No, éste no es un texto del tipo ‘fuerza, camioneros’; más bien, es una constatación de una lección de hipocresía («hace lo que yo digo, pero no lo que yo hago — hace lo que yo hago, pero no lo que yo digo«) que entrega la sociedad chilena.
Los hechos en el norte del país son más que conocidos, por lo que la cuestión inmigratoria, vista del ángulo que sea, está prácticamente en boca de todos. Ahora, como todo hecho es politizable, era casi inminente que se politizara y se formaran bandos respecto de las acciones, y también que se crearan bandos dentro de los bandos. Hace algunos días en la ruta que une Antofagasta con Mejillones, producto de un altercado con un grupo de individuos de origen, al parecer, venezolano, resulta muerto el camionero Byron Castillo Herrera, provocando la ira de sus colegas. El gremio camionero, que antes de la muerte de Castillo exigía a las autoridades un mayor control en las carreteras debido a que las masas migrantes que se mueve por el desierto bloqueaban los caminos, obligando a detenerse a los vehículos que transitan por las vías, ahora reaccionaría movilizándose para ejercer presión sobre el Gobierno, exigiendo respuestas a sus demandas que básicamente consisten en garantizar la seguridad interior del país — algo así como demandar que se cumpla la función básica de un Estado, motivo por el cual el anterior se supone existe.
El bloqueo de carreteras por parte de los camioneros, con todo lo que ello significa, es decir, prácticamente la paralización no voluntaria de un tercio del país, viene a confirmar que, en la praxis, el diálogo que se termina imponiendo casi siempre es el de la fuerza, algo que a nadie le sorprende, puesto que distintos grupos e instancias ciudadanas emplean sin mucho reparo diferentes modalidades que tienen que ver con la fuerza — algunas legales, y otras definitivamente inconstitucionales, tales como el bloqueo del desplazamiento de personas, tanto en su versión camionera como en su versión ‘lúdica’ de ‘el que baila pasa‘.
Sin embargo, algo que está ausente en todo esto es el archi-utilizado ‘fuerza [grupo en cuestión]‘: mientras que en este país se ha visto ‘fuerza estudiantes’, ‘fuerza, pescadores’, ‘fuerza, profesores’, ‘todos somos Aysén’, ‘todos somos Manuel Lagos’, históricamente los camioneros han sido sujetos de antipatía por cierta asociación que se les adscribe con la derecha. Dicho de otra forma, a los camioneros no los quiere nadie por ser fachos. Así de sencillo.
Por lo anterior, en realidad no existe mayor consideración con el camionero muerto, y la atención se desvía absolutamente del asunto primero (i.e., la muerte de una persona supuestamente por la acción de individuos pertenecientes a las masas migrantes) para concentrarse casi exclusivamente en el sujeto de la movilización y no en su objeto. El camionero movilizado in abstracto se vuelve, entonces, en un opresor del pueblo –al que tiene de rehén en las ciudades–, y se le echa en cara todas las movilizaciones en que se mantuvo al margen o no se pronunció. Mientras que los estudiantes luchan por el futuro de Chile (y no por su presente y futuro como estudiantes), los profesores luchan por lo que es justo (véase el pago de la deuda histórica) y así, los camioneros lucharían, en realidad, por su egoísmo y sus intereses particulares como gremio. Y como ellos no actuarían por solidaridad, entonces no hay solidaridad para con ellos. Tal es esta lección de hipocresía.
«¿Vos entendés, o no entendés?»