Cuando tuve una librería, terminé de darme cuenta que ser un intelectual es ser un imbécil. Para ser un intelectual hay que leer y frecuentar sitios intelectuales, que son una mierda en general. Sobre la lectura debo decir que de lo editado la mayoría es basura. Y eso desde que se quemó la biblioteca de Alejandría, o desde antes. Primero la iglesia y después las ideologías, censuraron lo que se puede leer y lo que no. Por lo tanto encontrar lecturas valiosas se convierte en un trabajo a veces agotador.
Ser intelectual significa abandonar una actitud vital y natural, racionalizar todo y atarse a un sistema de poder. La sabiduría es una actitud más que una elucubración intelectual. Que esa actitud sea inteligente es otra cosa. Lo que el intelectual desarrolla es exactamente lo contrario a lo natural. Por eso la palabra raza es lo peor para un intelectual. La palabra pagano es buena si el pagano es negro o es indio, para poner otro ejemplo.
La condición de intelectual la otorga el sistema. No así la sabiduría. He pensado y escrito bastante, pero nunca he sido un intelectual. Por eso me gusta la poesía épica, porque es un género anti intelectual. Una forma de decir las cosas que ya no se practica, sumamente elitista, restringida a una aristocracia del espíritu y de la acción.
Entre los nuestros no hay intelectuales, sino guerreros que utilizan distinto tipo de armas para defender lo esencial.
La poesía y la guerra son dos caras de la misma moneda. La palabra, el arte, los símbolos y los dioses, conforman una disciplina que nos permite avanzar en el camino la sabiduría y la belleza natural, esa que nunca jamás será denominada intelectual.