Si bien ningún periódico ha sido nunca un ejemplo notable de objetividad ni baluarte de cultura ni mucho menos una fuente de inteligencia que se derroche repartiendo conocimiento a las masas, el periódico chileno El Ciudadano destaca por su labor en favor de la defensa de las ‘causas justas’ (siempre y cuando sean políticamente correctas, por supuesto), a las que –debido a la incongruente línea ideológica del periódico– termina haciendo un flaco favor en cuanto a su posicionamiento frente al resto de la sociedad civil, es decir, todos aquellos individuos que –por fortuna– no son repetidores del discurso de El Ciudadano. No siendo yo un lector de izquierda, sí leo las cosas que escribe la izquierda: no porque tenga que “conocer a mi enemigo” (como si la izquierda chilena no fuera lo suficientemente enemiga de sí misma), sino porque un poco de cultura general e indagar otro tanto en los insondables reinos de la diversidad de opinión no le hace daño a nadie, junto con provocar la visibilización de puntos ciegos en el discurso individual. Hoy en día, ser ignorante a propósito y negarse a saber qué es lo que piensan otros seres humanos es privilegio dudoso al que sólo algunos pueden optar, y yo no estoy entre ellos. Además, la vida sin la risa sería un asco.
Si Ud. ha leído el diario El Mercurio, sabe que encontrará en sus páginas jugosas dosis de histeria reaccionaria conservadora, paranoias momias de grueso calibre y una tergiversación desvergonzada de la realidad (algunas con mejor gusto que otras). Pese a todo, he de reconocer que dentro de su manipulación de la información, sigue una línea que se mantiene vigente gracias a minimizar las inconsistencias en su discurso: para El Mercurio, la Izquierda siempre fue, es y será perniciosa y estará motivada por algún tipo de malvado plan para destruir al resto, ya sea que esté enmarcada dentro de lo autoritario, o dentro de lo democrático. La Izquierda siempre será maligna. Por otro lado, si Ud. lee El Ciudadano, notará que hay una constante tendencia a tropezarse con su propia cola, dando a todas luces la impresión que se mueve dando palos de ciego, algo bastante poco digno para todo periódico que se aprecie.
Con el aire de superioridad característico de la izquierda moderna, aquélla que se rehúsa a ensuciarse las manos con una pala o un fusil, y que rechaza al fútbol por encontrarlo una estupidez donde veintidós idiotas corren detrás de una pelota y que ellos son demasiado buenos como para eso (significados nuevos y confusos para la idea de “igualitarismo” donde unos son mejores que otros – ¿quién los entiende?), el periódico El Ciudadano publicó una imagen alusiva al nacionalismo al que, por supuesto, se le adscribía una cualidad negativa, donde quienes eran nacionalistas (ya sean liberales o étnicos) no eran más que idiotas con el cerebro lavado.
Pues bien, aquí en Occidente, en teoría cada uno es libre de pensar lo que quiera, por lo que si a los tipos que le dan forma a la línea editorial de El Ciudadano se les antoja insinuar que los partidarios de alguna nación son una tropa de idiotas, están en su derecho. El problema para ellos es que lo que escriben con la mano, lo borran con el codo: mientras que el nacionalismo como concepto es difamado sin problemas (ya que sería una ideología de gente necia y carente de raciocinio), algunas luchas que implican una innegable carga racial y étnica son reivindicadas. El Ciudadano, así como la izquierda, tiene un odio parcializado hacia el racismo, la idea de raza, nacionalismo, nacionalidad y todo lo que tenga que ver con la negación de la igualdad, puesto que su aversión hacia estos conceptos relacionados con la diferenciación existirá siempre y cuando éstos sean políticamente incorrectos.
La relación entre El Ciudadano y el Izquierdismo es evidente, siendo el primero una manifestación del segundo. La psicología izquierdista – como ya mencionara el destacado profesor Theodore Kaczynski – tenderá siempre a condenar a toda figura que inspire una imagen de fuerza y superioridad respecto al resto, que es justo lo que hace El Ciudadano cuando, por ejemplo, habla en favor de la autodeterminación mapuche y su lucha contra el estado de Chile, que representa al poder occidental que aplasta a los pueblos originarios. De la misma manera, El Ciudadano exalta la resistencia palestina frente al estado de Israel, quien no tiene reparos a la hora de usar la fuerza letal frente a lo que considera como amenaza, a diferencia del estado de Chile. Ambos pueblos representan al ‘débil’ en la relación de poder existente con una hegemonía, la que será siempre despreciable si ésta está impregnada o con las características de Occidente, o el Primer Mundo, o el Patriarcado, o todas éstas en forma simultánea.
La Izquierda moderna chilena, llamémosla progresista, humanitarista, igualitaria, políticamente correcta o, sencillamente, descafeinada, hace bastante tiempo que viene dando lástima, cayendo en incoherencias y luchando ridículamente por mantenerse vigente y visible ante cualquier situación y dispuesta a lograrlo bajo cualquier costo, incluyendo el de su propia dignidad, la que es transada una y otra vez hasta volverse un bien de consumo muy pobremente cotizado.