Desde hace meses he tenido la intención de dar mi opinión respecto a la crisis venezolana, pero lamentablemente la situación es tan complicada (o al menos así la hacen parecer los medios) como para poder dar a conocer mis ideas sin que venga alguien a decirme que olvidé considerar algo, los intereses de ellos, los derechos de estos otros, etc.
Sin embargo, creo que todo conflicto internacional eventualmente está condenado a ser complejizado por cientistas políticos de modo que se vuelva incomprensible para el hombre promedio. Por ello, la solución para poder opinar tranquilamente radica en preguntarse a sí mismo “qué es lo que más te importa”, y a partir de ello proponer una solución ideal (más ideal si está bien fundamentada).
Como alguien que se siente criollo, y es reconocido como tal por sus similares, creo que antes que cualquier otra simpatía política o de clase, se debería primar la seguridad y bienestar de nuestra raza. Y en el caso americano, poder darle una conciencia a los eurodescendientes sobre el origen, por qué estamos aquí, qué significamos para el mundo, y darle a todo un sentido para el devenir de una identidad bien correspondida. Eso es lo que me importa.
¿Qué relevancia tienen para mí los intereses de Estados Unidos? Que hagan lo que quieran, tal vienen haciéndolo hace décadas y seguirán haciéndolo por un tiempo hasta que colapsen bajo su propio peso. El chavismo, por otro lado, es el regurgitado de una ideología autoprofanada por sus seguidores, el cual evidentemente ha llevado a Venezuela a la ruina (la crisis no es inventada). Claramente no faltarán aquellos que se masturban siendo tercerposicionistas y continuadores de la lucha contra el internacionalismo, pero para ellos debería estar más que claro que el enemigo de mi enemigo no tiene por qué ser mi amigo. Por mí que ambos bandos se maten entre ellos.
Como dijo una vez Juan Pablo Vitali, escritor obligatorio para todo criollo, existen países de mierda, los cuales se venden como crisoles de identidades y tienen sus respectivas épocas doradas, pero cuya realidad racial y étnica termina por prevalecer, evidenciando su incompetencia congénita.
Venezuela es un país de mierda, y hoy eso está más que claro. Y no voy a mentir al decir que me importa un huevo que se le ponga a un fin a dicha crisis mediante un bombardeo al palacio de gobierno, políticos colgando del cuello, o una indefinida anarquía. Pero lo que sí hago, es distinguir entre el país de mierda y la gente que lo habita.
Las guerras las deciden unos pocos y la pagan todos. El hambre que hay allá y el desabastecimiento no se lo deseo a nadie (aunque desde mi formación y experiencia con los medios cuestiono su escala e intensidad). Es parte de nuestro mandato biológico sobrevivir, y tengo la obligación y el placer de respetarle aquello incluso a grupos humanos con los cuales no me identifico (como aquella masa mayormente mestiza que pobla el largo y ancho del continente). Pero más aún, me importa la seguridad de los demás criollos que habitan dicho país.
La migración venezolana a los demás rincones del continente nos ha confirmado que allá habitan blancos dignos y con conciencia racial, de la cual muchos de nosotros podríamos imitar un poco mejor (la inmigración italiana y su decendencia conforma un número cercano al 10% de la población venezolana). Pero como es imposible en nuestro siglo XXI darle una solución racista a un conflicto, lo prudente es destinar nuestros recursos para concientizar a los venezolanos de su pertenencia racial, para que se organicen entre ellos y así sobrellevar la crisis, para que busquen a otros criollos en los lugares que los reciban, y hablarles sin pelos en la lengua a los nacionalistas y amantes del Estado moderno de que la identidad no es algo que puede ser leído en un pasaporte, sino que se lleva por dentro.
Hagamos eso mientras tanto, que es lo seguro, en vez de pensar por qué derramar nuestra sangre. Siempre es mejor legarla.