Nuestros ancianos

Nuestros ancianos

Algunos de ellos resisten todavía. Los veo frente sus viejas casas, regando las plantas que se secarán cuando no estén.

Ya no quedan aquellos ancianos de medallas militares, dialectos y manos curtidas en el surco o el taller. Ahora son sus hijos, los padres de los que ya estamos cerca de los sesenta. Luego de ellos será la nada.

Por eso están abandonados en sus casas que serán vendidas o transformadas en sitios insulsos sin identidad, historia o estilo. Eso los que tienen esa suerte, ya que muchos están en asilos llamados geriátricos, que les pagan sus hijos con la jubilación el que la tiene, quedándose a menudo con el dinero sobrante.

Toda una vida de disciplina, de orden y de sacrificio. Con ellos se irá lo poco que queda de nuestra identidad. A veces los veo pasar cansinos a comprar un poco de pan por el barrio, o me detengo a espiar el secreto interior de sus casas, donde acaso queden aún algunos objetos y papeles sagrados que sus deudos quemarán o venderán a una casa de compra venta por nada.

Algunos de sus nietos son indigenistas, pero no devolverán esas casas a los indios, sino que tratarán de venderlas. Se supone que nuestros ascendientes fueron genocidas, como si un trabajador italiano, español o alemán de fines del siglo XIX o principios del XX hubiera venido aquí a matar a alguien, y no a forjar la belleza y el bienestar que a costa de su sangre nos dejaron y nosotros entregamos del modo más miserable posible.

Los más lúcidos quieren volver a Europa por motivos meramente económicos. Que extraña paradoja: por la pobreza y el hambre emigraron sus bisabuelos. Ya no hay nada en Europa para nosotros: sólo resta volver al momento sagrado en el que se elige un destino, como lo hicieron ellos: esos que arrojamos a una muerte solitaria e indigna, con total cobardía, con absoluta e indigna crueldad.

La mayoría quieren cambiar de identidad, pero el marxismo indigenista es lo más resentido que hay. Ni esclavos serán felices. Capitalistas aberrantes o marxistas resentidos. Yo prefiero morir con ellos, regando las plantas en las galerías, cuidando los gatos furtivos y los perros vagabundos de la vecindad.

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