Cuando nos vayamos de aquí, no quedará nada. Sólo el río eterno golpeando contra las costas y algunos espinillos.
No quedarán las finas líneas de nuestra antigua arquitectura. No habrá pianos ni teatros. Nadie como Borges escribirá nada sobre los sueños ni sobre el universo. El tiempo será plano como antes, sin nada que decir, sin arte ni palabra.
Cuando los criollos ya sin consciencia ni cuchillo, seamos nada más que la sombra y la ceniza, los dioses del Sur nos seguirán soñando para permanecer en los mundos paralelos, hasta volver por las delgadas grietas de la sangre, con la memoria intacta y los ejércitos brillantes. Hasta entonces la llanura será un páramo, y la ciudad inmortal se hundirá en la bruma del río.
La próxima vez volveremos sin barcos, desde el núcleo poderoso del secreto. Ya no seremos tan confiados e inocentes. Nuestra nobleza será acero sobre acero. Ataremos a Héctor al carro de combate y los clanes fortalecidos celebrarán con fuegos la disciplinada libertad del regreso. Sin ideologías ni dioses extraños.
La nostalgia y la melancolía, se convertirán en la sagrada violencia de la venganza. Mientras tanto no estaremos aquí, sino en el tiempo del secreto, en los pueblos abandonados, en las montañas que esconden la voluntad de la piedra.
Hasta entonces, pocas palabras y precisas, en los túneles grises del exilio.