Hemos llegado al punto en que el avance de las ideas progresistas es tal, que muchos no tememos en hablar las cosas tal como son, especialmente los ciudadanos comunes y corrientes. Por supuesto que siempre existirán santiaguinos aturdidos y progres que insistirán en ideas primermundistas como la apertura de fronteras, como si el primer mundo no estuviera a un paso de convertirse en un basurero tercermundista de proporciones gigantescas.
Ya hemos dicho antes que la inmigración en sí no es un problema, sino el tipo de inmigración. Y la inmigración coloreada, es decir, de raza negra y semejantes, es el problema mayor. Y no es necesario ser un racista de mierda para apuntar a la inmigración negra como una molestia.
Veamos. La inmigración coloreada golpea a las clases medias y bajas. Las clases altas se ven casi libres del problema porque a sus círculos no llegarán inmigrantes pobres y, por lo general, los inmigrantes coloreados con buena situación económica son escasos, por lo que no tendrán que toparse con ellos.
Entonces, en proporción, sabemos que la enorme mayoría de los inmigrantes coloreados son pobres. Ser pobre no significa necesariamente tener coeficiente intelectual bajo pero casi siempre es sinónimo de niveles educacionales bajos, y niveles educacionales bajos, por lo general, se manifiestan por medio de conductas bastante poco agradables y/o discretas y/o deseables. Es un prejuicio, por supuesto, pero no significa que por eso sea menos cierto. Miremos las señales, están ahí, a la vista. Capture un “flaite” aleatorio usando un teléfono de cebo o siguiendo la línea de escupitajos en el suelo y verá que no sólo está ubicado en las líneas de la marginalidad, sino que también tiene un bajo nivel educacional. Tome un inmigrante coloreado que en su país de origen estaba ubicado en las líneas de la marginalidad y el bajo nivel educacional y seguirá teniendo la misma persona marginal y con bajo nivel educacional, sólo que en una tierra extraña pero vulnerable a ser colonizada.
Seamos realistas: Chile no es un país blanco, sino que su gruesa mayoría está compuesta por masas mezcladas. No obstante, la estructura de modales y valores que le da forma –o al menos lo intenta– es Europea y Occidental, pese a que los individuos de identidad étnica europea son la minoría. Por esta razón, hay una tendencia a aspirar al primer mundo en todas sus acepciones: bienestar económico, bienestar social, altos niveles educacionales, etc. No digo que todo el mundo aspire a ser blanco, pero todo el mundo aspira a un status cercano al primer mundo, que es en su mayoría blanco.
Y están los inmigrantes coloreados. La raza negra tiene niveles de testosterona más alto, lo que conlleva a un bajo control de impulsos, conductas violentas y un sinnúmero de comportamientos que se alejan a las conductas blancas y de otras razas. No lo digo yo, lo dice la evidencia científica. Y si la evidencia científica no es suficiente, entonces metan las palabras ‘Baltimore’ o ‘Ferguson’ + ‘riots’. O, en unos años más, ‘Iquique’ o ‘Antofagasta’ + ‘disturbios’.
La mejor parte, es que no es sólo gente como yo quien acusa estas malas conductas, ni tampoco ciudadanos comunes y corrientes molestos por el escándalo, la suciedad y la bulla, sino que inmigrantes peruanos y bolivianos. Debido a la cercanía geográfica, siempre hemos tenido ese tipo de inmigrantes; ellos saben que nos regimos por ciertas normas y tratan de no causar alteraciones, pues provocaría su alienación, pese a tener sus propios barrios y redes. Sin embargo, reclaman que los inmigrantes colombianos y dominicanos (que son los más típicos inmigrantes coloreados) han vuelto sus barrios (puesto que el primer lugar que busca un inmigrante, es un barrio de inmigrantes) una porquería, inundándolos con fiestas animalescas, delincuencia, tráfico de armas y, en el mejor de los casos, un mal vivir (griterío, bullicio, suciedad).
Entonces, si los propios inmigrantes son capaces de apuntar al problema y decirlo sin tapujos, ¿por qué nosotros no? ¿Por qué las autoridades dudan tanto en tomar cartas en el asunto? Y ni siquiera se habla de un asunto de raza, sino, tan sólo, de normas mínimas de convivencia.