Si hay algo que uno siempre debe agradecer, es la claridad con la cual se presentan las cosas. Esta claridad permite minimizar los errores y bajar el número de posibilidades de confusión, algo inherente a la naturaleza humana (aprendizaje de ensayo y error, un método heurístico, i.e., de descubrimiento). Que las cosas no se presenten con claridad hace aumentar el riesgo de llenar los vacíos de información (es decir, las interrogantes) con suposiciones, ideas preconcebidas, aprehensiones personales y, por sobre todo, especulaciones. Así, por ejemplo, terminamos envolviéndonos a veces en situaciones A que pensábamos que eran B, por no saber desde un principio que se trataba de A y no precisamente de B. Hubo un ensayo, tuvimos error, y nuestros resultados –erróneos– nos muestran dónde estuvo dicho error e instan a probar una alternativa diferente.
Partido Independencia es una alternativa política libertaria conformada por algunas personas que ubico. Sus trece principios (publicados en su página) presentan su postura ante el escenario político, y las razones que los mueven a conformarse. Lo interesante de todo esto es que sus principios son tan claros –y algunos, en franca oposición al identitarismo– que no dejan lugar a la confusión, superando por mucho a la coherencia ideológica de la gran mayoría de movimientos nacionalistas que han surgido hasta hoy desde hace décadas. Todos estos movimientos nacionalistas han sido contrarios o al menos divergentes respecto al identitarismo, aunque ninguno hizo reparo alguno en la terminología y los fundamentos de su propia ideología, a diferencia de Partido Independencia.
Se reproduce de forma íntegra su segundo principio, llamado “De la nación chilena”, para hacer revisión de éste.
El Partido independencia propugna un nacionalismo cívico. Consideramos a Chile una nación occidental e hispanoamericana, cuyas principales influencias culturales provienen de varios grupos humanos: los indígenas, los conquistadores del imperio español, los colonos europeos y del imperio turco-otomano provenientes de lo que hoy es Israel o Palestina. Chile no es fundamentalmente un país de inmigrantes, es un país de indígenas, conquistadores y colonos, por lo que su cultura y rasgos comunes son fácilmente identificables pese a las pequeñas diferencias dadas por la larga geografía que nos aleja.
La preservación y mejora de nuestra nación no es un asunto racial ni biológico, ni militar ni expansionista. El nacionalismo cívico busca la conservación y mejora CULTURAL de lo que hoy entendemos por “Chile”. Rechazamos de plano cualquier forma de racismo o nacionalismo étnico.
Hasta hoy, el “nacionalismo” de los movimientos nacionalistas siempre era un punto flojo, ambiguo, y que daba lugar a múltiples interpretaciones donde cada adherente podía imbuir al término “nacionalismo” de lo que se le diera la gana. No obstante, PI habla explícitamente de nacionalismo cívico, lo que echa por tierra un montón de libres interpretaciones que se le podría dar al nacionalismo.
Consideramos a Chile una nación occidental e hispanoamericana, cuyas principales influencias culturales provienen de varios grupos humanos: los indígenas, los conquistadores del imperio español, los colonos europeos y del imperio turco-otomano provenientes de lo que hoy es Israel o Palestina.
Como PI se autoidentifica como nacionalista cívico, no se incurre en un error técnico en afirmar que la nación puede ser multicultural aunque ésta conduzca a un monoculturalismo, debido a que para el nacionalismo cívico, la nación puede ser conformada por algún elemento –cualquiera– aglutinante entre las personas, que pasarán a ser ciudadanos, que dé legitimidad política a este proyecto común. Este elemento puede ser racial, étnico, cultural, religioso, etc., pero no es obligatorio. Así, personas de distintas nacionalidades (es decir, los orígenes no renunciables – la etnia) y credos pueden converger en un proyecto en común mientras abracen un marco jurídico que los una. Por ejemplo, PI comprende que Chile, siendo una nación cívica, puede considerar a indígenas, conquistadores, colonos europeos y caucásicos-semitas dentro de un todo, ya que el elemento aglutinante es el marco jurídico (la democracia constitucional) y una cultura en común resultante a partir de la mezcla de los pueblos antes mencionados, o, como menciona en los principios:
su cultura [de Chile] y rasgos comunes son fácilmente identificables pese a las pequeñas diferencias dadas por la larga geografía que nos aleja.
Efectivamente, aunque diverso en conformación racial y étnica, hay cierta idiosincrasia, territorio e historia en común que permite, por ejemplo, que el acento chileno o la manera de enfrentar el marco jurídico sea más o menos la misma en toda la geografía. Sin embargo, esto no significa que exista una unidad orgánica, pues carece de la homogeneidad racial/étnica que se traduce en el destino común que trasciende a las unidades políticas: mientras que los nacionalismos étnicos están imbuidos de la emoción, los nacionalismos cívicos provienen desde la razón, aun cuando estos últimos pueden confundir el apego con la emoción. Mientras el apego provienen de la costumbre, la emoción proviene desde el instinto, y es a través del instinto donde se reconocen los semejantes. Esto es lo que entendemos por autoconciencia étnica, elemento del cual carece el nacionalismo cívico chileno, por razones obvias: ¿qué semejanza puede reconocer instintivamente un mapuche frente a un criollo si son fenotípicamente diferentes?
PI, en su visión más liberal respecto de la nación –manifestada de forma explícita en su adherencia al nacionalismo cívico– entiende que el respeto y observancia por el marco jurídico es el súmmum bonum, es decir, el “bien supremo”, y el respeto de este marco jurídico no hace necesaria una dimensión racial, que es la diferencia fundamental entre el identitarismo (la identidad comprendida como alguna vez la comprendió Heródoto – etnicidad) y el nacionalismo cívico:
La preservación y mejora de nuestra nación no es un asunto racial ni biológico, ni militar ni expansionista. El nacionalismo cívico busca la conservación y mejora CULTURAL de lo que hoy entendemos por “Chile”. Rechazamos de plano cualquier forma de racismo o nacionalismo étnico.
No es de extrañar que el nacionalismo cívico sea antagónico a toda manifestación nacionalista étnica e identitaria, pues comprende que esta valoración subjetiva –supremacista– de algún grupo étnico por sus propios semejantes (e.g., rapanuis prefiriendo rapanuis, velando por sus intereses y valorando la supervivencia de su cultura local y particular por sobre todas las demás) es contraria al proyecto cívico común que legitima al Estado. Rapanuis, aymaras, mapuches y criollos serían naciones sin estados, mientras que el Estado, para existir, necesita de una nación –cualquiera sea, en cualquier modalidad– cuya sociedad será organizada políticamente por éste. Entonces, el surgimiento de los tribalismos y nacionalismos étnicos, es decir, identitarismos, sería una amenaza para la concordancia nacional cívica, pues cuestionarían el proyecto en común del Estado-Nación de Chile.
Por lo anterior, no podría existir de ninguna manera un “identitarismo chileno”, ya que la nación chilena, al ser una modalidad de nación jurídica conformada por una historia en común aunque por distintas identidades, es contraria a cualquier forma de identitarismo. Reivindicar la nación chilena no sólo es posible exclusivamente desde el nacionalismo cívico, sino que es contrario a toda forma de identitarismo. Por eso el reconocimiento de Partido Independencia sobre su modalidad de nacionalismo es tan importante y destacable, porque rompe con la confusión y los míticos clásicos de los nacionalismos Made in Chile, reventando su burbuja de ambigüedad étnica, y echando por tierra todo experimento de “identitarismo chileno”.