Cuando en 1517 Martín Lutero clava sus 95 tesis en la entrada de la Schlosskirche, junto con proponer debatir la doctrina y práctica de las indulgencias, hizo presente la corrupción de la alta burocracia eclesiástica. Lo que había nacido como la fe en Dios se había convertido en la ahora fe en los hombres de la Iglesia. Dicho en otros términos, esto consistía en confiar en el conocimiento, bondad y palabra de autoridades humanas que por definición se sabían imperfectas y por tanto, corruptibles.
Desde el Renacimiento, el avance de la Ciencia moderna no significó una “superación” de la Religión, sino que la sustitución de una por otra, más hipócrita pero también más débil. Esta ciencia se erigió sobre presupuestos por todos conocidos, como su empirismo y materialismo, pero más importante aún, supuso la instalación de una nueva “jerarquía eclesiástica”: la comunidad científica.
Se exigió confiar en el trabajo de esta comunidad a partir de una certificación que respaldaría la veracidad de sus conclusiones, conclusiones que por ser ungidas en las aguas sagradas del método científico, expurgarían toda posible intencionalidad de sus artífices humanos (sí, humanos), concediéndoles la bendición de una pretendidamente ciega objetividad, aquella de conocido efecto analgésico a la hora de convencer sobre lo inevitable de alguna situación. Dicho en otros términos, la subordinación a la comunidad científica consistió en confiar en el conocimiento, bondad y palabra de autoridades humanas que por definición se saben imperfectas y por tanto, corruptibles.
Si al menos parte de la sociedad occidental ha madurado lo suficiente para hoy poder afirmar (repetir) que “las armas no son las que matan, sino aquellos que las usan”, tal vez sería un buen comienzo para aproximarnos a esa olvidada certeza de que la ciencia nunca ha sido más que una simple herramienta humana, demasiado humana.
Aprovechando los shots dopamínicos que ofrece experimentar cualquier forma de rebeldía contingente, permitida, y políticamente inofensiva (i.e. veganismo, feminismo, acabismo, entre otros), algunos se han acercado tímidamente a cuestionar la supuesta bondad de la Ciencia a raíz de los que serían los verdaderos efectos del COVID 19, así como de las vacunas desarrolladas al respecto. Sí, un buen comienzo. Pero ahora llevemos ese ejercicio un poco más allá, a sus consecuencias últimas, a la apostasía más problemática que significa cuestionar la validez de una Ciencia que, por ejemplo, no afirma la igualdad humana como resultado de alguna investigación, sino como un a priori que la investigación simplemente busca confirmar. Una Ciencia que busca avergonzar el juicio de toda persona lúcida, de todo aquel que sin requerir mayor formación es capaz de ver la realidad sin necesidad de “mediadores académicos”, insistiéndole en objetivos (no realidades) como que las razas humanas no existen (“todos venimos de África”, “no hay suficientes diferencias genéticas entre humanos” o “todas las razas humanas están mezcladas”) o que los sexos en los seres humanos pueden ser sometidos a la subjetividad (afirmando la posibilidad de “transiciones” que de antemano no pueden llegar al supuesto destino, sino a lo sumo disfrazar una única realidad).
Y es que recordemos: los sacerdotes de batas blancas no producen realmente riqueza, de allí que sus misas laboratoriales (investigaciones) no sean más que informes personalizados a gusto de clientes con el suficiente dinero. Y así como el Protestantismo demostró que la libre interpretación de la Biblia finalmente permitía la justificación religiosa de cualquier cosa, lo mismo ocurrió con los sacerdotes de la Ciencia.
La Ciencia no permite identificar cuál es la verdad, sino a lo sumo explicar aquello que por otros medios ya ha sido reconocido como tal; la realidad, el Mundo, o el Cosmos son límites que no conviene desafiar. Mejores resultados que la Ciencia tuvieron en su momento la Mitología y la Religión, que aunque crípticas y no empíricas, eran formas idóneas para proveer de una visión abarcativa de la realidad, que no adolecía de la fragmentación contradictoria que afecta al cientificismo moderno, actualmente repleto de visiones que conducen a una negación incluso absoluta, primero de la divinidad, luego del Cosmos, y finalmente del ser humano.
La Ciencia ha operado como Religión, es cierto, pero además, como una que resultó hipócrita y débil.
Es fácil advertir cuál será el lamentable y trágico desenlace de esta inofensiva visión, actualmente hegemónica en Occidente, a la hora que se produzca su definitivo encuentro con sus “primos ilegítimos”, como lo son Islam (en Europa), y el Comunismo (en las Américas).