Los pueblos asediados, dispersos, cercados por una invasión alógena, pueden perder fácilmente la lucha en términos cuantitativos. Eso los obliga a abrazar la opción cualitativa.
Los criollos nunca fuimos una masa de gente enorme. Tampoco lo fueron los griegos ni los romanos. Nunca hizo falta. Casi diría que no debería formar parte de nuestra filosofía. Eso no quiere decirno reproducirse, sino hacerlo del modo propio, a nuestro estilo.
Está claro que hoy si apostamos a la opción cuantitativa, perderemos lo poco que nos queda. Necesitamos calidad, poder e inteligencia, para ubicar a nuestra gente en los espacios adecuados para su fortalecimiento.
En ocasiones los mejores de una raza reaccionan, dando un salto cualitativo hacia adelante en los momentos críticos. Esa es la función de las élites, de las vanguardias. Por eso invocamos a la participación, a la acción concreta y coherente, que consiste en primer lugar en acercar a los que están a la altura de las circunstancias.
Las cosas cambian para peor día a día. Basta salir a la calle para verlo. Eso que en general puede ser considerado negativo, quizás no lo sea tanto, si se produce algún tipo de respuesta en el alma colectiva dormida, en el atávico sentido de la supervivencia.
La conciencia de los grandes espacios, es algo que los criollos hemos desarrollado durante años. Primero como conquistadores, luego como hombres de a caballo, por último como trabajadores de los campos y de las grandes ciudades. El confín produce un tipo de persona refractaria al encierro, a los límites terrestres y espirituales. Eso mientras la decisión es avanzar. Si se retrocede la sensación es espantosa en tanto a la derrota se suma el vértigo de los grandes espacios y de los confines.
He dicho siempre, que el criollo es libertario para afuera pero prusiano para adentro. Somos gente de los grandes espacios, no nos queda otra opción que dominarlos o sucumbir.