En lo que a identitarismo respecta, y a lo que nosotros nos concierne, el conflicto entre Rusia y Ucrania es lamentable. La guerra convencional necesariamente conlleva a la destrucción física de parte de la población, es decir, la parte viva, latiente y tangible de un pueblo, del hardware de una nación. Superando el idealismo de eslóganes como “No más guerras entre hermanos” pero conscientes que la existencia de los estados y que los intereses de éstos pueden ir más allá de su territorio actual y/o legal, hay que asumir que no todo es responsabilidad de un conflicto de las élites y sus intereses político-económicos.
La región del Donbas, que comprende a Donetsk y Lugansk, presenta un movimiento separatista que ilustra uno de los resultados de la diversidad tal como es, pues mientras algunos sueñan con sociedades diversas, llenas de colores, sabores y tolerancia, la realidad es algo más dura, con la diversidad siendo motor del conflicto. En efecto, no sólo se rompe el sueño liberal de la diversidad, sino también el sueño paneuropeísta de una Europa de las etnias, unida y fuerte.
No queriendo pecar de inocente, perfectamente se puede asumir y comprender que detrás del afán separatista en Donbas hay intereses rusos, y muy probablemente esta región pase a formar parte de Rusia en algún momento. ¿Cuál sería el problema ético con eso? Finalmente, se trataría de un pueblo escogiendo de forma libre (aunque manipulada, tal vez) formar parte de una unidad administrativa. En lo que a mí respecta, no podría oponerme a que un pueblo que no se siente parte de A elija ser parte de B. Identidad y libertad. Sin embargo, no sólo ningún estado quiere perder territorio, sino que también es casi inevitable que cualquier expresión nacionalista y patriótica tome una dimensión territorial, lo que hace bastante difícil que un grupo pueda perder territorio sin generar al menos malestar entre los integrantes del grupo.
En lo que a identitarismo respecta, todo este revuelo de la incursión militar rusa en territorio ucraniano no sólo se trata de una agresión del siempre peligroso poder telúrico ruso: pueblos que son más hermanos y parecidos entre sí que propiamente diferentes, dejan fluir la violencia destructiva por conflictos que trascienden la comprensión de las bases. Y es que Ucrania puede estar más cerca de Occidente (o lo que queda de él) que Rusia, pero definitivamente está más cerca de Rusia. Y aún más definitivamente: Ucrania merece más que ser sólo la fila de sacrificio de la OTAN y de una Europa que cada vez tiene menos importancia, funcionando como un mero antejardín para la fuerza que está más al poniente, allá donde hay dragones.
Es de esperar que el conflicto termine lo antes posible para dejar de lamentar pérdidas humanas. Y también de lamentar la pérdida de lo mejor de Europa.