No sólo creo en la mantención y cuidado de la diversidad humana, sino que creo que los grupos humanos deben luchar por un espacio propio en el cual desarrollarse, sobre el cual ejercer una soberanía para conservar sus intereses, costumbres y objetivos como pueblo. Si el Estado reconoce o no esa soberanía, en la práctica da lo mismo: la soberanía se ejerce en lo cotidiano, no en un papel que se le mendiga a un Estado que no merece respeto alguno.
Cada pueblo que se aprecie debe luchar por su autodeterminación en todos los frentes posibles, y ningún plano es despreciable cuando se trata de ser libre. No es necesario que la institucionalidad regente otorgue esa libertad, pero si un pueblo domina sus barrios, sus oficinas, agencias, caminos y se vuelve protagonista de su economía y de su propio destino, entonces ese pueblo es libre.
La soberanía, como casi todas las cosas, empieza por casa, y si sientes que tu casa está siendo violada, entonces es tu soberanía la que está en peligro, y con ello tu libertad. ¿Y qué haces cuando el que se supone es tu Estado no te protege en algo tan básico como es el derecho básico a existir, a ser? Derechos humanos hay muchos, pero los hombres nos tomamos los derechos por mano propia, y si queremos sobrevivir no tenemos que mendigarle derechos a nadie: hacemos las cosas y punto.
En una jugada estratégica, el Estado de Chile se anexó el territorio de la Isla de Pascua a fines del siglo XIX. Territorios, individuos y recursos pasaron a formar parte de un conglomerado de pueblos, individuos y territorios que eran unificados (lo quisieran o no) bajo una bandera, un himno y una historia que, al ser introducida en los libros, pasaba a ser una historia en común, aunque en el sentido práctico no hubiera mucho entre sus gentes.
Pero tras una nación-idea hay una percepción ciega e idealista, y asume a los seres humanos como entes en blanco para ser imbuidos de una identidad artificial, la que se abraza de forma voluntariamente obligada: “si no te gusta, búscate otro país que sí te guste.” Un clásico liberal, aunque también capcioso para el mismo estado que nace del liberalismo: el país que sí te gusta puedes construirlo tú, ejerces soberanía y te separas. Moralmente es correcto desde un punto de vista liberal.
La Isla de Pascua no era un territorio de entes en blanco, y si bien el Estado de Chile podía ser “dueño” de su territorio, eso no significaba que fuera dueño de sus corazones, ni de sus valores ni de sus intereses. Ésa es la libertad que hacen valer los pueblos para la cual lo legal y lo ilegal desaparece al ser eclipsado por la moral y el honor de un pueblo, cuya lealtad debe estar única y exclusivamente con el propio pueblo.
Si un pueblo ve amenazada su seguridad, debe desatar el infierno si es que lo estima necesario.
A mis amigos sauer Cristián y Sebastián.