En memoria de Juan Pablo Vitali.
Octavio Paz, escritor del s.XX y premio Nobel de Literatura, dijo bromeando alguna vez que “los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos… de los barcos”. La frase quedó en lo anecdótico, y volvió en forma de fichas durante la última semana gracias a una acotación del presidente argentino Alberto Fernández, quien, mal parafraseando a Paz, dijo que “los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos, y eran barcos que venían de allí, de Europa, y así construimos nuestra sociedad”. El asunto desató una tormenta de arena de tergiversaciones, malestar, histeria y burlas, lo que es para nada extraño cuando se trata de hacer un reconocimiento positivo de lo europeo porque, siendo honestos, un reconocimiento positivo de lo indígena es siempre bien visto, bien recibido, o al menos no es catalogado de racista ni clasista.
Por un tema de histórica hegemonía cultural europea (que puede ser atestiguada en el idioma, ciertas instituciones de la sociedad, vestimenta y hasta los nombres propios de los habitantes – en esta esquina: el opresor) conjugado con una hegemonía de pensamiento y valores que se corre cada vez más hacia la Izquierda (manifestándose como una especie de masoquismo cultural), toda mención positiva de lo europeo, ya sea como un elemento constructor de las sociedades americanas, o tan sólo como un elemento no negativo, no genocida y no opresor, es suficiente para provocar reacciones adversas en un público con mentalidad ideológicamente colonizada por la corrección política que comenzó a posicionarse como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial.
Pese a lo que las RRSS puedan vociferar de lo despectivo del tono con “nuestros pueblos indígenas”, lo cierto es que los dichos de Fernández no se consideran terribles por hablar de “indios” en vez de decir “indígenas” o “aztecas”, sino porque se hace mención a lo europeo como un elemento constructor y originador de la sociedad argentina, y no como un elemento que destruye pueblos originarios o, en la visión de los más apaciguadores, sencillamente como un elemento igual de importante a los elementos indígenas. Más aún, se incluye la mofa (otra reacción típica de rechazo) respecto a la generalización (nosotros los argentinos), citando casos de argentinos que no serían a primera vista eurodescendientes, como si al pensar en un belga aleatorio la mente dibujara a Romelu Lukaku en vez de Rubens o Jean-Claude Van Damme. Si bien dijo que los argentinos habían llegado en barcos, Alberto Fernández nunca dijo que todos los argentinos fueran europeos, sin embargo, el argentino típico sí corresponde a un descendiente de las distintas olas inmigratorias. ¿Cuál es el problema con reconocer eso, o acaso cuando pensamos en un peruano, un canadiense o un chino, pensamos en un ser humano en blanco, sin rasgos, sin idioma, sin acento, sin modo de ser?
Efectivamente, Argentina –país con casi 45 millones de personas– presenta alrededor de un millón de habitantes que se autorreconoce como indígena (a estas alturas, algo así como un 3% de la población), y unos cuantos millones más presentarán rasgos más difíciles de clasificar como indígenas “puros” (que a estas alturas, entendemos que la idea de la pureza racial es mantenida solamente como parte de la falacia del espantapájaros por parte de los enemigos del realismo racial y étnico) pero que también son difíciles de clasificar como eurodescendientes inconfundibles. No obstante, y pese al malestar generado en la opinión pública, Argentina sí presenta una población mayormente eurodescendiente (lo que en ningún caso es una afirmación de estar en el Primer Mundo, como algunos argumentos falaces han querido dar a entender), y no sólo eso: también las instituciones políticas, sociales y judiciales argentinas (cada vez más ineficientes y en ruinas, dicho sea de paso) son mayormente eurodescendientes.
Si bien los pueblos indígenas de Argentina son parte del territorio y de la sociedad, son las distintas olas de inmigración europea las que han terminado pesando mucho más en la conformación de la sociedad argentina, no limitándose sólo a ser un aporte demográfico, al contrario: han sido parte fundamental en el forjado étnico y cultural de Argentina, porque sí, Alberto: aunque pidas perdón ante la opinión pública, los argentinos vienen de los barcos.