No suelo escuchar radio, pero ante el llamado telefónico de un odioso amigo («en Palabras sacan Palabras de la Radio Futuro están hablando de la multiculturalidad»), no pude sino escuchar un programa con atención.
Para mi sorpresa, no se abordó el tema de la multiculturalidad desde una perspectiva políticamente correcta (es decir, ese particularismo insípido con gusto a psicología izquierdista), sino desde un incorrecto anti-republicanismo unitario, donde se culpaba a la naciente República de Chile como responsable de la gran mayoría de los conflictos interétnicos ocurridos en la actualidad.
El programa reconocía la realidad multicultural desde la Conquista, donde situaciones como los primeros cruces (de golpes, de genes, de palabras) entre europeos y pueblos originarios dieron origen a las cromatografías de identidades primigenias, las que fueron mutando en el tiempo, hasta tomar la forma que podemos testimoniar hoy.
Lo anterior no es nada nuevo, aunque sí rompe con el clásico cuento del origen de Chile ultramanoseado especialmente por los nacionalistas, quienes pretender ver en un choque étnico una maravillosa mezcla donde sale a relucir lo mejor de cada grupo, creando algo nuevo y uniforme.
Como consecuencia de esta distorsión poética de la realidad es que el unitarismo sea defendido con tanta alevosía, como si fuera algo positivo el que desaparezca lo anterior para crear algo nuevo o, mejor dicho, que desaparezca la pluralidad anterior para dar origen a una singularidad: la suma donde 1 + 1 = 1. Si matemáticamente a alguien no le calza esto, debe comprender que se trata de la disolución de las identidades para que sólo exista una.
Avanzado el programa, se tocó un tema casi tabú para la corrección política: los colonos europeos como víctimas del Estado. Aquí se le da un tono disruptivo a la conversación: se incluye la variable Estado en la fórmula, y se lo incluye como una variable distinta a la nación (jurídica, claro). Esto es algo fundamental para comprender el problema, pues la visión simplista reduce todo a un conflicto entre chilenos (o, mejor dicho, esa rara variedad de mestizos y blancos que están afectos al occidentalismo) y mapuches.
Los más apegados a una visión izquierdista (es decir, victimista) de la realidad, acusarán a todo lo Occidental de malo, y a lo europeo de usurpador, etnocida y ambicioso, donde los mapuches serían pobres víctimas en manos de malvados eurodescendientes.
Por otro lado, los apegados a una visión derechista liberal, patriota-demagógica y pseudo-nacionalista, acusarán a los mapuches de ser terroristas-extremistas, quemadores de bosques, acosadores de pobres colonos bienhechores que vinieron a engrandecer a Chile, inadaptados y antisociales que no acatan lo establecido por el Estado de Chile, que son chilenos como todos, que son flojos porque no trabajan la tierra y un sinfín de epítetos destinados para caracterizar su desadaptación a «la cultura de Chile.»
La visión de la realidad de Palabras Sacan Palabras se acerca mucho a la nuestra, al margen de las dos primeras: el unitarismo hegemónico Occidental liberal y su integración forzosa de pueblos diferentes es culpable de la creación del polvorín de odio, descontento y confusión interétnica (e intraétnica también). La naciente República de Chile «importa» colonos europeos para ocupar tierras donde anteriormente habitaban pueblos que no eran funcionales al naciente estado y a su idea unitaria, destinándole tierras de las cuales Chile no era dueño o, al menos, el dueño indiscutible, dejando a los colonos a la merced de su suerte. La represa de odio no se rompió de inmediato, pero sus fisuras comenzaron a hacerse más notorias con la vuelta a la Democracia. En relación al proceso de desadaptación progresiva del Pueblo Mapuche, no queda sino asumir que es algo lógico: décadas de imposición y dominación cultural occidental no pasan desapercibidos, y ante el peso de la bota gigantesca del cccidentalismo, lo deseable -para cualquiera que se diga defensor del nacionalismo e identidad de los pueblos- es que sacuda la comodidad desde sus cimientos, haciendo hervir al inconsciente colectivo de los pueblos. Negar esto es el primer paso para abrazar al mundo como una vulgar aldea global y uniforme.
De la misma forma en que dos perros son llevados a un corral para luchar hasta la muerte, eurodescendientes y mapuches fueron conducidos por la República (en nombre de las mejores intenciones, pues el liberalismo es básicamente bien intencionado, salvo que su visión de la realidad es un tanto idealizada, chocando mortalmente contra el muro del realismo racial) para despedazarse mutuamente. Al igual que los perros de pelea, en esta bomba de tiempo, ambos «bandos» enfrentados son, en esencia, inocentes, para disgusto de los observadores a los que se hizo referencia más arriba.
Dejando de lado la demagogia propia de los nacionalistas liberales así como la de los indigenistas, y tratando de ser lo más objetivos posibles, Matías Catrileo, Werner Luchsinger, Vivianne Mackay, Edmundo Lemun, y muchos otros tuvieron muertes inevitables en función del tiempo (el pasado es pasado), pero que, con un poco de inteligencia, comprensión, racionalidad, separatismo y visión racial, podría evitarse que nuestra realidad siga siendo una canción de Eskorbuto.
Perdida la esperanza
Perdida la ilusión
Los problemas continúan
Sin hallarse solución
El pasado ha pasado
Y por él nada hay que hacer
El presente es un fracaso
Y el futuro no se ve