Cuando España se caía por su propio peso, y los criollos buscaban su propio destino, el liberalismo y el libre comercio con sus adornos ideológicos falsos, comenzaron a asesinar a los que se le oponían, de un modo despiadado.
En el Río de La Plata alternaron el fusilamiento de los antiguos héroes hispanos, con la posterior matanza de gauchos y caudillos que herederos de la mentalidad libertaria de los criollos y de los hidalgos que nunca obedecieron otra cosa que a ellos mismos, amenazaban con enfrentar el omnímodo poder del comercio y del dinero.
Una historia miserable de una matanza liberal tras otra, el libre comercio global hizo de todo para frenar la resistencia de los pueblos arraigados a su suelo y a su identidad. Finalmente arrojó a sus propios hijos devenidos en marxistas, contra las revoluciones nacionales criollas, que ponían en riesgo la opresión liberal. Así fue que sin poder asumir una identidad que no sentían: las clases medias altas abrazaron el modelo guerrillero marxista, con la misma devoción que sus padres y abuelos abrazaron el liberalismo. Las clases altas se las ingenian para no abandonar el poder, sea por izquierda o por derecha.
Esta tenaza dialéctica en la que vivimos, que sigue destrozando toda idea de comunidad, de identidad, de tercera opción superadora, sigue asesinando caudillos, pueblos, identidades. Mientras tanto la gente sobrevive malamente como en un gran partido de fútbol que los mantiene absortos frente a las pantallas de la computadora o de la televisión. Es muy triste pero así es.
El liberalismo es asesino de pueblos por antonomasia, el marxismo su hijo también.