Los proyectos globalizadores no son algo nuevo. Ya sea en nombre de una monarquía, de una religión, o de un mercado, muchas veces se ha intentado, desde localidades remotas, manipular el destino de los que aquí habitamos.
La igualación forzada de aquello que es naturalmente desigual, se vende fácilmente como una solución a las injusticias. Pero detrás de esa aparente noble causa, hay algo más. Convertir a todos los pueblos en iguales, lleva a que todos tengamos las mismas aspiraciones y las mismas debilidades. Y si muchos pueblos comienzan a comportarse parecido, se vuelve mucho más fácil que todos ellos puedan ser gobernados por un mismo poder.
Quienes tienen este objetivo en mente saben muy bien sobre esto. Por eso desde un principio han deseado una masa humana mixta, desprovista de raza o de etnia, ya que ambas son categorías que ellos no son capaces de controlar. En cambio, desean que el vacío de identidad sea sustituido con nacionalidades jurídicas, identidades de género, modas del mercado, religiones, clubes deportivos, y tendencias musicales. Alguna de estas categorías son directamente manipuladas por quienes aspiran a dominar desde la distancia. Otras de estas categorías, en cambio, podrán no estar directamente manipuladas, pero aún así no significan un inconveniente a la dominación global en modo alguno.
Que la completa dominación global llegue a concretarse de manera definitiva, es algo improbable, puesto que anteriormente se ha intentado con distintos grados de coacción, sobre pocos o muchos países, y en general en distintos contextos. La historia ha demostrado que siempre las tiranías y los gobiernos de ocupación terminan por sucumbir, ya sea por un levantamiento de los oprimidos, o por un conjunto de crisis de otra naturaleza. No obstante, a lo largo del camino recorrido entre este mundo real actual, y esa hipotética utopía del mundo igualitario, el daño puede ser profundo e irreparable. No es tan relevante si el proyecto de los globalistas alguna vez se alcanzará, sino la irreversibilidad del daño que podrán causar en su intento por cumplir dicho proyecto.
Algunas vez los criollos fuimos el vehículo de poderes externos para implementar una dominación, y mientras fue así, tuvimos el respaldo de una institucionalidad para sobrevivir. Hoy en día, el pueblo criollo les estorba, ya que en nosotros existe el germen de una poderosa fuerza que si bien puede levantar Estados, también puede hacerlos caer.
Estas fuerzas necesitan que los criollos dejen de existir, para lo cual inventan banderas y causas que distraigan nuestros esfuerzos. Desean que nos identifiquemos con causas ajenas, que nuestra energía haga el trabajo sucio que otros no desean ejecutar, para impulsar agendas que nos son contrarias, y evitar que centremos nuestros esfuerzos en continuar existiendo. En gran medida esto ya lo han logrado, porque nuestra existencia material-biológica podrá seguir vigente, pero si nos ignoramos como pueblo, si nos concebimos como idénticos a cualquier otro grupo de habitantes, si nos consideramos intercambiables por pueblos locales y/o foráneos, en ese caso estaremos ad portas de una desintegración voluntaria.
Los criollos al interior de partidos políticos, iglesias, y corporaciones, hoy están más preocupados de lo que ocurra en Venezuela, en lugar de saber si la próxima generación de su propio pueblo continuará existiendo. Eligen ser en primer lugar chilenos, cristianos, de izquierda, de derecha, o simplemente latinoamericanos, pero ni siquiera en último lugar conciben su existencia como criollos. Este proceso no comenzó en las últimas décadas, sino que en los años de la Independencia, cuando por razones meramente políticas, y por un rechazo a la administración de la corona, se comenzó a odiar la herencia, primero española, y con el tiempo hacia Europa en general.
No necesitamos la solidaridad de otros pueblos para levantarnos de esta situación. Necesitamos el compromiso activo de los integrantes reales de nuestra población dispersa.
El proceso de desintegración criolla no existe solamente en Chile, sino que a lo largo de toda esta América. El sistema actual desea que sintamos como un prójimo a cualquier individuo de otra etnia que llegue a este territorio y cumpla con meros trámites. Nosotros elegimos sentir como prójimos a nuestros pares, y nuestros pares son aquellos criollos que han hecho esta su tierra durante siglos, pero también aquellos que sin conocerlos en persona, están dispersos en distintos núcleos de este continente.
Celebramos de manera pública y explícita que cumplimos 478 años de presencia en esta tierra. 478 años de esta ciudad que levantamos de la nada, y de la que otros hoy pueden servirse, muchas veces sin gratitud alguna hacia sus creadores. A todos los criollos de Chile, América y en el Mundo, quiero decir que nuestra misma existencia es un acto revolucionario, y aunque parezca que somos un reducido número de personas, debemos recordar que también fueron muy pocos los que alguna vez llegaron a esta tierra, y decidieron cambiar la historia para siempre.