Básicamente los eurodescendientes transformados en criollos, somos compatibles, parientes cercanos desde el Canadá hasta la Tierra del Fuego. Tratan que no sea así, pese a lo obvio que resulta.
Predominantemente blancos, con más afinidades con ciertos pueblos que con otros, no tiene sentido ponerse a hacer porcentajes respecto del mestizaje. Con cierta gente el mestizaje sale de un modo, con otra de otro. La alquimia queda a criterio de cada uno. No tenemos tribunales para eso. La consciencia y la cultura son las que completan una identidad. Las excepciones son las que confirman la regla.
Europa no define lo criollo, sino los mismos criollos. Un espíritu libre y una mentalidad particular: libertarios para afuera y prusianos para adentro. Grandes espacios, cierta flexibilidad racial según el caso: no mezclarse con lo inferior, básicamente. Sirve lo que fortalece y mejora, no lo que debilita y empeora.
Pancriollismo es un destino cuya energía no está agotada, sino renovada. Sólo falta reunir las piezas necesarias separadas hábilmente por la geopolítica ajena. Reunirlas sin contaminación igualitaria iluminista o monoteísta.
Para liberar la consciencia de los lastres impuestos durante milenios, cambiar de cielo es una gran oportunidad. Todo viaje es iniciático, un gran viaje más. Un viaje mítico lo es superlativamente.
Todo está unido si se sabe ver. Es extraño que pocos puedan verlo. No son tan diferentes las historias regionales americanas. Las mismas disyuntivas, los mismos enemigos. Una proyección cósmica distinta, una polaridad transformadora en lo espiritual.
No se necesitan grandes teorías: predominantemente blancos, con elementos que confluyen y provienen de todos los matices de la cultura indoeuropea milenaria. Bajo la patina opresiva del monoteísmo y del progresismo iluminista, un retorno al sentido pagano y estoico, un poco nihlista acaso. Un salto atávico hacia lo arcaico y también hacia lo futuro.
Los mismos símbolos ligados a la sangre y al nuevo territorio. Un eje de poder que articula a su alrededor afinidades y rechazos. Un eje indoeuropeo, que permite ampliar la mentalidad aldeana o progresista europea, y avanzar hacia nuevos horizontes antropológicos. O mejor dicho: retornar a los sitios que pasan por nuevos, por haber sido ya hace mucho olvidados. Volver a ser como fuimos cuando nuestra fuerza natural no había sido aún domesticada, y se mantenía compatible con la cultura, con la sangre y con la sabiduría.