Actualmente, Chile está atravesando por una complicada situación en relación a una oleada de incendios que está afectando la zona centro y sur del país. Esta situación ha requerido desplazar a miles de personas, el empleo de muchos recursos y un gran esfuerzo de parte de los sectores públicos y privados. Independientemente a la manera con la que uno se relacione con el hecho –si es que es indiferente a éste o en la medida en que éste signifique algo– podríamos afirmar que nadie dentro del territorio es del todo ignorante respecto a la temática: todos saben que hay una zona que se está quemando. Todo lo demás es incierto.
Como no me agrada especular, ni la demagogia ni populismo alguno, prefiero apegarme a las versiones oficiales: la verdad es que no tenemos idea sobre quién está detrás de todo esto. No sabemos si hay un autor o muchos, no sabemos si están todos relacionados, no tenemos idea si es que hay intereses creados y mucho menos sabemos cuáles son esos intereses. Es irresponsable comenzar a culpar a un grupo, pues dicha actitud es propia de aquellos demagogos en búsqueda de un chivo expiatorio, alguna doncella pura para poder ser arrojada al cráter de un volcán y así aplacar su ira.
Es irresponsable y poco prudente casarse con una hipótesis: todo aquél que lo hace, pierde la objetividad y empieza a reducir el asunto y encontrarle sentido de manera fácil tan sólo por ver una pequeña parte del espectro informativo. Surgen y surgirán muchas hipótesis muy coherentes sobre los responsables. No obstante, hasta que no exista una comprobación, todas ellas seguirán siendo lo que son: hipótesis. Éste es el momento para ser objetivos, no para las pasiones.
Parte del territorio se está quemando. Ésa es la única certeza que es indesmentible. Ante esto, surge la siguiente pregunta, ¿qué hacer? Dos respuestas surgen: hacer algo por resolver, o hacer nada por resolver. Por lo general, el ser humano tiende a hacer algo por resolver, no a contemplar desde una tribuna. Si es que decide hacer nada, por lo general se aparta del camino de los que sí hacen. Al menos, así debería ser.
En momentos como estos, toda ayuda es bien recibida. Interesada, desinteresada, honesta, deshonesta, moral e inmoral. ¿A quién le importa? Si el objetivo es apagar el fuego, poco importa si el que lo está haciendo tiene un currículum moral intachable digno de un asceta que se alimenta sólo de luz solar y que evita estornudar para no matar a nadie, o si su historial es cuestionable. Un incendio se apaga con agua y esfuerzos, no con valores, no con antecedentes y no con ideologías.
Aquí es donde descienden de sus áureos hogares los elfos urbanos. Estos molestos personajes se caracterizan por su hipersensibilidad, por su tendencia a criticarlo todo lo que no tenga una moral tan alta como ellos, y por ser absolutamente impecables desde el punto de vista espiritual. Son los guerreros y campeones absolutos de la justicia social.
La superioridad moral de los elfos urbanos es tan, tan alta, que ninguna ayuda es lo suficientemente digna de ser otorgada. Si una persona es lo suficientemente intachable como para ayudar, se indaga en sus antecedentes familiares. Si no eres de Izquierda, si no estás a favor que el Estado sea el único ente que pueda brindar ayuda, si eres millonario, si no perteneces a un grupo “minoritario”, si eres capitalista, si tienes una corporación que factura millones de dólares, entonces no posees los requerimientos mínimos para ayudar. Por increíble que parezca mientras se queman miles y miles de hectáreas, existe gente que señala con el dedo a los que quieren ayudar, cuestionándolos porque en su manto blanco de la moral tienen una mancha. Desgraciadamente por las miles de hectáreas que se queman, no todo el mundo tiene la pulcritud de los elfos urbanos guerreros de la justicia social.
Lo vivido es terrible, sin embargo, no hay que dejarse llevar por las pasiones populistas ni sentimentaloides. Vivimos en un país libre, por tanto, nadie puede obligar a otro a ayudar. Ideas como suspender el Festival de la Canción de Viña del Mar (evento que considero una basura, por cierto) son medidas apresuradas y que violan la libertad de las personas. Si los organizadores deciden entregar ayuda son libres de hacerlo, como también son libres de no hacerlo. Juntar firmas para destinar sus fondos a otra cosa es tan injusto como juntar firmas para que una persona done su sueldo a la caridad.
Lo sucedido es terrible, sin embargo, la vida sigue y el mundo continúa girando. El esfuerzo de muchas personas –vinculadas exclusivamente a su individualidad y su propia percepción de su alta moral individual– de hacer spamming en las noticias no relacionadas a los incendios forestales para bajar el perfil de todo y crear una monopolización noticiaria es un acto mojigato, egoísta y molesto. Si la informática ha permitido la posibilidad de ordenar las noticias por interés, ¿por qué las noticias deportivas son comentadas por gente que cree que no hay que hablar de deportes, sino de los hechos trágicos? ¿Por qué no comentan donde sí se habla de los incendios? ¿A qué aspiran, a que los periódicos se vuelvan monografías de la información? ¿Acaso no estoy en mi derecho a leer sobre Alexis Sánchez o Maluma, si es que lo considerara de mi interés, o si quisiera tan sólo variar un poco mi lectura? ¿Por qué los elfos urbanos tienen la autoridad moral para decirme qué es lo que debo leer?
Esperemos que los incendios sean controlados prontamente, y que se acabe también pronto la dictadura soft de los campeones de la moral. Definitivamente, el mundo es un mejor lugar sin sus opiniones.