El mesianismo, tanto en lo religioso como en lo político, es un tipo de pensamiento y una actitud característicos de la decadencia. Un dios único, una ideología indiscutible, todo nos lleva hacia la salvación, no se sabe cuándo. El tiempo que transita hacia el progreso, que nos conduce al cielo o cosas por el estilo.
El mesiánico se aferra a un pensamiento abstracto glorificado, unívoco, indiscutible, infalible y salvador por antonomasia. Todo lo abarca y todo se le debe someter, él o los portadores de ese pensamiento se convierten así en “el pueblo elegido” o “el elegido” e imparten justicia en nombre del absoluto. Por eso la ideología no nos define, en realidad es una cuestión vital de lo que se trata, es la actitud lo que debemos definir.
Alguna gente hace una transpolación errónea del pensamiento antiguo, y cree que Cristo o Hitler son avataras por ejemplo, pero un avatara no es un mesías que nos conduce hacia algo, sino otra cosa muy distinta. Se trata de dos tipos de pensamiento y de dos visiones del mundo ajenas y opuestas entre sí. Por eso se parecen tanto algunos predicadores evangélicos y ciertos NS, por ejemplo: ambos tienen actitudes mesiánicas, emanadas de las religiones abrahámicas o del iluminismo cientificista moderno. Transpolan a la política a un absoluto religioso monoteísta. El Avatara es Adolf Hitler, el Cristo ario. De algún modo un equivalente a Cristo. Ambos pasan a ser la misma cosa. Eso nada tiene que ver eso con lo que pensaban los hindúes, los griegos o los romanos, que defendían su identidad y su raza no desde un punto de vista mesiánico, sino en forma natural, realista, sin las pretensiones delirantes de un tiempo lineal y progresista, en el que no creían en absoluto.
Finalmente, todos esos absolutos terminan siendo el negocio de alguien que los maneja, oculto desde atrás del fanatismo vulgar. Los pueblos antiguos vivían, pensaban y morían sin esas histerias propias de la degradación y de la decadencia. Ellos miraban el universo desde un punto de vista radicalmente distinto: desde un punto de vista acorde a la naturaleza de la cual formamos parte, aunque no podamos develar todas sus leyes.
Después de todo, lo sagrado no es más que el asombro del hombre, ante lo que está más allá de su capacidad de comprensión.