Cuando los criollos fueron separatistas de España, se debió a varios motivos: intereses comerciales, decadencia española, etcétera. No había entonces lo que se llama hoy un país, y cada región y comunidad trató de mantener su autonomía hasta que un estado central las unificó a todas. Largas luchas se libraron. Guerras confederadas podríamos llamarle a eso, tanto en América del Norte como en América del Sur.
La verdad es que los países conformados casi nunca respondieron a las comunidades que los conformaron a la fuerza, sino al contrario. Sus estados sirvieron para restringir libertades y saquear los territorios.
Educados en ese tipo de «nación artificial», los «disidentes patrióticos» fueron y van tras la zanahoria de «recuperar el estado» como el burro. Como si el estado fuera una panacea o representara algo de por sí metafísico, o proporcionara identidad o cultura. Nada de eso ocurre.
Unir y separar, «solve et coagula» diría un alquimista, es lo que mantiene a la naturaleza en equilibrio. Lo que se une anti naturalmente se desune luego violentamente. Los países modernos se suelen sostener en fantasías ridículas, sin considerar identidad ni posibilidades ciertas de sobrevivir como entidad natural, orgánica, identitaria.
Los nacionalistas argentinos piensan que la guerra de Malvinas se podría haber ganado por ejemplo. Nunca pensaron que el enemigo estaba dispuesto «realmente» a ganar y disponía de armamento nuclear. Hubieran hecho asesinar a millones, con tal de defender la existencia de un país que sólo existe en su imaginación y como parte de un ordenamiento económico mundial.
Los españoles «unionistas» odian más que a nadie a los vascos y a los catalanes separatistas, como si España no fuera hoy una entidad administrativa de la OTAN y nada más. Una mezcla de cultura morisca, catolicismo rancio y burocracia estatal. Franco la centralizó a la fuerza: no funcionó.
Los judíos han sobrevivido milenios hasta fundar nuevamente un país territorial. Han seguido un orden lógico: primero la consciencia de quién uno es, se encuentre donde se encuentre. Luego el territorio. ¿En nombre de qué se defiende un territorio, sin haberse fundado en una fuerte identidad?
Cuando el estado moderno fue aplastando una a una las identidades, tanto blancas como de otras razas: ¿Alguien entre los fanáticos unionistas se quejó? ¿Por qué debería yo entonces rasgarme las vestiduras si la gente de mi propia identidad, alrededor del mundo quiere ser libre como comunidad? Luego, seguramente vendrá la unión, pero la unión confederada, la unión sobre la base de nuestra propia raza, de nuestros propios intereses, respetando los matices de nuestra base común y también respetando a los demás.