente promedio del Apruebo no es de Izquierda, sino que es DE LA IZQUIERDA. No milita ni vota por la Izquierda (de hecho, ni siquiera asiste a votar). No aprobó algún curso intensivo sobre ideología y acción política. Tampoco fue pagado o amenazado para que apoyase algo en algún sentido. Por eso se ríe cuando algún anticomunista lo acusa de ser agente de Castro o de Maduro, ridiculizándolo por ser víctima de alguna absurda campaña del terror.

Esa persona “solamente”, está actuando basada en lo correcto, justo, bueno, bello, y obvio que le aconseja su sentido común, que yace allí en su fuero interno, y que percibe formulado voluntariamente sin la influencia de grupo o persona alguna. Con una ciega confianza y certeza hacia eso tan íntimo, hacia eso “libremente razonado”, contribuyen pasivamente a una conquista en aquel terreno que el Marxismo desde hace casi 100 años, y tras múltiples revisiones abiertamente difundidas, definió como su “nuevo” y principal campo de batalla.

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NOTAS:

[i] “La  Deconstrucción nunca ha tenido algún sentido o interés, en mi visión al menos, sino como una radicalización, que es lo mismo que decir en la tradición de cierto Marxismo, de cierto espíritu del Marxismo. Ha habido, entonces, este intento de radicalización del Marxismo llamado deconstrucción”. Derrida afirma que el Marxismo siempre ha servido como un (no reconocido) estímulo para la deconstrucción, aunque sea difícilmente creíble para sí mismo, al menos lo prepara para la inversión inmediata, en que la deconstrucción se vuelve el heredero radicalizado (por tanto solo de su trayectoria legítima) del Marxismo. El “este” en “este intento de radicalización”, que sugiere que podría ser solo uno entre otros, no debería malentenderse, ya que Derrida no menciona otros intentos. Su limpieza purgatoria de los textos de Marx, su filtración de la heterogeneidad interna, busca eliminar su diferencia con la deconstrucción. Derrida es bastante claro en este punto: el único Marxismo aceptable (i.e. verdaderamente “radical” y democrático) es indistinguible de la deconstrucción. La diferencia no será tolerada” (Marxists Shakespeares, Jean E. Howard, y Scott Cuttler Shersow, 2001).
[ii] Véase el trabajo que al respecto a llevado a cabo Alexis López Tapia.
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