Argentina es un territorio virtualmente vacío. Sus zonas ocupadas se dividen entre amontonamientos de gente abigarrada en franjas de territorio ridículas: Alejándonos un poco, sólo hallaremos la nada, cuyos propietarios siempre nos fueron desconocidos.
Hace muchos años que todo está ocupado y vendido. Por supuesto que no se ha cambiado de bandera, porque nunca ha sido necesario. A los dueños les parecía ordenado saquear con tal bandera, y a las masas también les resultaba cómodo.
Puede que un día alguna región cambie de bandera, pero es sólo un hecho circunstancial, lo demás no cambiará demasiado. Ingleses antes, mañana quién sabe: posiblemente israelíes o chinos, el poder militar norteamericano o algún enclave ruso. Siempre el dinero, el poder militar y nada más.
Unos pocos colonos blancos y algunos indios sobrevivientes -ambos sin masa crítica alguna- se enfrentarán entre sí para distraer la atención de lo sustancial, o para facilitar el camino a los que ya no quieren parte sino todo y acaso ahora sí necesiten cambiar de bandera.
Estas naciones que no son naciones, sino estados administradores de intereses ajenos que se han dado en llamar países, construcciones ficticias desde el principio ya sin ningún poder y en caída libre, votando la población entre opciones igualmente inútiles, con masas amorfas agitándose en oscuras periferias de ciudades en medio de un infinito territorio vacío, plagadas de ideólogos burgueses y descerebrados, dan lástima y tristeza.
Patrias de logreros y contrabandistas, de mestizos resentidos, cuevas de delincuentes que devoraron lo poco de bueno que la última migración de la raza blanca alcanzó a construir en el Sur, huyendo de la muerte de Europa, presentan ahora un espectáculo peligroso en el que la inconsciencia es la regla.
El «sálvese quien pueda» se complica. Todo es un gran vacío, en el cual va cayendo el poco de orden que alguna vez logramos en estas tierras. Mis únicos compatriotas son los blancos conscientes a lo largo y a lo ancho del continente: una comunidad que todavía no encuentra su voluntad ni su instinto. Siempre ha sido así, pero ahora es urgente. Es lo que se puede y se debe salvar: lo demás está perdido desde el principio y siempre nos ha sido ajeno.