Si bien no me defino como una persona necesariamente teísta, estoy convencido que los mitos de antaño sirven como una suerte de guía para poder comprender la condición humana, superar nuestra existencia y lograr algún grado de trascendencia. Creo eso cierto para todo relato mítico, pero más específico, en aquellos mitos que nos hablan de la travesía del héroe, cuya aventura cobra sentido desde el momento en que nos damos cuenta que el protagonista del relato debemos ser nosotros mismos.
Uno de los elementos más importantes dentro del esquema del monomito es la existencia de aquella fuerza u orden sobrenatural que sirve como empujón para rescatar al héroe y dirigirlo a su verdadero propósito. Suele ser, en el mayor de los casos, una entidad en particular la que está detrás de dicha revelación, pero una vez que el monomito se cierra y comienza el ciclo de nuevo, queda más que claro que el devenir del héroe no es nada más que el cumplimiento de su propio destino.
Mi intención de hacer una alegoría al monomito parte por la acertada concepción de que, en el mundo moderno, tanto hombres como mujeres han sido desprovistos de su capacidad de reconocer sus orígenes, el concepto de pertenencia y su identidad. Como consecuencia, la mayoría no está capacitada para reconocer el orden sobrenatural que pondrá en marcha sus vidas, y, por tanto, viven el resto de sus vidas ignorando su destino.
Esta suerte de diagnóstico espiritual hace que me sea imposible no destacar la figura de Miguel Krassnoff. No comparto en absoluto la cobarde persecución realizada durante la dictadura de Pinochet, y tampoco podría festejarlo desde un punto mi vista ideológico contrario al marxismo, considerando que mi propia familia lo pasó pésimo a causa de la misma. Sin embargo, el cumplimiento de deberes de Krassnoff cabe dentro del análisis monomítico y la realización del destino.
Es muy fácil para el hombre democrático decir que el brigadier debe cumplir los inhumanos 400 años de cárcel (u otra condena peor) ya que le es incapaz dimensionar la importancia de los orígenes, la pertenencia e identidad.
Krassnoff es hijo de cosacos, aquella sociedad caballeresca de “hombres libres” (como lo dice su nombre) proveniente del este de Europa y cuyos orígenes son anteriores a la creación de los Estados ilustrados.
La familia de Miguel, tanto por su ascendencia de las comunidades de Don y Kubán, fue víctima de la descosaquización política y étnica por parte de los bolcheviques, lo cual derivó en un genocidio no reconocido de millones de víctimas (las cifras varían, tanto como de ejecutados como deportados y refugiados).
Los cosacos venían luchando durante décadas contra el comunismo durante la Guerra Civil Rusa de 1917, participando activamente en grupos nacionalistas como el Ejército Blanco, formado en su principio para servir al Zar.
El abuelo de Miguel, Piotr, fue uno de los líderes de dicha confederación antirrevolucionaria, atamán y teniente general del ejército ruso al momento en que estalla la revolución. Se exilió a Austria en 1919 ya terminado el conflicto, en donde permanecería hasta mayo de 1945, cuando termina siendo entregado por los ingleses a manos soviéticas una vez terminada la Segunda Guerra, junto al resto de su familia que se encontraba en el campo de Lienz. Repatriado en territorio bolchevique, y octogenario, Piotr es enjuiciado, colgado frente al público junto a otros cosacos y hecho desaparecer.
Es durante el cautiverio en Lienz que nace Miguel, para luego ser refugiados por un diplomático chileno y enviados a territorio nacional chileno. Acá, la madre de Krassnoff hizo todo lo posible para alejarlo de la vida militar (fuentes dicen que incluso se le escondió la historia de su familia). Pero fue en este rincón del continente, en nuestro criollo Cono Sur, donde terminaría por enrolarse en la Escuela Militar y reencontrarse con su destino; la caballeresca lucha cosaca en contra del comunismo.
Es cosa de debate determinar si su actuar posterior fue motivado por su anticomunismo, sed venganza, sadismo, deber profesional o ambiciones personales. Lo cierto es que, aun siendo alejado de su pasado y de la lucha ancestral a la que pertenecía, el destino terminó por prevalecer y él actuó conforme a ello (para la fortuna de algunos y desgracia para otros).
Para comprender mejor la figura de MK, propongo el ejercicio de preguntarnos a nosotros mismos ¿cómo reaccionaríamos el día de mañana si se nos fuese relevada toda una vida que debió pertenecernos y que por determinadas razones se nos ocultó? ¿Cómo nos veríamos en los pies de Teseo al momento de recuperar la espada y sandalias de nuestro padre, rey de Atenas? O para hacerlo más fácil de digerir ¿qué le diríamos a nuestros padres al enterarnos que venimos de una familia de super héroes, o de un clan que durante siglos ha cazado vampiros y otros seres paranormales a escondidas de la sociedad?
¿Cómo reaccionaríamos ante una inminente revelación de nuestro destino? ¿Tendríamos los pantalones para honrar a nuestros antepasados, o preferiríamos dar un paso al costado y no asumir una labor que sólo nosotros podríamos realizar? Es muy complicado plantearlo, ya que asumiría dejar de lado un montón de cosas a favor de otras, en su mayoría implicando abandonar todo tipo de comodidad.
El último caballero, Miguel Krassnoff, nos recuerda que tras el advenimiento del mundo moderno, destructor de mitos, sí es posible convertirnos en quienes siempre debimos ser. Que sí podemos quedar con la conciencia tranquila al cambiar abruptamente nuestras vidas. Que sí podemos volver a nuestra identidad, y que al hacerlo cumplimos con nuestro destino… y todo dentro de un mismo relato que nos es propio.