Monoteísmo

Monoteísmo

El problema del monoteísmo, no es que alguien crea en un dios único -que cada uno puede creer lo que quiera- sino en la supresión de la diversidad, en la creencia de que algunos hombres establecen un nombre para dios, una iglesia, un sistema religioso con poder político, y que esa es la única verdad universal.

Ese monoteísmo abrahámico, que se mira en el espejo de los desiertos, tiene sus fases que, enfrentadas o no entre sí, tienden a lo mismo. La primera fase judaica, queda hoy para los judíos que no comparten su dios, cuyo universalismo no es numérico ni proselitista, sino de acumulación de poder para un pueblo elegido.

El cristianismo es la peste que se inoculó en el cuerpo poderoso de Roma, cuando esta estaba ya baja de defensas. Sin espíritu ya Roma jamás sería la misma, y los demás pueblos indoeuropeos caerían uno a uno.

El islam es la última fase, ya sin ninguna forma indoeuropea, sin más matices que los necesarios para avanzar sobre una misma idea: el Orbe islámico.

Los problemas internos de los monoteísmos no los hacen menos iguales entre sí en cuanto a suprimir la diversidad. Por eso son adecuados para un proyecto global y en última instancia compatibles tanto con el capitalismo como con el marxismo, hijos ambos del monoteísmo.

La silenciosa resistencia del viejo espíritu indoeuropeo, tildada de brujería, se mantuvo por milenios. Es posible que hoy se haya perdido. Sólo queda esperar y alentar un colapso general del sistema mientras pequeños núcleos de supervivencia se fortalecen no ya desde partidos políticos pasajeros y volátiles, sino desde la profunda creencia espiritual antigua, natural, pagana.

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