Para nosotros, el criollismo es el destino común de la descendencia europea en América. Para dejarlo más claro: del hombre blanco americano. Nuestra óptica, dentro de esos límites es también clara: no arrastramos los lastres que destruyeron y destruyen a Europa. Los enfrentamientos de aldea, de región, de principados o reinos, eso no tiene nada que ver con nosotros. Tenemos muchas desventajas, pero también una ventaja: todo hombre blanco americano en tanto criollo consciente, nos enriquece y puede ser nuestro hermano.
Nos aporta tanto el ruso, el lituano, el ucraniano, como nuestro origen español o la “italianidad” que por ejemplo en la Argentina es evidente. No seríamos lo que somos sin los irlandeses, sin los galeses, sin los alemanes, sin los portugueses. Todo suma a una identidad que no tiene urgencia en odiar a los suyos, sino al contrario. En este espacio infinito y con nuestra particular historia, ese tipo de odio es para nosotros extraño, incomprensible. Puede que sea la necesidad, o la secular relación con otras gentes lo que nos hace sentir así; lo cierto es que donde está todo por hacer hay algo atávico, elemental, profundo, que nos une. Esto no quiere decir que salgamos triunfantes de la contienda; pero al menos que la sangre derramada no sea entre nosotros.
Esto elemental que debe sentirse antes de explicarse, es un patrimonio que debemos defender y desarrollar. Estamos antes del capitalismo y quizá del cristianismo. No es que no nos hayan alcanzado, pero nos alcanzaron menos. Cuando uno pisa Europa se da cuenta de cuáles son las diferencias y hasta dónde llega el cambio antropológico en una sociedad distópica. Podemos concordar en la teoría, pero muchas veces a la hora de actuar nos damos cuenta que no actuamos igual: nuestros intereses, nuestro estilo, nuestra forma de ser son distintas. Hay un alma colectiva que acompaña la recreación de la etnia, pero debe ser un alma grande, no declamada sino ejercida en la acción cotidiana. Hay códigos no escritos, esos son los más importantes. ¿De qué sirve declamar ideologías, cuando al actuar lo más importante no es lo declamado, sino que termina siendo lo mismo que para los demás? Por eso desconfío de las etiquetas. Las ideologías suelen funcionar como funciona la crítica para la literatura: los que no la sienten ni la entienden son los que se dedican a ella.
Desde el Quebec hasta la Patagonia, podemos encontrar un tipo de personas que, aún sumidas en el caos y en la confusión, emergen cada tanto con su carácter más profundo. Nos resta saber hasta dónde ese carácter, esa identidad y ese destino pueden desarrollar suficiente poder y conciencia para sobrevivir.