Cuando gobierna la izquierda latinoamericana, el progresismo, el indigenismo marxista, que pone a los indios de escudo de sus propios odios, que a veces no son necesariamente los de ellos, cuando todo es disolución, desprecio y ataque a los blancos y a los hombres de verdad, uno los odia y quiere que se vayan de algún modo. Pero cuando vienen los liberales, a todo lo anterior se suma el odio a los trabajadores, a la gente honesta y a todo lo que sea pueblo, del color que sea. Y a todo lo que no sea capitalismo salvaje concentrado y esclavista.
La izquierda es en general generadora de miseria, pero no todo populismo es marxista. Los liberales odian menos a los marxistas que al populismo identitario. Maduro y el chavismo son una peste de origen cubano. Es vergonzoso que si uno es un populista en Brasil o en Argentina, se ponga en fila detrás de eso. Y eso pasa por no asumir el populismo criollo, que es el único coherente para el pueblo criollo, y asumir otros populismos que no me interesa juzgar, como el boliviano por ejemplo.
Los liberales odian a los pueblos y tratan de exterminarlos. De hecho a los que han exterminado a fondo no han sido a los comunistas, sino a los populismos no comunistas. La novedad es que ahora las masas los votan. Cuando yo era niño no pasaban del tres por ciento de los votos, ahora suelen ganar elecciones. Por eso nuestro populismo comunitario es orgánico más que numérico. Por eso los liberales nos odian más que a nadie, después de todo el tiránico fracaso del marxismo, no es más que un invento liberal para frenar el avance de los pueblos.
Nosotros hemos sido buena gente, nunca asesinamos liberales como ellos sí lo hicieron. Los comunistas nos infiltran para vencer a los liberales. Luego ambos se unen contra el «fascismo». Un día de estos, tendríamos que dejar de ser tan buena gente.
Llega un momento en el que uno se agota, de repetir la misma historia que apesta.