«Si los europeos entregan armas [a los rebeldes], el patio trasero de Europa se convertirá en terrorista y Europa pagará el precio por ello.
— Bashar al-Assad en Frankfurter Allgemeine Zeitung.
«Me rebelo contra el destino. Protesto contra los venenos del alma y los deseos de individuos invasores de destruir las anclas de nuestra identidad.«
— Dominique Venner, «Las razones para una Muerte Voluntaria».
«Odio decir que te lo dije. Creo que ya te lo dije.«
The Hives, «Hate to say I told you so«
Pese a lo chocante que puedan resultan las imágenes llegadas desde Francia —donde un grupo radical, en represalia contra el irreverente periódico satírico «Charlie Hebdo» (que, como buen semanario burlesco, dejó sin cabeza a la mitad del mundo, incluyendo a Jesús, al Espíritu Santo, al Papa y, para su desgracia, a Mahoma) entró a sangre y fuego a las dependencias del periódico para demostrar, con hechos y no con palabras, que no tolerarán ninguna ofensa a su fe— lo cierto es que es algo que se viene cocinando hace rato, y que no sorprende (al bien informado, no a la tropa de ignorantes que están pendientes de imbecilidades hedonistas sin importancia).
Las voces de «remigración» (propia de los que funcionan más como reacción a una acción que como acción propiamente tal) se hacen escuchar… como si devolver a un montón de árabes fuera la solución a un Occidente que no tiene vuelta. El problema de Occidente proviene desde el corazón mismo de éste, por lo que el culpar a los que «están entrando» de lo que ocurre a un nivel mucho más profundo, es algo sumamente cómodo e inútil.
Pese a la buena estrategia política de Marine Le Pen de aprovechar de dar un impulso a las medidas contra la inmigración, el asunto va algo más atrás, ya que mientras el capitalismo siga imperando como monoteísmo económico, al tiempo que la Izquierda siga confabulada a la derecha capitalista al proporcionarle más y más mano de obra proveniente desde el Tercer Mundo, la inmigración seguirá siendo una moneda común.
Cito a Alain de Benoist, de su «Inmigración, el ejército de reserva del capital«:
«Quien critique al capitalismo mientras aprueba la inmigración, cuya primera víctima es la clase obrera, debería callarse. Quien critique a la inmigración mientras guarda silencio respecto al capitalismo, debería hacer lo mismo.»
El problema, entonces, no se soluciona ni suprimiendo el capitalismo, ni suprimiendo la inmigración. Hay un factor que se está pasado gravemente por alto: el espíritu de Occidente. la psicología de Occidente, la forma de ser de Occidente.
Exceptuando algunos extremismos cristianos del pasado (una fe ajena a Europa, pero defendida a brazo partido por europeos), Europa, siglos antes del advenimiento del Liberalismo, ha estado caracterizada por una marcada tolerancia a los credos, mientras éstos no se transformen en algo que amenace la armonía y la paz. Respecto a esto, los cristianos pueden dar fe que mientras mantuvieron sus ritos en forma privada, no fueron perseguidos. Pero cuando pasaron a la subversión, pasaron a alimentar a los leones en el Circo.
Después de todo, con altos y bajos, Occidente respecta cierta autonomía y libertad en las creencias personales, por lo que, si en mi hogar se me antoja adorar a una caja de cartón como hacedora de todo lo creado, soy libre de hacerlo, siempre y cuando no conduzca a una seguidilla de acciones que amenace con expandirse y llevar al extremo el pertenecer/no pertenecer a mi fe.
Si el resto del mundo no cree lo que yo creo, pues allá ellos: al cielo me voy solo, si el resto quiere perderse, es cosa suya. Pero las religiones del desierto no son así, y las luchas contra los infieles , ya sea mediante el lobby o las balas, se vuelven algo inherente a su visión del mundo que, mientras esté fuera de las fronteras de la tolerancia europea, no se vuelve un drama.
Desgraciadamente, esta tolerancia primordial a la heterogeneidad de creencias y convicciones en medio de la homogeneidad étnica ha sido trastocada hasta el punto en que la tolerancia a la diversidad de credos se ha transformado en tolerancia y aceptación de la diversidad de culturas al interior de las fronteras de Europa, lo que terminará por volverlo todo en una tolerancia a la heterogeneidad étnica en medio de una homogeneidad de creencias. Hoy, esta tendencia es el pensamiento liberal. Mañana, una tendencia más fuerte, más exclusivista y más restrictiva se consolidará sobre las ruinas de Europa.
Es notablemente simbólico que este hecho haya ocurrido en París, que es donde se plantó la semilla de la Modernidad, mismo sistema de pensamiento que ha permitido que ocurran las cosas de la forma que ocurren. La misma Francia que alguna vez dio un giro a la Historia de la Humanidad, a la forma de pensar y de ver al mundo, la misma que con tantas ansias luchó por la «Liberté, Égalité, Fraternité» para todos los individuos, hoy ve cómo estallan en su cara —cual palomitas de maíz en el fuego— los mismos granos de maíz de autodestrucción que plantó siglos atrás.
Pero hoy, el panorama es aún más amargo. No habrá un salvador para Occidente, y aunque resurgiera un Carlos Martel para conducir a una Batalla de Poitiers versión moderna, sólo combatirá en el plano exterior a algo que en realidad es manifestación de la podredumbre interior de Occidente.
Occidente está en una guerra contra sí mismo. Y, hasta ahora, la va a perder.