No sé quién es Nicolás Copano, y hasta leer su nota sobre Israel y Palestina, jamás había leído una palabra suya. De hecho, tampoco estoy muy informado de la nueva cohorte de escritores chilenos, ni estoy consciente si acaso me estoy perdiendo la mitad de mi vida por no haberlos leído. Creo que entre lo que leo de El Mercurio y The Clinic me ha bastado para completar mi cuota de humor semanal.
Pero fui etiquetado en una publicación en Facebook por un amigo que no acostumbra a hablar de sí mismo ni mucho menos escribir sobre sentimientos que a nadie le importan, así que supe que podría ser algo interesante, pero no lo fue del todo. Era la columna de Nicolás Copano, la que no contenía la dinamita visceral pro-sionista impregnada de los vellos de Zohan que he leído en algunos sitios, sino más del lloriqueo victimista con ojos de Bambi al que estamos acostumbrados a ver en Hollywood.
Por supuesto que el problema entre Israel y Palestina es altamente complejo. Quien piense que ese territorio es palestino y que los judíos tienen que irse a la mierda, o quien piense que ese territorio es judío y que los palestinos tienen que irse a la mierda, está reduciendo todo a un mero asunto de adjudicar pertenencia al lado de su simpatía.
Por supuesto que Israel es una nación próspera y organizada, y muy difícilmente va a ser borrada del mapa: objetivamente hablando, la diáspora fue bastante útil para impregnarse de cosas e ideas y metodologías a implementar, y esto se nota al ver los índices israelíes, cercanos al Primer Mundo, y los de sus vecinos, en el Tercer Mundo versión desértica. Y qué decir de la ayuda política y económica que recibe de parte de sus connacionales. Esto no es malo, en absoluto: es lo que cualquiera debería hacer por alguien de su familia grande, es decir, de su nación. Hasta este punto, concuerdo totalmente con Copano. No le veo lo irreverente.
Sí, en Israel ocurren atentados. Gente inocente es atacada por parte de los nativos y pobladores que habitaban el lugar desde antes de las generaciones que empezaron a llegar en 1948. Seguramente, ninguna de las personas que han sido atacadas tenga más responsabilidad que el hecho de habitar desde la pasividad. Pero eso no es igual a nada. Puede que sea gente inocente, sí, pero es gente inocente que está habitando un lugar que se encontraba habitado previamente, un pueblo que lucha (activa y pasivamente) por el dominio de un suelo, y eso provoca resistencias. Es perfectamente normal, no puede esperarse que el hábitat de un grupo sea reducido – y ocupado – drásticamente sin tener reacción alguna de parte de los habitantes nativos. La lucha por los recursos es así, la competencia es brutal. ¿Y qué esperaban, que los recibieran los flores, alfombras rojas y carteles imbéciles de #RefugeesWelcome, como lo hacen las masas con el cerebro lavado por el progresismo? Sólo en el Primer Mundo hay gente tan tonta como para recibir con los brazos abiertos a quienes quieren reemplazarlos.
Y también están los lloriqueos del otro lado de la corrección política, ese lado que justifica la violencia bottom-up contra un tirano, es decir, una cultura mayor o más poderosa, pero que son los mismos que condenan la violencia top-down, ya que ésta proviene de un ente poderoso. Se dicen antiviolentos, pero aceptan la violencia siempre y cuando ésta vaya contra gradiente. Y hablan de que Israel es un estado “ilegal”. ¡Por favor, señores! ¿Qué es esa mariconada de que tal estado es legal o ilegal? ¿Qué peso pueden tener un montón de papeles que dicen que tal estado es ilegal mientras dicho estado escribe usando cañones de lápices y pólvora a modo de tinta? ¿Dónde queda esa preciada legalidad?
Y es que cuando tus amigos progres, de ésos que comerían plancton muerto si pudieran, con tal de que nadie sufra ni haya opresión de ningún tipo, sin importar si el nicho del débil y oprimido lo ocupa un taxón no humano, comienzan a hablarte sobre el Sionismo, Plan Andinia, y las masacres en Gaza, es porque hay algo que está siendo desvirtuado y filtrado a través de ópticas izquierdistas políticamente correctas.
Para concluir esto, algunas verdades sencillas:
Israel aplasta sin miramientos todo intento de levantamiento de la población nativa. Cuando alguien habla de esto, aun sin tomar partido (como yo, en este caso), se juega el comodín típico y predecible: caza de brujas antisemitas. Sus histéricos partidarios usan un agresivo lenguaje contra los no judíos y para tejer sus sueños de barbarie donde Israel al fin podrá vivir en paz, ya que no quedará nadie a su alrededor.
Hay violencia y sueños de aniquilación por parte de la población nativa, algo que es nada del otro mundo (yo mismo tengo sueños donde mis ruidosos vecinos inmigrantes tropicales son lanzados a la exósfera para que exploten en el espacio junto con su bulla frenética infernal), teniendo en cuenta que sus vecindarios comenzaron a verse invadidos y luego achicados de manera dramática.
Pese a los deseos políticamente correctos de Copano, no hay integración posible, y probablemente, una –en sus palabras– “estructura identitaria separatista que a Hitler le daría orgullo” (¿repitiendo el discurso sionista-liberal de que el Estado Islámico es símil al nazifascismo, Copano? ¿Qué sigue, hablar de islamofascismo? Ah no, ya lo hiciste) sea una de las soluciones (ya que no existe una única solución) a los problemas de odio y efervescencia étnica en el Medio Oriente. Que cada nación tenga su propio aparato administrativo para velar por sus propios asuntos es algo tan lógico como esperar que tus problemas sean resueltos por tu familia, no por la familia de tu vecino.
No sé, ayúdenme: no le encuentro lo irreverente a Copano.