Latinos son los que descienden de la gente del Latium, o de los romanos, en un sentido amplio. En cierta forma todo el orbe blanco es obra de Roma, de modo que todos somos romanos en algún sentido.
Sin embargo hay distintas formas de ser y distintas mentalidades entre nosotros, que podrían denominarse matices del mundo blanco, las diversas formas de una misma identidad.
Los de ascendencia germánica o anglosajona, suelen no tener la misma mentalidad que los mediterráneos. En el siglo XX, los anglosajones y los germanos, se disputaron el poder occidental. Los rusos son otro tema: el tema eslavo, también apasionante por cierto.
En América del Sur, los criollos acortamos diferencias entre descendientes de europeos, y aunque ellas persistan suavizadas, a veces se notan. Lo óptimo sería que esas diferencias disminuyeran más aún, dado el contexto.
Lo pueblos del Sur de Europa, paradójicamente despreciados a veces por los así llamados «nórdicos», son los que han dado vida al orbe blanco: Grecia, Roma y los Celtas. Los germanos romanizados dejaron de ser lo que eran antes, pero siempre mantuvieron su cariz diferencial, igual que los anglosajones.
La pestilente unificación cristiana y luego las naciones iluministas, devastaron a los pueblos mediterráneos, que durante la IIGM no cumplieron su destino sino el destino germánico. Lo mismo los del Sur de los EEUU, mayoritariamente de origen céltico, cuando no hispánico.
Ahora que el destino de todos los pueblos blancos está amenazado, no sería mala idea abrazar la mentalidad de la romanidad pagana y la celta, ya que los nórdicos perdieron su Reich de mil años y los anglosajones otrora tan soberbios, están siendo barridos por los chinos y el islam.
Nosotros los latinos operamos de otro modo. Somos hijos de Roma y de los celtas, y aunque estemos ya a esta altura hermanados con los pueblos blancos del norte, es hora de cumplir nuestro propio destino.