Lo ocurrido en la Ciudad de Bruselas se asemeja a una evitable indigestión producida por la imprudencia.
Hay veces que comes ciertas cosas porque te causan placer, a pesar de que estás consciente que no las necesitas en lo absoluto. Vives sin ellas y vives bien; no son comidas de lo más sanas, pero el hacerlo te provoca algún tipo de satisfacción que no es otorgado por el valor absoluto. Son lujos que puedes darte cuando te encuentras disfrutando de un relativo bienestar pues, cómo no, cuentas con el bienestar suficiente como para pasar un mal rato y recuperarte, que es lo que haces luego de una resaca o luego de comer exceso de cosas picantes.
El asunto de los ‘refugiados’ es algo así: Europa no necesita de los refugiados (es decir, de los pueblos que se disfrazan de dicho eufemismo), y no los ha necesitado jamás. Más aún, hasta hace pocos siglos los combatía –cuando no les tenía lástima ni los trataba como una abuela arropando a sus nietos, porque eran sus enemigos declarados– duramente para mantenerlos a raya algunas veces, en otras oportunidades tuvo que expulsarlos del interior de las fronteras del continente, y en otras instancias incluso se aventuró (siguiendo las sugerencias de algunos sacerdotes que poco y nada sabían de librar una guerra) a adentrarse en Tierra Santa para recuperarla para la Cristiandad (empresa que fue un desastre, por eso mi poco aprecio a la idea de querer embarcarse en otra “última” Cruzada). Como sea, no necesitaba de los refugiados. Hoy por hoy, y luego de siglos de guerrear a árabes, magrebíes y africanos, de desarmarlos y de lograr –al fin– dejarlos fuera del espacio europeo, Europa (disfrutando del éxito económico y del bienestar interno luego de siglos de guerras entre las distintas naciones europeas) decide abrir sus fronteras a sus antiguos enemigos, los que huyen del caos presente en sus países de origen, o porque sus regímenes son muy duros y despóticos, o porque quieren una probada de mejores condiciones de vida, etc.
Europa ha marchado apresuradamente hacia el abismo del progresismo ciego, y hacer obras de beneficencia que van contra toda razón ha sido una tónica que se ha repetido una y otra vez. #RefugeesWelcome, por medio de su repetición hasta la náusea, parece estar siendo grabado con éxito en las mentes europeas, donde se ha logrado una sorprendente desvinculación emocional y racional frente a la realidad, y es que parece ser que a medida que más y más europeos mueren, la repetición de eslóganes como “Islam no es terrorismo” y “Bienvenidos refugiados” por parte de la propia población europea se hace más fuerte y constante. Esto es debido a que el ingreso de refugiados al interior de las fronteras, ciudades, pueblos, escuelas, vecindarios y parlamentos es algo que produce placer a la Europa moderna y progresista. Y si no, ¿cómo se explicaría la insistencia en acciones que no han producido más que dolor y pérdidas a nivel humano y monetario? La estupidez está siendo una moneda común dentro del Progresismo, y éste es el mejor ejemplo.
Tener refugiados no es necesario para el Corpus Europaeum. Las funciones vitales de este cuerpo pueden realizarse perfectamente sin ellos, pero como una comida que causa placer solamente a los sentidos, ya que al cuerpo per se no le reporta ningún beneficio, el hecho de ingerir estos elementos puede causar indigestión. Pero no se puede vivir con indigestión, pues el cuerpo terminaría muriendo inevitablemente.
Mantener las condiciones que generan la indigestión es propio de un organismo con algún tipo de enfermedad; para este caso en particular, una enfermedad mental. Y cómo no, si luego de ver qué es lo que pasa al insistir reiteradamente con el asunto ‘refugiados’, se sigue pensando que aún puede ser concretado el sueño de abrir las puertas y convivir en paz y que la humanidad tiene un futuro lleno de armonía y entendimiento, es porque definitivamente en el cerebro algo está fallando y, a estas alturas, las experiencias vividas en Francia, Bélgica, Australia, Dinamarca, etc. deberían ser una voz de alerta lo suficientemente clara para empezar a tomar cartas en el asunto y dejar de ingerir elementos externos e indigeribles de una vez por todas.
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