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Cuando la lluvia cae, influye en muchos componentes bióticos y abióticos del ecosistema. De hecho, una respuesta clásica a la lluvia, para casi todos los animales, es la de buscar refugio y guarecerse hasta que termine el “mal tiempo”. Esta respuesta instintiva es también lógica, pues la lluvia provoca que las condiciones ambientales sean incómodas para la mayoría de los animales que comparten un determinado espacio físico.
Sin embargo, así como existen animales que evitan la lluvia poniéndose a cubierto, otros animales aprovechan la lluvia, pues necesitan de la humedad para desenvolverse. Un par de ejemplos de esto serían las babosas y lombrices, animales que viven asociados a la tierra húmeda, pues en condiciones donde se presenta una baja de humedad, éstas mueren. Es así como, cuando llueve y los demás animales (incluyendo el hombre) buscan refugio, las babosas y lombrices aparecen en gloria y majestad arrastrándose por el suelo, aprovechando que los demás animales están escondidos. Las lombrices y babosas dependen de los demás componentes del sistema, pero por su seguridad permanecen escondidos y enterrados la mayor parte del tiempo.
De forma similar a la lluvia, la Democracia otorga fluidez a la aparición y manifestación de todos aquellos grupos que, en ausencia de una Democracia primeramente mal comprendida y luego mal aplicada, estaban previamente escondidos, sin una instancia para establecer su reinado temporal y efímero. Ejemplo de los efectos de esta lluvia democrática es la aparición casi obligatoria de todo tipo de marchas por la diversidad sexual las que, lejos de insertar en la sociedad la idea de que pese a que existen personas con preferencias distintas a lo mayoritario (a pesar de que algunos traten de instalar forzada pero gentilmente el discurso de que las preferencias heterosexuales son establecidas, como si socialmente tomáramos la decisión de ser heterosexuales, algo así como heterosexuales por opción), no dejan de ser una realidad presente y tangible, terminan por insertar la idea de que las preferencias sexuales “minoritarias” en sí son un carnaval de locura, colores y serpentinas, junto con presentar una vacía superficialidad hedonista y descontrolada. Esto no lo dicen los conservadores-prejuiciosos-retrógrados, sino es lo que dan a entender dichas marchas y manifestaciones de culto al transformismo de mal gusto (como si hubiera un transformismo de buen gusto, en todo caso) y al látex.
Cuando el resto de los animales retrocede y se esconde para no ser empapados de la democracia libertina de un Occidente que nació decadente y hoy se cae a pedazos entre estertores, las lombrices, babosas y otras formas rastreras hacen su aparición para reinar mientras puedan, antes de ser aplastadas por algún transeúnte distraído, devoradas por algún pájaro o ser calcinadas bajo la brillante luz del sol.